La reciente renovación del programa Late Xou de Marc Giró en TVE, financiada con dinero público, ha levantado ampollas entre quienes cuestionan la gestión de los recursos de la televisión estatal. Giró, un barcelonés de 50 años con un pasado como editor de moda en Marie Claire y colaborador en programas de segunda fila como Està passant (TV3) o Rocío, contar la verdad para seguir viva (Telecinco), ha logrado colarse en el prime time de La 1 con un programa que, según sus defensores, combina entrevistas, humor y música. Sin embargo, la realidad es mucho menos halagüeña. Late Xou es un refrito de los clásicos late shows estadounidenses, pero sin el ingenio, el ritmo o la relevancia cultural que los hace funcionar. El humor de Giró, que él mismo califica de “ácido” y “elegante”, se queda en un intento torpe de sátira que rara vez arranca una risa genuina. Sus monólogos, cargados de clichés y guiños facilones, parecen escritos para un público que no exige más que un fondo sonoro para sus cenas.
La renovación del programa, confirmada por RTVE tras una negociación que, según fuentes, llegó “al límite” y paralizó temporalmente la producción, costará a los contribuyentes una suma que, aunque no se ha detallado en los últimos anuncios, ya en 2023 ascendía a 837.615 euros por temporada, de los cuales 486.554 euros iban a la productora Minuto de Barras. Este derroche es difícil de justificar cuando el programa, pese a su salto de La 2 a La 1, apenas logra mantenerse en un 9,8% de cuota de pantalla con 795.000 espectadores de media. Cifras respetables, sí, pero que palidecen frente a gigantes como El Hormiguero. Lo más sangrante es que RTVE parece empeñada en vender a Giró como un rostro “fresco” y “necesario” para rejuvenecer su imagen, cuando en realidad su estilo es una caricatura de sí mismo: un presentador que confunde la excentricidad con el carisma y que recurre a un humor de brocha gorda que no conecta con las nuevas generaciones. Su supuesto gancho, basado en un tono irónico y en dar voz a figuras de la cultura y el activismo, se diluye en entrevistas superficiales y en un postureo progresista que no aporta nada nuevo al debate público. Ejemplo de ello es su sonado monólogo sobre sexo anal, presentado como “servicio público” pero que no pasó de ser una provocación barata para generar titulares.