Miguel Sempere
Tres debates de investidura, con dos sesiones en cada uno, y la palabra inmigración ni tan siquiera aparece en el diario de sesiones. Tema tabú, al parecer. Sometemos a nuestros lectores la cuestión: ¿es la inmigración una cuestión que no precisa debate? ¿no plantea problema alguno la inmigración?
Sólo Albert Rivera ha tratado, brevemente, una cuestión colateral, para pedir que España incremente su recepción de refugiados, que, por imperativo de Ángela Merkel, van a ser 18.000 musulmanes, hasta septiembre de 2017.
Según el INE, el número de extranjeros en 2016 es de 4.418.898. En el año 2014, los extranjeros ya eran el 10,7%, cuando a finales de los años 90 representaban el 2,5%. Se trata, pues, de un fenómeno acelerado desde el año 2000, desde ese momento España se ha convertido, comparativamente, en el mayor receptor de inmigración, con tasas 4 veces superior a Estados Unidos y 8 veces superior a Francia.
También han cambiado el tipo de extranjeros residentes. En 1998, el 41,8 provenían de la Unión Europea. En 2011, los más numerosos eran rumanos (809.409), marroquíes (766.187) y ecuatorianos (457.650).
El hecho de que la inmigración ni tan siquiera sea objeto de debate sugiere un consenso básico de todas las formaciones políticas, desde el PP a Podemos, incluidos los partidos separatistas, en el sentido de que la inmigración ni tan siquiera merece ser tratada y que no plantea problemas. ¿Esto es así?, preguntamos a nuestros lectores.
Sin embargo, en una encuesta del CIS del año 2012, el 35,7 de los españoles consideraba que las leyes españolas sobre extranjería eran demasiado tolerantes y el 34,1 las consideraban más bien tolerantes. Es decir, el 69,8%, una amplia mayoría, adoptaba una posición crítica.