Luis Bru.
Lillian Hellman, icono de la progresía literaria neoyorquina del siglo XX, autora de Lonely hearts (Corazones solitarios), pionera de la promiscuidad femenina –“ella era sexualmente agresiva en una época en que las mujeres no lo eran. Es evidente que había otras mujeres promiscuas, pero nunca tomaban la iniciativa. Ella no dudaba nunca”- en su avanzada madurez tuvo que contratar los servicios de hombres jóvenes y apuestos. Pedro J Ramírez ha inventado la promiscuidad digital para sumar audiencia. El otrora todopoderoso director de El Mundo, que se hacía eco de las listas de más influyentes, en las que salía entre los diez primeros, y el primero de los periodistas, es hoy una persona en decadencia aquejado de un egocentrismo verborrágico –nunca suelta la palabra- al que su antes servil Eduardo Inda se permite restregar su decadencia.
La oleada de septiembre de 2018 ComScore, la referencia en el ámbito de los digitales, sitúa a El Español es un deslucido octavo lugar con 10.698.000 usuarios únicos, superado por Ok Diario de Eduardo Inda que cosecha 10.883.000. La audiencia de Pedro J tiene una credibilidad altamente dudosa. Como señala el digital de Inda, “el león del ex director de El Mundo cuenta con nueve portales agregados a su oferta: diariodeavisos.com | cronicaglobal.com | navarra.com | bluper.es | omicrono.es | cocinillas.es | Vandal.net | elandroidelibre.com | elbernabeu.com. Sin embargo, estas adquisiciones que sumaron tráfico en su momento han mantenido desde entonces un comportamiento completamente plano”.
Lo interesante de esta historia de decadencia es que en ella se entremezclan la profesional, galopante, la personal, manifiesta, y la sentimental, tortuosa. Es difícil pensar en dos decisiones más desastrosas de un hombre en sus circunstancias que poner en marcha un digital y cambiar el objeto de sus querencias sentimentales de Ágatha Ruiz de la Prada, una mujer creativa, dinámica y positiva, a Cruz Sánchez de Lara, una mujer ya madura, resentida, trepa y con una larga trayectoria de relaciones fallidas con un alto componente destructivo que, en el caso del primer marido, ha llegado al nivel de la obsesiva persecución judicial y al aniquilamiento.
Como escribió ese gran solitario amargado de Henrik Ibsen, el dramaturgo danés autor de Casa de muñecas, “no es agradable ver el mundo desde una perspectiva otoñal”. Pedro J Ramírez ha querido reverdecer su primavera fuera de tiempo. El suyo es un caso de autoengaño, en todos los frentes, de falsas expectativas que generan frustración.
Este confuso Pedro J Ramírez en sus tiempos vitales se autoengañó, porque le convenía, respecto a su salida de El Mundo. Se reprodujo para su propio consumo su despido de Diario 16. Situándose como la eterna víctima ha despeñado hacia un abismo vital, que en lo profesional llega hasta el hiriente ninguneo de Eduardo Inda. Pedro J Ramírez no fue el objeto de deseo sectario de Mariano Rajoy por la entrevista de Luis Bárcenas, aunque al Registrador no le amargara ver caer a un declarado enemigo; Ramírez cayó porque los resultados de su desastrosa gestión no dejaba otra opción a los italianos de RCS.
Cuando el 30 de enero de 2014, Pedro J Ramírez fue despedido declaró que “si de mí hubiera dependido habría seguido siendo director toda mi vida”. Pero hubiera sido precisa una cantidad ingente de dinero para que pudiera cumplirse esa voluntad. En 2011, Unidad Editorial había perdido 243 millones de euros y en 2012, 526 millones. Unidad Editorial se había convertido en un enfermo crónico que a duras penas sobrevivía mediante copiosas transfusiones. Los rescates de los italianos se hacían imprescindibles para evitar la quiebra. Unidad Editorial estaba poniendo en peligro a la misma matriz.
