Luis Bru.
El país vive conmocionado por el informe de la UCO y media profesión «periodística» vive en el ridículo. Ana Pardo de Vera, después de su ataque de ansiedad defendiendo a su hermana, ha prácticamente desaparecido de X. Hay imágenes que quedan en la retina y en la memoria histórica reciente: el desmesurado aplauso de toda la izquierda del hemiciclo -59′ segundos-, las declaraciones de Santos Cerdá: «nadie nunca va a poder demostrar que yo me he beneficiado de alguna actividad ilícita. Tengo una hoja de ruta intachable». O el más patético ridículo, el propio presidente del Gobierno: «En política no se pide perdón, se dimite».

Pero es la profesión «periodística» la que ha quedado conmocionada abrumada por un cúmulo de sensaciones ridículas. Nuestro reconocimiento a Kety Garat y Teresa Gómez y todo el equipo de The Objective y a ese crack del periodismo que es Vito Quiles, y también a Iker Jiménez y a no muchos más, que han debido sufrir una campaña de descrédito como difusores de bulos cuando simplemente contaban la verdad. En el más pavoroso ridículo quedan los firmantes del manifiesta contra los «bulos».

Las Silvia Intxaurrondo y los Jesús Cintora y los Antonio Maestre que carecen de toda credibilidad. Después de estar defendiendo al PSOE a capa y espada ahora se rasgan las vestiduras, como el peculiar Antonio Maestre que lamenta el desvío de fondos públicos de la Sanidad a la corrupción y el hecho de que van a dar el poder a los fachas; un cambio de ciclo que se avizora. Estos no son periodistas, son sicarios a sueldo. Ya era hora que se quedarán en pelota picada.