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Mejor un descenso demográfico que llenar Europa de salvajes

Redacción




Europa, cuna de civilizaciones, ha enfrentado a lo largo de su historia desafíos que han moldeado su identidad. Uno de los más significativos fue la Peste Negra en el siglo XIV, una plaga que diezmó entre un tercio y la mitad de la población del continente. Lejos de ser una catástrofe definitiva, esta reducción poblacional permitió un renacimiento cultural, económico y social. Los recursos se redistribuyeron, los salarios aumentaron y la creatividad floreció. Europa no solo sobrevivió, sino que emergió más fuerte. Hoy, ante el debate sobre la inmigración masiva, cabe preguntarse: ¿es mejor ser pocos, pero fieles a nuestra identidad, que abrir las puertas a quienes no comparten ni las más básicas normas de convivencia?

La inmigración descontrolada plantea un riesgo para la cohesión social y cultural de Europa. Muchos de los que llegan no están preparados para integrarse, careciendo incluso de hábitos elementales de higiene, como lavarse las manos, lo que pone en peligro la salud pública y los estándares de vida europeos. La superpoblación derivada de esta inmigración masiva ejerce presión sobre los sistemas de bienestar, la vivienda y el empleo, mientras que la diversidad cultural impuesta sin asimilación genera tensiones y fragmentación. Frente a esto, una reducción natural de la población no debería ser vista como una tragedia, sino como una oportunidad para fortalecer la identidad autóctona.

La historia nos enseña que menos población no equivale a decadencia. Tras la Peste Negra, Europa no colapsó; al contrario, se reinventó. Menos habitantes significaron más recursos por persona, mayor calidad de vida y un impulso para el progreso. Hoy, en lugar de llenar nuestras ciudades con personas que no comprenden ni respetan nuestra cultura, deberíamos apostar por una Europa de autóctonos, orgullosos de su herencia, que trabajen por un futuro cohesionado.

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Una Europa con menos población, pero arraigada en sus valores, es preferible a una Europa irreconocible, desbordada por quienes no están dispuestos a adaptarse. La lección de la historia es clara: ser pocos no es el fin, sino el comienzo de una nueva grandeza.