Editorial.
En términos esenciales, Vox ha muerto. Su certificado de defunción es el comunicado de todo el partido cerrando filas con un diputado en abierto conflicto de intereses. No sólo es que no representa una alternativa, sino simplemente una alternancia, y ya ha pasado el tiempo, sino que su sumisión al globalismo, al nuevo orden mundial y a las codiciosas farmacéuticas le ha hecho traspasar definitivamente la línea roja que le convierte en inservible.
Esto no significa, en términos accidentales, que los 52 diputados no sigan cobrando, y cumpliendo su papel en el circo, así como sus diputados autonómicos y concejales, o la corte de asesores y funcionarios del partido. Ni que puedan presentarse a otras elecciones y cosechar buenos resultados y entrar a formar Gobierno. Esto sólo significará que el modus vivendi continúa, durante un tiempo-
Pero Vox no implica ninguna novedad, su patriotismo es impostado, pues se ha plegado a los planes eugenésicos de las élites y no ha defendido a los españoles y a las generaciones futuras. Es de tal gravedad lo que han hecho que no nos gustaría estar en su pellejo cuando se practique el ajuste de cuentas, que de seguro ha de llegar. Su sumisión a las farmacéuticas llega hasta el punto de acariciar la obligatoriedad por esotéricas razones técnico-sanitarias, o ha llegado hasta querer quitar la patria potestad a los padres en temas de vacunación. Vox ha muerto y merece el desprecio de todo patriota.