Josep Sansano
El 28 de junio, tres terroristas perpetraron una masacre en la terminal internacional del aeropuerto de Estambul, Kemal Ataturk, con un balance aterrador de 41 muertos y más de 230 heridos. Siendo Turquía una nación gobernada por un partido integrista como el AKP que propugna la islamización de la sociedad y presidida por uno de los impulsores del Daesh como Recep Tayyip Erdogan nos encontramos ante la incapacidad intrínseca del fundamentalismo para asegurar un mínimo de convivencia.
Los tres terroristas llegaron en taxi al aeropuerto. Armados con kalashnikov y pistolas marca Glock, dispararon contra la máquina de rayos X y se hicieron explotar. Hubo un tiroteo con la Policía antes de que estallaran las tres bombas. Daesh no ha reivindicado el atentado. Nunca lo ha hecho, hasta ahora, en sus atentados en Turquía, pero, por el modus operandi, los gobernantes turcos y sus fuerzas de seguridad no tienen ninguna duda de que lleva su sello. El terrorismo kurdo del PKK no usa suicidas.
Ninguno de los tres terroristas eran turcos. Provenían de Rusia, Uzbekistán y Kirguizistán. El jueves la policía turca detuvo a 11 extranjeros sospechosos de ser miembros de una célula del Estado Islámico en Estambul , dijo la cadena Haberturk en su página de internet el viernes. Los arrestos realizados durante el amanecer por parte de un escuadrón antiterrorista de la policía en el distrito de Basaksehir, en el lado europeo de la ciudad, elevaron a 24 el número de detenidos en la investigación, agregó la cadena.
Por otro lado, las fuerzas de seguridad detuvieron el miércoles a cuatro ciudadanos turcos en el paso fronterizo de Oncupinar, en el sur de Turquía, bajo sospecha de pertenecer a un grupo terrorista, dijo en un comunicado la oficina del gobernador local. Los cuatro detenidos intentaban volver a Turquía desde una zona de conflicto en Siria que está bajo control del Estado Islámico, agregó.
Industria turística en declive
Turquía está siendo sometida a una ola de terrorismo islámico que tiene aterrorizada a la población, que está haciendo cambiar sus costumbres y que no sitúa a Turquía como una nación segura, algo imprescindible para la industria turística, uno de los factores económicos clave. Los gobernantes turcos consideran que la masacre ha ido dirigida contra el turismo al inicio de la temporada alta.
En efecto, varios de los atentados parecen tener esa finalidad directa. Desde comienzos de año, Estambul ha sufrido cuatro atentados, como los de la Plaza Sultanahmet, el 12 de enero, y el de la calle Istiklal, el 19 de marzo.
La caída del turismo es el del 23%. El lunes anterior al atentado, Turquía se había reconciliado, y había llegado a acuerdos, con Rusia e Israel. El turismo ruso es fundamental para Turquía y fue una de las restricciones que impuso de inmediato Vladimir Putin cuando se produjo el derribo del avión de combate. Algunos analistas consideran que la masacre pudo ser una respuesta a estos acercamientos.
Pero no, desde luego, a la oleada de atentados, que a veces han sido a los enemigos de Erdogan, como los 109 muertos kurdos y opositores del atentado en 2015.
Daesh es una bestia que Erdogan, en sus ensoñaciones integristas, ha alimentado. Daesh presume de tener unidades operativas encubiertas en Turquía. Hasta hace un año los llamados yihadistas organizaban plegarias colectivas en las afueras de Estambul, con la aquiescencia del régimen islamizador. Turquía ha sido la retaguardia logística del Estado islámico, a través de su territorio ha llegado el flujo de combatientes y de armas, y también en sentido contrario el del petróleo, comercio que, según Rusia, una nación bien informada, es controlado por el hijo de Erdogan.
Turquía y Arabia Saudí, como potencias suníes, han marcado la estrategia de Estados Unidos de apoyo a los “rebeldes” sirios, entre los que hay una parte de turcomanos, que llevó a la formación militar de quienes luego han terminado en Daesh, hasta el punto de que el Ejército USA ha tenido que cerrar ese programa. Los mercados negros de Oriente Medio están llenos de armamento entregado por USA y Arabia Saudí. En plena campaña electoral, un ministro de Erdogan proclamó sus simpatías por Al Qaeda. Los defensores de Kobane denunciaron que los refuerzos a los atacantes llegaban atravesando la frontera turca.
El mismo adn de fanatismo musulmán
Erdogan ha alimentado a la bestia que tiene su mismo adn musulmán. Pero el fanatismo conlleva una pugna aniquiladora: el fanático pretende ser el más fanático y considera a los demás tibios y apóstatas. La teocracia que alienta siempre en el islamismo es incapaz de sostener una sociedad pacífica, con derechos civiles. Ya el protocolo de los califas omeyas establecía el acompañamiento del verdugo. Lo mismo, de alguna manera, que sucede en el reino de los Saud.
Erdogan, islamizando Turquía la lleva por una senda de conflicto. No puede pretender ser al tiempo un destino turístico, ni tan siquiera la supervivencia de la nación refundada por Kemal Ataturk sobre criterios modernizadores y laicistas, pues el integrismo considera el nacionalismo una herejía execrable. Propugnando la islamización –las minorías, por ejemplo, están obligadas a estudiar sunismo en la escuela- Erdogan fomenta la bestia del integrismo, su bestia.