Luis Bru.
Pedro J Ramírez es hoy un periodista acabado, al que ha abandonado el olfato, con el que periodistas que llevaban con él 20 años ahora no quieren trabajar y huyen a la carrera, ha perdido lo que más valoraba, la influencia. En el mercado de las exclusivas, El Español no cuenta. Ninguna de las últimas que han causado impacto –la tesis de Pedro Sánchez, las cintas de Villarejo, los problemas fiscales de Pedro Duque…- han pasado por sus manos. Las bajas de suscriptores, uno de los pilares del proyecto, son masivas.
Es incapaz de hacer una crítica a Pedro Sánchez, al que teme, porque Ramírez, bajo el influjo maléfico de Cruz Sánchez de Lara, quiere ser aceptado como un hombre de izquierdas, como un progresista militante de la ideología de género. Un Pedro J –rebautizado Pedro a secas- que nunca será aceptado por la izquierda y que se ha quedado en terreno de nadie. Un mal gestor. Pedro J adolece de los mismos males que Federico Jiménez Losantos: no adoptan las decisiones lógicas de un empresario, sino que se mueven entre pautas del timo del gurú y de una paranoica necesidad de alimentar su ego y de presentarse, a cualquier precio, como triunfadores. Depredan sus propias empresas, haciéndolas inviables, se ponen retribuciones desmesuradas para las dimensiones de sus chiringuitos y aspiran a seguir estafando de continuo a sus cada vez más empobrecidos seguidores.
Mientras Ágatha Ruiz de la Prada, la de las etapas de éxito, mantenía una actitud de apoyo constante pero discreto, sin interferir en la actividad laboral, Cruz Sánchez de Lara interviene e interfiere de continuo en la redacción de El Español y es causa constante de malestar. No tiene despacho, porque hay muy pocos. No se trata ya de un imperio, sino de un refugio. “Pedro J depende en todo de ella”, afirman fuentes solventes de gente que ha trabajado en El Español.
Ramírez es un solitario que tiene muchos enemigos y Cruz Sánchez de Lara se ha aprovechado de esa debilidad existencial. En su trayectoria, ha demostrado tener una gran capacidad para perpetrar procesos de demolición personal. Su primer marido, Juan Carlos Iglesias Toro, tiene concedidas una “gran invalidez” y “dependencia 3” y tiene claro el origen de sus males: Cruz Sánchez de Lara. Postrado en la cama, después de operaciones a vida o muerte, con parte del colon y el intestino amputados, con un pie equino, Iglesias Toro considera su postración “la consecuencia de tantos juicios que me ha planteado, de tantos disgustos. Todo lo pasado, lo estoy sufriendo ahora”. Cruz Sánchez de Lara ha mostrado con él una crueldad y un resentimiento que no se compadecen con los datos objetivos, cuando Iglesias Toro fue de una gran generosidad en el divorcio. Cinco años después de un divorcio por mutuo acuerdo, muy beneficioso para ella económicamente, le presentó una demanda por maltrato psicológico que le llevó a una condena de un año de prisión, que le obligó, además, a cortar toda relación por su hijo; decisión prudente pues también años después, Cruz Sánchez de Lara presentaría otra denuncia contra Iglesias Toro ¡por maltrato psicológico al hijo!
Pedro J Ramírez es un pobre pelele en manos de Cruz Sánchez de Lara, una polémica abogada cuyas clientas tienen una extraña tendencia a presentar denuncias falsas. Una Cruz Sánchez de Lara que nada sabe de periodismo y que se mete en todo, mientras en su afán de ser aceptada arrastra a Ramírez por eventos sociales de medio pelo donde ambos se abrasan en el fulgor de la publicidad.