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Pedro J, protagonista del vídeo de porno casero más cutre y más visionado

Redacción




Luis Bru.

El éxito abrumador de «Agatha Ruiz de la Prada, mi historia», seis meses en el pódium de la lista de los más vendidos de Amazon, da sobrada idea del cariño y la simpatía que levanta nuestra diseñadora más internacional, nuestra Coco Chanel española. Muestra también el desprecio que levanta Pedro J Ramírez, el protagonista del video de porno casero más cutre y más visionado, porque parece haberlo visto todo el mundo, menos yo. Incluso más que los celulíticos del Ministerio de Igualdad.

Escenas como el corpiño rojo del narizotas, el tacón en el ojete y el pervertido placer cuando le mean, cuestión que se conoce como «lluvia de oro», retratan al personaje para siempre de quien Rafael Vera dijo que Pedro J necesitaba un urgente examen de su salud mental.

El soberbio acierto de esta especie memorias es no rehuir ningún tema por escabroso que sea, su descarnada sinceridad. Ya tenemos la versión íntegra de una de las protagonistas de la historia con toda la polvareda que levantó el vídeo casero, y una protagonista fundamental, porque sin ella, sin su actitud corajuda el que ahora es el innombrable hubiera acabado hecho trizas. Lo recuerda la gran Agatha: «defendí con ímpetu al innombrable, sobre todo en una entrevista fundamental en la Cope que me hizo Antonio Herrero«, de modo «salvé la vida civil al protagonista» aunque el balance final del episodio es «que nunca estuve enamorada«.

«Yo estaba completamente al margen. El innombrable, sin embargo, ya sabía lo que se estaba preparando. De hecho publicó en El Mundo que se iban a hacer públicos unos ‘vídeos trucados’. Él todavía albergaba la esperanza de que no se acertara a distinguirle e intentó mentir». Normal, salvo para un periodista y además uno que zahería a quien no decía la verdad. Pura hipocresía. «Fue repugnante pero no ‘trucado’. Me sentía confusa, oía noticias sobre el vídeo y no sabía si me habían grabado en el cuarto de baño. Estaba acojonada».

Ni tan siquiera Pedro J, ahora cloaca del globalismo, se permite ser sincero con Agatha. «Lo recibí en una caja con una ensaimada. Uno de mis diseños fetiche es el vestido ensaimada. En aquel momento no lo relacioné, pero hoy, conocidas las mentes perversas que ingeniaron el montaje, puede que me enviaran un mensaje secreto del que aún no he desvelado el significado».

«Mis pupilas provocaron un terremoto al segundo«, la zozobra va más allá: «sentía temor a que el innombrable me pegase alguna enfermedad. Pensé que debía llevar una vida sexual muy activa. No sé por qué tenía esa tendencia, pero, bueno, el que tiene un ‘vicio’ lo tiene. Y era muy secreto porque cuando pasó lo del vídeo él se asustó y tuvo muchísimo cuidado de que yo no me enterase de nada más».

El final de esta escabrosa historia está por escribir, pero sus páginas fundamentales han sido ya escritas. Al igual que la cabra tira al monte, Pedro J pagó con una casa en París y más tarde con una sórdida y hortera traición a quien tuvo el señorío de salvarle la vida, de sacarle de la mierda de sus tenebrosos ‘vicios«, porque, dice Agatha, «lo jodido del tema es que no pude mantener unida una familia y que se rompió, como la de ms padres, y que ya no podría hacer los planes de viejecita que tenía pensados, sino que tocaba improvisar otros. La reina del fucsia no iba a rendirse con un fundido en negro».

Empezaba el declinar y la decadencia de Pedro J hacia el abismo: un triste protagonista de un cutre vídeo de porno casero.

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Agatha Ruiz de la Prada, mi historia, Ed. La esfera de los libros, 323 páginas.