Personalmente los infraseres me producen una tremenda ansiedad añadida a la que ya de por sí produce intentar sentir un grado de fraternidad con ese tipo de personas. Creo que existe una cierta incompatibilidad entre consciencia de la realidad y felicidad o alegría que también produce una angustia vital sumada a las anteriores que te lleva a plantearte el límite de la libertad.
La única justicia que cabe esperar es la divina. La humana está al servicio de los autores y lo seguirá estando per saecula seculorum.
Es un desgaste innecesario buscar conciliar lo que es irreconciliable. Todos vivimos en medio de contradicciones, pero conviene ser consciente, admitirlas y negociarlas para no sufrir por tenerlas. La existencia humana es una suma de frustraciones, pero al reírnos de nosotros mismos parece que la vida merezca ser vivida en determinadas circunstancias.
Un pensador, llámelo usted pesimista, es una persona con el grado de lucidez suficiente para admitir el absurdo que supone la existencia de la mayoría, y tras haber tomado conciencia de esa situación, ha tenido un par para admitir que son existencias desagradecidas que de por sí ofenden a Dios, y que lo mejor que podría pasar es que llegara el final de esas exteriorizaciones sin sentido que creen y llaman vida. Lo que un hombre debe hacer es afrontar su verdad interior con valentía sin el refugio de los miedos adquiridos voluntariamente.
Únicamente se debe vivir con la libertad de hacerlo al margen de todo, como un parásito, ser una rémora es la máxima aspiración de la inteligencia. La impresión que despiertan en mí la mayoría de los trabajadores es que son la personificación de la inutilidad. Los hombres hemos nacido para la vida contemplativa, para ser felices, no hemos nacido para ser esclavos de ningún sistema político y, o, económico.
Creo que únicamente aceptando el sufrimiento de compartir la existencia con la «gente» (que es el peor de los insultos) uno puede alcanzar cierto grado de felicidad e incluso aumentar su grado de compasión hacia los demás. En este caso la máxima compasión es la aceptación del deseo de una muerte rápida e indolora. Eso es amor por el prójimo, todo lo demás son filigranas y vacuidad.
Por otro lado, quizá la batalla a la que se refiere pueda ser un diseño de Dios. Personalmente veo su mano en todo este asunto.
No sólo se irán de rositas, sino que serán primados por esa campaña constante por la bipolarización de la sociedad entre covidiotas y negacionistas, que ganan y ganarán los primeros por goleada histórica e histérica. Ya le he dicho que tenemos que aprender a asumir y negociar las permanentes frustraciones que nos genera la existencia.
Entiendo que la vida es un trayecto en ocasiones muy duro y que muchas veces el esfuerzo no tiene recompensa. Pero renunciar a la pelea preocupándose por qué equipo ficha Messi es de una imbecilidad cósmica. La alegría exige la tristeza que supone superar una crisis tras otra, a veces desde el sufrimiento del aislamiento absoluto para desde la humildad poder superar nuestras limitaciones. Eso no es precisamente lo que les han enseñado, pues para la mayoría la felicidad está en la anestesia del olvido. Son una suma de obsesiones y se les educa para la reversibilidad de sus sentimientos.
Si algo ha quedado claro de esta delirantemente llamada «nueva normalidad» es que se terminó una ilusa civilización que exhibía un progreso ortopédico. El camelo de los derechos humanos, los derechos de la colaboradora necesaria clase trabajadora, la moral (inmoral) del trabajo, el desternillante sentido justo y ético de la democracia, el Estado del bienestar unos más que otros y toda esa patraña en la que parecían encontrarse los idiotas como gorrinos en el lodo. Todo lo anterior ha sido cambiado por salarios indignos y por un nuevo orden que hará más ricos a los ricos y extenderá la miseria en tres cuartas partes de la población mundial. Por eso merecen morir, porque no han querido nunca saber vivir.
Así que puede usted sentarse a esperar antorchas y horcas que yo empiezo a sospechar que los infraseres no dan para encenderlas ni para hacer un nudo corredizo.
El ser humano es incapaz de enfrentarse a los demonios del capitalismo. Toda autoridad para ser aceptada debería tener, al menos, una coherencia en su línea de actuación. Cualquier organización de las señaladas por usted es por tanto ilegítima, pero los idiotas aceptan sus imposiciones con total sumisión, cuando ni tan siquiera se pueden sentir representados, pero tragan con todo.
