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La Unión Europea ha muerto, sólo queda enterrarla

Redacción




Jean-Claude Juncker. /Foto: dailystormer.com.
Jean-Claude Juncker. /Foto: dailystormer.com.

Enrique de Diego

La Unión Europea ha muerto. Es una agonía que se viene padeciendo desde que fracasara la ensoñación de burócratas de los estados unidos de Europa, previstos en el Tratado de Maastrich, y echados abajo en el referéndum danés. De referéndum a referéndum, el italiano ha sido el tiro de gracia sobre el cuerpo putrefacto de una UE enquistada en una hiperinflación de eurócratas que, con tal de mantener sus suculentos sueldos, libres de impuestos (privilegios de la supranacionalidad), están, desatando fuerzas centrífugas incontrolables, para destruir las Patrias, difuminar la identidad de las sociedades europeas y llevar a éstas a conflictos de horrores inenarrables, si el entierro no se produce pronto.

Es esa Unión Europea en la que un histérico, fatuo y arrogante Jean Claude Juncker –a quien nadie ha votado, por cierto- bramaba que abriera de inmediato sus fronteras, más deprisa, y que repartiera una riada de excedentes de población de las fracasadas sociedades musulmanas mediante unas cuotas que, como napoleoncitos de papel mojado, habían dibujado en sus mapas de corruptos tiranuelos desde la gris Bruselas.

Dicen que se han sentido aliviados con el resultado de Austria, donde se han hecho trampas hasta el solitario para poner a un personaje excéntrico y patibulario. Han retrasado seis meses la votación, con la argucia de unos sobres que no cerraban, y las han celebrado con un censo nuevo, en el que han introducido a 15.000 turco-austriacos, a otros 3.000 nacionalizados y a 45.000 jóvenes de 16 años, adoctrinados en las escuelas de la corrección política, y aún así, unidos todos (socialdemócratas, democristianos, verdes), sólo han sacado el 53%, por el 46% del FPÖ, que encararía unas legislativas como el partido más votado.

Lo de Italia con el locuaz Matteo Renzi ha sido un desastre sin paliativos para Ángela Merkel y Bruselas. Y luego viene lo de Francia, donde el previsible candidato más a la izquierda es Manuel Valls, que predica la emancipación personal, el esfuerzo, el trabajo y el menos complaciente de la izquierda con el islamismo. Y así, se va a ir hasta que en todas las naciones europeas haya gobiernos identitarios que abominen de la supracionalidad destructiva de Bruselas.

El daño hecho por la Unión Europea a Europa es incalculable y justificaría un juicio justo a los dirigentes actuales, un Nüremberg a los miembros de la Comisión Europea. Alemania tiene un millón y medio de musulmanes financiados por los contribuyentes a 2.000 euros el mes por cada uno, en una economía que se ralentiza y con un Deustche Bank en situación crítica. Ha habido atentados, masacres, violaciones, asesinatos, jornadas de terror sexual y de todo ello es culpable Bruselas y el fatuo de Jean Claude Juncker.

Todavía por estos lares, Fernando Martínez Maíllo ha declarado que, después de lo de Italia, el que está fuerte es Mariano Rajoy, que no tiene ni para pagar las pensiones y al que le tienen que perdonar la multa.

O enterramos cuanto antes la Unión Europea o la UE acabará con Europa. El daño ya es muy fuerte, la pandemia muy extendida y grave, pero aún no es irreversible, aunque se ha sembrado el campo de minas para provocar horrores inenarrables. Se puede volver a la Europa de las Patrias, del Tratado de Roma, con libre circulación de mercancías. O cada uno en su casa y, desde luego, con su moneda. Cualquier cosa antes que este monstruo torpe, putrefacto y voraz que ha dado en llamarse Unión Europea. Eurabia no es posible. Hay que reconquistar Europa y lo haremos. Más pronto que tarde.