Luis Bru.
Novak Djokovic ingresa en territorio australiano con los papeles en regla y autorización del Gobierno australiano, pero éste quiso utilizarlo como escarmiento: si estaba dispuesto a deportar al número uno del tenis, deporte nacional por excelencia, podía entenderse que actuaría sin contemplaciones contra los no pinchados.
No fue a la aventura o irreflexivamente, sin cumplir las normas, como ha dicho mendazmente Rafael Nadal, o a ver qué pasaba, dispuesto a crear un conflicto diplomático, sin con respecto a las leyes australianas y con la autorización del Estado de Victoria. Djokovic presentó sus papeles que fueron analizados por un comité independiente y otra más nombrado por el Gobierno, ambos dos decidieron que todo estaba en regla. Por tanto, acudió con todos los documentos, entre los que se incluía la autorización del Gobierno.
Fue el Gobierno australiano el que decidió saltarse su propia autorización y sus propias leyes, y no sólo negarle la entrada, sino retenerlo a la espera de la deportación como si fuera un inmigrante ilegal. Probablemente, con el fin de amedrentar a su propia población. Novak llevó su caso ante la Justicia australiana. También estableció desde su encierro que «Dios lo ve todo. La ética y la moral son fundamentales para la elevación espiritual. Mi bendición es espiritual y la de ellos, material». Decidió dar la batalla por sus derechos. El juez ha dictaminado a su favor con respecto a las leyes australianas.
Un ejemplo para todos y un refuerzo a la moral de la resistencia australiana y un varapalo para el Gobierno australiano. En ese sentido, se recuerda que hace 2 meses Djokovic apoyó protestas en Serbia contra la minera en Australia, Río Tinto propiedad de Rothschild. El primer ministro australiano, Scott Morrison, asesoró la empresa y fue «lobbysta» ante el gobierno. Y se concluye que Morrison ha actuado de sicario de la empresa de Rothschild contra Novak Djokovic.