Toda esa escoria está donde está y tiene el poder que tiene porque toda esa gente, viejos incluidos, que usted quiere salvar y han permitido ser pastoreados. La inmensa mayoría piensa que la honestidad común no es un asunto que les toque de lleno. Todos sabemos donde está lo cierto, lo bueno o lo correcto. Uno, si no se trata de un deficiente mental, tiene la libertad de comportarse con integridad y decencia.
Por mucho que usted y muchos como usted se empeñen no van a cambiar el sistema, pero, al menos podrá juzgarse a sí mismo y reconocerse la dignidad de haberse comportado de acuerdo a unos valores que están grabados en su estructura de ADN y vienen de serie.
La culpabilidad, le repito, mayoritariamente es de la masa a la que la libertad le importa lo que a mí el contenido cultural del museo del Ferrocarril. Las big tech son empresas privadas que defienden sus intereses. Grandes capitales privados que se otorgan la capacidad de censurar y que desean un nuevo orden y fomentar un consumismo demencial hecho a la medida de sus necesidades. Si el borrego se somete qué quiere usted qué hagamos ¿ponernos a llorar? No, hombre no, filosofemos un poco y derrotemos la tristeza.
El neoliberalismo es un invento de la élite para los pobres. Los principios de libre mercado se aplican a los desfavorecidos. Los impuestos sirven para rescatar bancos. El estado ha cedido gran parte de su espacio al poder financiero y la tiranía de ese poder es el que el Estado, que es su marioneta, nos aplica. La gente es tan sumamente gilipollas que ni de eso se da cuenta.
Así que ya sabe… si quiere hacer justicia no les de la oportunidad… dispare a la cabeza por sorpresa y, si es usted católico, sueñe con que arderán eternamente en el infierno.
«Los sistemas están vendidos al totalitarismo dictado por el gran poder financiero»
– Me va a dejar que juegue a la historia ficción: en USA el círculo de la biblia, Texas, Florida la timo vacunación ha sido minoritaria, Anthony Fauci y la CNN dicen que “la nación se desboca en la dirección equivocada”, han inyectado a los gays y lesbianas, a los votantes del Partido Demócrata…Cuando se vean los niveles del genocidio va a haber una ola de indignación y todos esos locos que sueñan con ser los amos del mundo van a temblar y no van a tener dónde esconderse.
Perdone, pero me quedo con el pesimismo existencial de Orwell y su Golden Country. En Mil novecientos ochenta y cuatro, Golden Country es un paisaje que representa un regreso a la infancia y la fantasía de recuperar un modo de vida que ya no podrá volver a existir jamás. Es un sueño y un deseo que nace de la imposición de los totalitarismos y del desengaño que supusieron para él las alternativas políticas.
A mí, al igual que a Orwell, me dan exactamente igual demócratas que republicanos, comunismo que democracia, Podemos que Vox o Falange Comunista del Niño Jesús. Los sistemas están vendidos al totalitarismo dictado por el gran poder financiero, y la idea de futuro, únicamente, puede ser una visión desoladora.
Por unas y otras razones, me encuentro navegando en el mar del desengaño y creo que el sentido de la vida es la muerte, y la vida consiste en percibir lo que sucede. Vamos que es para pensar si este mundo se puede pudrir todavía más con esa inversión programada de valores morales, sociales y políticos que nos han conducido a relevar el mito de las verdades eternas por esas nuevas verdades satánicas a las que se agarran los idiotas como tabla de salvación y modelo de vida.
– En 1947, Cyril Connolly, en un editorial en la revista Horizontes, elaboró un decálogo que sentó las bases de la sociedad permisiva y del mundo relativista que nos ha tocado, por desgracia, vivir. Todos los puntos de ese decálogo pervertido y degradado se han puesto en práctica. El punto número uno es “la abolición de la pena de muerte”. Creo firmemente que los autores y cómplices de este asesinato en masa no merecen otra cosa que la pena de muerte.
Ya le digo que yo también lo creo y que además deberían desarrollar otro virus que destrozara el sistema reproductivo de los que queden. Ellos, generales y soldados rasos son igualmente responsables. Y como decía un pesimista como Ciorán, que supongo que a usted no le gusta ni un poco: «El devenir entero no es sino un suspiro cósmico y nosotros somos las heridas de la naturaleza».
Mi amigo Berlanga sostiene que somos muñecos de papel en un mundo de fuego.