Javier de la Calle.
La política española presenta tan ínfimo nivel que una pizpireta como Isabel Díaz Ayuso es poco menos que una deidad para millones de españoles. Así lo reconoce Pedro Sánchez, y por eso centra sus ataques contra ella, y no va a por Feijóo, al que considera un pelele. La presidenta de la Comunidad de Madrid desata pasiones porque, a diferencia de la mayoría de políticos del PP y VOX, da la cara tibiamente. Parte de sus incondicionales son hombres con baja testosterona, que se excitan al ver sus atributos femeninos, que tampoco son nada del otro mundo. Díaz Ayuso carece de una sólida base ideológica, más allá de cuatro mantras como la libertad que son los que triunfan en esta era de escaso pensamiento por su consumo rápido. Sus valores son de sobra conocidos, fue promotora del pasaporte COVID, y ahora anda a vueltas con su pareja (enésima), envuelto en una presunta corrupción vinculada a la Sanidad. Y eso es lo que deja entrever su vida personal, una mujer de 46 años sin hijos, que tuvo una mala relación con su padre, y que ahora se ha enamorado del primero que le ha garantizado un coche de marca y una buena casa. Esos son los valores que secundan los babosos como oposición al globalismo, del que Isabel Díaz Ayuso también forma parte con sus masivas puertas abiertas a la inmigración hispanoamericana, esa que está haciendo de la Comunidad de Madrid un mapa a machetazos, y no a garrotazos como el cuadro de Goya.