Pedro J Ramírez salió bien dotado, inmensamente rico. El 1% de sus acciones tenía una clausula de blindaje que exigía su compra por el 3.000 de su valor nominal. El periodista riojano de familia de clase media baja cobró 13,7 millones más un fondo de pensiones de 14 millones. Bien podía haberse retirado a escribir sus Memorias, en el cénit de su vida, cuando su crédito estaba intacto, o dar varias veces la vuelta al mundo o dedicar más tiempo a practicar alguna afición. Pero Ramírez es un hombre solitario inmerso en el tráfago del mundanal ruido, sin amigos –a su extraña y estrambótica tercera boda sólo asistieron el sombrío Javier Gómez de Liaño y su esposa, la exfiscal María Dolores Márquez de Prado– sin aficiones, refractario a asumir el paso del tiempo. Como veremos más adelante, puede seguirse su crisis vital –porque la profesional cabalga a horcajadas de la existencial- a través de las fotos de su despacho.
En el fondo, Pedro J Ramírez es un hombre de otra época que no volverá. El tiempo no pasa en balde. El GAL es una nebulosa en el tiempo que no interesa a nadie, una página gastada a la que nadie dedica su tiempo en la sobremesa de un café. Es, en términos coloquiales, el abuelo cebolleta que quiere vestirse con atavíos digitales que no le caen bien. Las gentes que él conocía ya no están. Muchos penan sus corrupciones en la cárcel. Eduardo Zaplana, con el que cenaba todos los domingos en el restaurante Jai Alai, arrastra su leucemia terminal por la valenciana prisión de Picassent, en donde nunca se imaginó –otro triunfador de parvulario- terminar sus días, mientras una modesta jueza de Instrucción contesta hiriente y mandona a sus escritos solicitando clemencia.
Ramírez es un hombre lleno de miedos: al tedio, al fracaso, a la soledad, a esa heladora perspectiva otoñal de Ibsen. No tiene anclajes, carece de referencias fuera de sí mismo, es un hombre altamente dependiente, de Ágatha Ruiz de la Prada, a la que llamaba 30 veces o más al día, para leerla sus artículos antes y después de publicarse; que cumplía la función de amiga tanto o más que la de esposa.
Y ese Ramírez vacío que bracea como un pez que ha sido sacado del agua con angustia en las agallas anuncia que se dispone a revolucionar internet, a donde llega tarde, y donde como la promiscua Hellmann tendrá que ir comprando los favores escuálidos de otras webs, y se presenta como el gurú de una secta. En la Junta de Accionistas que da el pistoletazo de salida a El Español –él, que está dispuesto a vender España y lo que sea por un plato de protagonismo y un postre de influencia- se mueve y habla como un telepredicador. Todo en ese acto fatuo adolece en la puesta de escena de una frivolidad perturbadora. Es un guía desnortado, liderando una secta sin cuerpo doctrinal, en un happening insustancial en el que en pleno desfonde moral no duda en caer en la mostrenca blasfemia esputando a sus seguidores el elogio mesiánico: “vosotros sois la sal de la tierra”.
Se trata de un engaño consecuencia del autoengaño. En propiedad, es una estafa lisa y llana. Pedro J Ramírez que se ha corrompido moralmente hasta los tuétanos en su irrestricta y nauseabunda mentira sobre el 11 M –“cada vez más indicios apuntan a que el 11-M se gestó en el seno de los aparatos policiales y los servicios del Estado democrático”– en la que llegará a despropósitos inmundos como pedir la liberación de Jamal Zougam, comparándolo ni más ni menos que con el capitán Alfred Dreyfus, o solicitar la exhumación de los restos de las víctimas, es, a estas alturas, un relativista incapaz de distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, y pasa directamente a estafar a sus seguidores con una campaña de crowfunding en la que pican 5.264 estúpidos que aportan 3.600.000 euros bajo la promesa de que están comprando acciones, cuyos títulos les serán enviados, lo que nunca, como la guerra de Troya de Jean Giradoux, tendrá lugar. Serán participaciones invendibles. La estafa plena de un egocéntrico hundiéndose, sin ética ni estética, en el cenagal de su propia decadencia vital: una vida quemada en la hoguera de las vanidades, el último yuppy mediático en el estanque dorado.