Guillermo Mas.
Ningún medio de comunicación español —salvo honrosas excepciones— se lo va a contar, pero persisten en Europa las protestas contra la obligatoriedad de la vacunación para poder participar plenamente en la vida pública. Sobre todo en Francia, pero también en Dinamarca, Irlanda y Grecia, entre otros, las calles se han incendiado con decenas de miles de manifestantes mostrando su rechazo en manifestaciones multitudinarias convocadas de forma espontánea. ¿El motivo? Que, en Francia, Macron —sí, el que trabajaba para la banca Rothschild— ha hecho obligatorio aportar un certificado de vacunación para que los sanitarios puedan trabajar y para que los ciudadanos puedan entrar a un bar a tomarse un copazo. Mi pregunta: ¿Cuando en España hagan lo mismo, porque lo harán, saldrá también la población a protestar o preferirá vacunarse para ir después a por ese copazo? Parafraseando al Ricardo III de Shakespeare, el español aborregado que así actúa podrá exclamar: Mi libertad por un pinchazo. Tan triste como cierto.
Algunos datos contra la desinformación de los medios masivos: La PCR falla más que una escopeta de feria, según ha afirmado su propio inventor —sin el deje castizo—. Además, es un derecho humano el negarse a ser vacunado, sobre todo si no se pueden asegurar los efectos secundarios a largo plazo. Así lo recoge el Código de Nuremberg de 1947. Sin embargo, se está violando dicho código al ser vacunada la gente sin que se les pueda asegurar con certeza que efectos secundarios tendrá la vacuna a largo plazo. También se vulnera cuando se condiciona a la población de forma indirecta prohibiéndole viajar o comer en un restaurante sin estar vacunados. Lo más grave es que la vacuna no inmuniza, tampoco evita la muerte y puede resultar más nociva ante nuevas cepas que, además, serán provocadas por la resistencia al virus generada por la propia vacunación (¿Y qué lleva o para qué sirve entonces? Pregúntenselo a ModeRNA, cuyo nombre significa “RNA modificado” en español). Viendo las estadísticas que recogen la letalidad del virus a nivel mundial, parece innecesario vacunar a la población menor de 50 años —sobre todo a menores de treinta años—, pero es muy lucrativo hacerlo, un auténtico negocio del milenio, y más si se realiza de forma cíclica como pretenden las autoridades. El descenso de casos con respecto al invierno puede deberse a que el virus ya no coincide en el tiempo con otras afecciones de efectos similares como la gripe. También a que, por duro que pueda ser decirlo, quienes podían morir a consecuencia del virus —patologías previas, edad avanzada u otras afecciones graves que debilitan el sistema inmunológico—, ya lo han hecho. Por último, lo más probable es que la propia sociedad esté ya en buena medida inmunizada contra el virus, que se transmite a gran velocidad y sin que los afectados se enteren, a consecuencia de haber convivido con él durante casi dos años. Muchos lo habremos pasado sin saberlo, teniendo en cuenta que la mayoría de afectados son asintomáticos. La gripe en invierno o el suicidio todas las semanas siguen matando más gente. Pero no hay tanto dinero en juego para gente tan poderosa.
El primer país en emitir un “Pasaporte Covid” fue la China comunista. Modelo idóneo para sustituir a las decadentes democracias occidentales, según personas tan influyentes y tan lenguaraces —por suerte para el resto— como Klaus Schwab o Giuliano di Bernardo, el gigante amarillo marcó el camino a seguir para el resto de países de este Nuevo Orden Mundial en el que ya vivimos. La última noticia es que ha prohibido a los no vacunados registrarse en un hotel o ingresar en un local de alterne. Estados Unidos llegó a pagar a la gente para que se vacunara y hay rumores de que se barajó esa posibilidad para más de una país en Europa. La Unión Europea va, en bloque, justo detrás de China. Esa “marca de la vacuna” es, para muchos —como Enrique de Diego—, la “marca de la bestia” del Apocalipsis. Sin llegar a tanto, parece evidente que el “Pasaporte de Vacunas”, también conocido como “Pasaporte Covid” es, como dice Carlos Astiz, una versión hodierna de la Estrella Amarilla que se le imponía a los judíos para que no pudieran caminar por la acera o —¡sorpresa!— entrar a una cafetería. En Rusia ya se probó la medida coercitiva y acabó mal: la población decidió en grupo y de forma tácita no ir a ningún bar y, al poco tiempo, las autoridades tuvieron que retirar la restricción para evitar la quiebra de todo negocio que exigiera un certificado de vacunación. Cuando se actúa en conjunto, el boicot se demuestra eficaz. Es una lección que no deberíamos olvidar ahora que la “clase precaria” o “precariado”, al decir de Diego Fusaro, se encuentra sumida en pleno proceso de atomización social. Y ahora que el Covid es presentado como una “Oportunidad” para los Objetivos del Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030; o como “la crisis de mi vida” para el siniestro George Soros, tenemos que ser conscientes de que el fin es reducir las libertades a través de un viejo truco de Ingeniería Social que la periodista Naomi Klein denominó como “Doctrina del Shock” en un libro homónimo que merece la pena revisar a la luz de lo que nos ocurre en estos días. Nos queda por ver y padecer lo peor, sin lugar a dudas.
El 5 de julio de 2021, Haití no había vacunado a una sola persona. El 7 de julio de 2021, Jouvenel Moise, entonces su presidente, murió asesinado a tiros en su casa. El 15 de julio de 2021, Haití recibía sus primeras vacunas y comenzaba a aplicarlas a la población. Todo marcha como estaba planeado. Sabemos que sus ejecutores eran mercenarios colombianos ligados al narcotráfico y entrenados por el Gobierno de los EEUU que, además, dijeron trabajar para el Gobierno de los EEUU. Pero fueron eliminados antes de que ningún superviviente pudiera decir nada más. Suele ocurrir en este tipo de operaciones. Sabemos que los useños han sido determinantes en la historia reciente de Haití y que Moise no estaba por la labor de seguir así. Con estos datos caben varias hipótesis: ¿Su asesinato era el fin de la operación para acabar vacunando a la población? ¿El resultado de una operación para secuestrarle o sustituirlo que se truncó? ¿Un aviso a nivel mundial para todo mandatario que se niegue a vacunar a su población? Bienvenidos a la era del necrosado Joe Biden. Pronto le sustituirá la ambiciosa Kamala Harris. Ambos son apenas unas marionetas de las élites. En cualquier caso, ambos harán que añoraremos la política exterior de Trump, al que le impidieron revalidar su victoria electoral de forma tramposa.
Demasiadas preguntas, en definitiva, para el borrego español medio, cuya inteligencia hace tiempo que quedó granulada a lo mínimo y que lo tiene todo mucho más claro: “mi libertad por un pinchazo”, dirá orgulloso ante el espejo y ante quién le pregunte dentro de 20 años —suponiendo que seguiremos aquí— por las razones de su docilidad borreguil. Después caminará, altivo, de vuelta a la Nueva Normalidad de este Gran Reseteo. Bien instalado en la Distopía.