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La hipocresía irlandesa con la nuclear

Redacción




Irlanda, un país que se enorgullece de su compromiso con la sostenibilidad y las energías renovables, mantiene una postura oficial de rechazo a la energía nuclear desde 1999, cuando prohibió su uso argumentando preocupaciones ambientales y de seguridad. Sin embargo, esta decisión, que a primera vista parece coherente con un modelo verde, esconde una contradicción significativa: el país depende de un cable submarino, el Celtic Interconnector, que lo conecta con Francia, una nación que genera cerca del 70% de su electricidad mediante energía nuclear. Esta situación plantea preguntas sobre la coherencia de la política energética irlandesa y sugiere un caso de hipocresía energética que merece análisis.

El veto irlandés a la nuclear: principios y limitaciones

La prohibición de la energía nuclear en Irlanda se fundamenta en preocupaciones legítimas: el riesgo de accidentes, la gestión de residuos radiactivos y el impacto ambiental de esta tecnología. En un país con una fuerte identidad ecológica, esta postura ha sido bien recibida por sectores de la población y refuerza la narrativa de una transición hacia fuentes renovables, especialmente la eólica, que en 2024 representó el 32% de la electricidad irlandesa. Sin embargo, la realidad energética del país revela una dependencia significativa de los combustibles fósiles (48% de la electricidad, principalmente gas) y una incapacidad de las renovables para garantizar un suministro estable en todo momento.

La intermitencia de la energía eólica y solar, combinada con la falta de capacidad de almacenamiento a gran escala, obliga a Irlanda a buscar soluciones externas para evitar apagones y satisfacer la demanda. Aquí es donde entra en juego el Celtic Interconnector, un cable submarino de 700 MW que, desde su inauguración prevista para 2026, permitirá a Irlanda importar electricidad de Francia. Este proyecto, financiado en parte por la Unión Europea, busca mejorar la seguridad energética de la isla, pero también expone una contradicción: el rechazo ideológico a la nuclear en casa no impide beneficiarse de ella a través de importaciones.

Francia: el gigante nuclear que sostiene a Europa

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Francia es el segundo país del mundo con más reactores nucleares, solo por detrás de Estados Unidos, y su modelo energético depende en gran medida de esta tecnología, que aporta alrededor del 68% de su electricidad. Este enfoque ha permitido a Francia descarbonizar su red eléctrica a una velocidad récord, reduciendo las emisiones de CO2 y posicionándose como un pilar de la seguridad energética europea. Sin embargo, no está exenta de problemas: en 2022, los apagones y el mantenimiento de sus reactores evidenciaron vulnerabilidades, aunque las mejoras posteriores han recuperado su capacidad.

A pesar de estos desafíos, Francia sigue siendo un exportador neto de electricidad, y el Celtic Interconnector permitirá a Irlanda acceder a esta energía, que en gran parte será de origen nuclear. Este flujo de electricidad plantea una pregunta incómoda: si Irlanda considera la energía nuclear tan perjudicial, ¿por qué está dispuesta a consumirla indirectamente a través de importaciones?

La hipocresía energética: principios vs. pragmatismo

La situación de Irlanda refleja un dilema común en la transición energética: el choque entre los principios ideológicos y las necesidades prácticas. Al prohibir la nuclear, Irlanda proyecta una imagen de compromiso ambiental, pero su dependencia de un cable conectado a Francia revela que no puede cumplir con sus objetivos energéticos sin recurrir, al menos parcialmente, a la tecnología que rechaza. Esta contradicción se agrava por el hecho de que el gas, que domina el mix energético irlandés, tiene un impacto ambiental mucho mayor que la nuclear, que es una de las fuentes con menos emisiones de carbono.

Además, la narrativa irlandesa ignora ejemplos de países con climas similares que han integrado la nuclear con éxito. Finlandia, por ejemplo, genera el 38% de su electricidad con reactores nucleares, complementando sus renovables y reduciendo su huella de carbono. Dinamarca, por su parte, ha apostado por la eólica, pero no descarta explorar opciones nucleares en el futuro. Irlanda, en cambio, opta por una postura rígida que la deja vulnerable a la volatilidad de los combustibles fósiles y a la dependencia de sus vecinos.

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Una solución a medias: el auge de las renovables

Irlanda ha hecho avances significativos en energías renovables, con un sistema eléctrico preparado para operar con hasta un 75% de fuentes variables como la eólica y la solar. Sin embargo, la estabilidad de la red sigue siendo un desafío, especialmente en industrias que requieren un suministro constante, como la del acero, donde las renovables pueden causar variaciones de frecuencia. En este contexto, la nuclear podría ser una aliada para complementar las renovables, como ocurre en Francia, pero la prohibición irlandesa cierra esta puerta.

El Celtic Interconnector, aunque necesario, no resuelve el problema de fondo: la dependencia energética de terceros. Mientras Irlanda importa electricidad nuclear francesa, su discurso anti-nuclear pierde credibilidad. Este cable, lejos de ser una solución definitiva, es un parche que pone en evidencia la falta de una estrategia energética coherente y autónoma.

Hacia una política energética más honesta

La situación de Irlanda con el Celtic Interconnector y su rechazo a la nuclear es un ejemplo claro de hipocresía energética. No se puede condenar una tecnología por motivos ambientales mientras se depende de ella para mantener las luces encendidas. En lugar de aferrarse a posturas ideológicas, Irlanda debería replantearse su estrategia energética, considerando opciones como los reactores modulares pequeños (SMR), que están ganando tracción en Europa, o al menos reconocer abiertamente que su modelo actual depende de la nuclear francesa.

La transición hacia un futuro descarbonizado requiere pragmatismo, no dogmas. Irlanda tiene la oportunidad de liderar con un enfoque equilibrado que combine renovables, almacenamiento y, potencialmente, nuclear, pero para ello debe superar sus contradicciones internas. Mientras tanto, el cable con Francia seguirá siendo un recordatorio de que los principios, cuando no están respaldados por acciones coherentes, pueden convertirse en poco más que una fachada.