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23 F (3): Sabino Fernández Campo lo contó todo

Redacción




Sabino Fernández Campo. /Foto: lahemerotecadelbuitre.com.
Sabino Fernández Campo. /Foto: lahemerotecadelbuitre.com.

Enrique de Diego

La repetida suposición de que Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa Real el 23 F, se llevó los secretos a su tumba es sencillamente falsa. Sabino lo contó todo, dejando bien claro que el 23 F fue un golpe de Zarzuela, autorizado por Juan Carlos y del que estaba al tanto, aunque no por los detalles y que se urdió en el mundo cerrado zarzuelero entre Armada y Juan Carlos, dejando al margen a Sabino.

También es falso de toda falsedad que Fernández Campo tuviera un papel relevante en la jornada de la farsa. La frase telefónica de Sabino al jefe de la Brunete respecto a Armada de que «ni está ni se le espera» no pasa de ser la contestación lógica y chusca de un telefonista. Fue Pilar Urbano, ahora en pleno proceso de catarsis revisionista, la que elevó a los altares al asturiano que fue un personaje secundario, dedicado exclusivamente a pedir prudencia en la utilización del nombre del rey, siempre en tono comedido, porque Sabino nunca había hecho sombra a Armada ni tenía autoridad para establecer criterios propios que fueran a ser seguidos.

El 22 de noviembre de 2008, en el programa de referencia de la ahora agonizante y desaparecida Intereconomía TV, Más se perdió en Cuba, debatíamos sobre la transición el tenaz e ilustrado republicano, Antonio García-Trevijano, el ex ministro y uno de los protagonistas de la transición, Fernando Suárez, el profesor de Derecho Constitucional, Ramón Peralta, el periodista e historiador, Jesús Palacios y el autor de estas líneas. Sin que fuera el objeto directo del debate, García-Trevijano trajo a colación el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Afirmó que, en fechas ulteriores a la asonada, publicó un artículo en el diario El Mundo en el que establecía que Juan Carlos había sido el organizador del 23-F. García-Trevijano sustentaba su tesis en el estudio de los textos del rey. Hay un párrafo del fax remitido a Jaime Milans del Bosch en la madrugada del 24 de febrero que no deja demasiado margen a la interpretación: “Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás”. Sugiere, con bastante claridad, una connivencia previa. Se ha pretendido que fue un error fruto de la improvisación de una noche de nervios, pero, en realidad, el cable remitido a la Capitanía General de Valencia fue redactado por el secretario de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, revisado por varios colaboradores y por el propio Juan Carlos, quien muy probablemente fue quien introdujo la frase en cuestión.

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En el programa de Más se perdió en Cuba, García-Trevijano reveló que, a raíz de su artículo, en una ocasión se le había acercado Sabino Fernández Campo, quien le confirmó que Juan Carlos había sido el organizador del golpe de Estado. Y que esa aseveración le fue más extensa e intensamente confirmada en un posterior almuerzo privado que mantuvieron ambos.

Poco sentido hubiera tenido confirmar, en su día, tal información con el ya fallecido Sabino Fernández Campo, de quien podría esperarse o un espeso silencio o un rechazo rotundo. Pero tiene menos sentido aún porque Sabino Fernández-Campo sí habló y lo que dijo, desde luego, no puede entenderse, bajo ningún concepto, como un desmentido.

La versión del golpe de Estado del 23 de febrero de Sabino Fernández-Campo se contiene en el libro Sabino Fernández Campo, la sombra del Rey, del periodista Manuel Soriano. Se trata de una biografía hagiográfica, es decir, de una alabanza del personaje. Para muestra vale un botón: “el permanente ejercicio de la crítica es común al asturiano, pero en el ovetense, como él, ya se sublima”. Y otro botón: “un hombre apuesto, de una elegancia sencilla, natural y nada sofisticada”. La publicación en la última edición, en 2008, de una entrevista con el propio Sabino, concede al libro la condición de ‘biografía autorizada’, es decir, revisada y dado el conforme.

De hecho, el autor no sólo narra los hechos, desde la óptica del biografiado, y recoge sus opiniones, también tiene acceso a sus más íntimos y terribles sueños. “A Sabino Fernández Campo le dieron un título nobiliario con grandeza de España. A Alfonso Armada lo condenaron a treinta años de prisión. Esa es la diferencia entre el ganador y el perdedor del pulso que el ex secretario y el secretario del Rey se echaron el 23 de febrero de 1981. Podía haber sido al revés. Sabino Fernández Campo se ha visto, en sueños, como un rebelde y con un final más dramático incluso. Los tanques llegan al palacio de la Zarzuela y el Rey los recibía exclamando: ‘¡Menos mal que habéis llegado, Sabino me tenía secuestrado!’. Un fuerte dolor en el pecho le despertaba con el recuerdo, aún fresco y angustioso, de haber recibido un tiro en el corazón. Había sido una pesadilla”.

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La interpretación de Sabino Fernández Campo incluye los siguientes elementos: a) fue un golpe de Zarzuela; b) un pulso interno entre Armada y Sabino; c) Juan Carlos siempre pudo optar por una u otra solución. Desde luego, el final de la pesadilla no deja en buen lugar el nivel moral del monarca al que sirve, tan capaz, al menos en sueños, de nombrarle conde de Latores como de fusilarle. Es tan curioso y antinatural ese oficio vitalicio y, además, hereditario de rey, de primer funcionario de la nación, que carece de la lealtad hacia sus colaboradores que estos le conceden, con frecuencia, de manera servil, como son los casos de Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch que no fueron fusilados, pero recibieron condenas de treinta años por llevar a cabo un golpe notoriamente monárquico.

Resume Manuel Soriano que “el 23-F fue como una inteligente e igualada partida que disputó el general Fernández Campo frente a los dos generales más monárquicos del Ejército español: Milans del Bosch y Armada”. A los dos los conocía muy bien –dice-, y “los dos estaban imbuidos de ideas mesiánicas: salvar a España y al Rey del peligro que corrían”, guiados por un “monarquismo ciego” y “dolidos con la democracia porque se consideraban maltratados”. Estas reflexiones son ulteriores al 23-F y caben interpretarse como meros ejercicios de propaganda denigratoria para, en el terreno de las motivaciones, colar de rondón la hipótesis de un golpe de Estado dado por monárquicos a favor del rey pero contra el rey o sin su conocimiento. Sin ucronías, sin saltos en el tiempo, el 23 de febrero Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch eran las referencias monárquicas del Ejército, los amigos del Rey. Estaban, como siempre, a sus órdenes.