Enrique de Diego.
El 8 de marzo de 2005 -la fecha es de sumo interés, y ruego a los lectores que la memoricen, porque es clave en esta historia- María José Javato Ollero, magistrada del Juzgado de lo Penal número 1 de Cáceres, dictó sentencia condenatoria contra Juan Carlos Iglesias Toro, primer esposo de Cruz Sánchez de Lara, por un delito de «maltrato habitual en el ámbito familiar«, prohibición de acercarse a la víctima a menos de 200 metros por un tiempo de tres años y a 15.000 euros de responsabilidad civil como reparación.
Los hechos probados de la sentencia se corresponden al relato de Cruz Sánchez de Lara y éste es su texto íntegro:
«El acusado, Juan Carlos Iglesias Toro, mayor de edad y sin antecedentes penales, y María de la Cruz Sánchez de Lara Sorzano contrajeron matrimonio el día 12 de octubre de 1.996. Desde el comienzo de dicha relación ambos esposos mantuvieron diversas discrepancias y discusiones, agravándose la situación a partir del año 2.001 al mantener el acusado una actitud tendente a la anulación de la personalidad de su esposa, así, entre otras cosas, tenía un control total de la economía familiar, supervisando cualquier gasto de su esposa, le recriminaba constantemente, prácticamente todos los días y a gritos, sus acciones, ella todo lo hacía mal, no era nadie; le decía que si le abandonaba iba a morir, que el hijo común de ambos y su familia pagaría las consecuencias, que conocía a gente que por dinero ‘partía las piernas’.
«Todas estas circunstancias generaron en María de la Cruz una total dependencia emocional hacia su marido hasta que en el mes de abril de 2.002 tomó la decisión de separarse, decisión que el acusado no quiso aceptar y así, mientras ambos mantenían negociaciones para la firma de un convenio regulador de la separación matrimonial, el acusado le decía frecuentemente a su esposa que sin él no era nada, que todo lo que tenía era por él, que todos pensaban que era una ‘zorra’ y que sólo la respetaban por estar a su lado, que en su matrimonio no era posible el divorcio, solamente la viudedad y que si tenía que matarla lo haría, directamente o a través de terceros.
«Toda esta situación de presión desembocó en que el 19 de julio de 2002 María de la Cruz intentara suicidarse, teniendo que ser ingresada en el Hospital Nuestra Señora de la Montaña de Cáceres por la ingesta abusiva de medicamentos y productos de limpieza del hogar. Una vez obtuvo el alta hospitalaria, la Sra. Sánchez siguió conviviendo, aunque no compartían dormitorio, con su esposo, quien no cambió su actitud hacia ella.
«En el mes de septiembre de 2.002, la Sra. Sánchez, que había iniciado una nueva relación sentimental, abandonó definitivamente el domicilio conyugal, teniendo incluso que pedir dinero a una amiga para poder alquilar una vivienda en Cáceres, hasta que el 24 de septiembre se marchó con su hijo a Madrid al domicilio de su nueva pareja.
«Ya en Madrid, María de la Cruz recibió, hasta aproximadamente mediados del 2.003, numerosas llamadas telefónicas de su esposo, diciendo, entre otras cosas, que la iba a matar a ella y a su nuevo compañero, que iba a ser él el que se quedase con el hijo porque conocía a gente en la Administración de Justicia que le ayudaría, que era una ‘puta’ y otras expresiones similares.
«Es más, el 26 de mayo de 2.003 el acusado le manifestó a la abogada que defendía a su esposa en la separación matrimonial, que iba a coger el coche y el rifle e ir a Madrid para pegarle un tiro a su clienta, que iría a la cárcel pero que se iba a quedar muy tranquilo porque a los ‘tontos’ la única manera de callarles era dándoles un tiro.
«Fruto de toda esta situación, María de la Cruz sufrió, aunque actualmente está recuperada, un trastorno de estrés postraumático, llegando, incluso a acudir el día 5 de julio de 2.003 al Centro Hospitalario Nuestra Señora del Rosario de Madrid al sufrir una crisis de pánico».
En este descenso a los infiernos se ha edificado la épica de mujer maltratada de Cruz Sánchez de Lara y su posterior trayectoria social y profesional de la supuesta «Amal Clooney española«. Es conveniente que nos paremos a desmenuzar una sentencia llena de agujeros negros.