El reciente apagón masivo en España no solo dejó a millones sin luz, sino que también expuso la fragilidad de un sistema que muchos daban por sentado: el dinero digital. En un mundo donde las élites, lideradas por figuras como Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, empujan sin descanso hacia una economía sin efectivo, este colapso eléctrico demostró que su visión no solo es utópica, sino peligrosamente desconectada de la realidad. Mientras los cajeros automáticos se apagaban, los datáfonos dejaban de funcionar y las aplicaciones bancarias se volvían inútiles sin conexión, el dinero físico emergió como el único salvavidas en medio del caos. Es hora de reconocerlo: el dinero digital fracasó estrepitosamente, y el efectivo, tan denostado por los tecnócratas, fue lo único que mantuvo a flote a una sociedad al borde del colapso.
Imagina la escena: un supermercado abarrotado, familias desesperadas por comprar alimentos básicos, pero las cajas no funcionan porque no hay electricidad ni internet. Los pagos con tarjeta, Bizum o móvil son imposibles. Quienes confiaban ciegamente en el dinero digital se encontraron con las manos vacías, mientras que aquellos que llevaban billetes y monedas pudieron salir adelante. En las gasolineras, en las farmacias, en los pequeños comercios que aún aceptan efectivo, el dinero físico fue la diferencia entre comer o pasar hambre, entre llenar el tanque o quedarse varado, entre comprar medicinas o resignarse a la enfermedad. El apagón no solo apagó las luces; apagó también la ilusión de que el dinero digital es infalible.
Christine Lagarde y otros defensores de la economía sin efectivo han pasado años vendiendo la idea de que el dinero físico es un estorbo, un vehículo para el crimen y una reliquia del pasado. Quieren un mundo donde cada transacción esté controlada, monitorizada y dependa de una infraestructura digital que, como vimos, puede colapsar en cuestión de horas. Pero, ¿qué pasa cuando la red cae? ¿Qué pasa cuando un apagón, un ciberataque o una simple avería dejan los sistemas digitales fuera de servicio? Lo que pasa es lo que vimos durante el apagón: el dinero digital se convierte en un espejismo, y el efectivo, en la única moneda real.
El efectivo no necesita electricidad, no depende de servidores en la nube ni de conexiones 5G. Es tangible, inmediato y, sobre todo, resistente. No discrimina, no te pide una contraseña ni te deja tirado cuando la tecnología falla. Durante el apagón, los que tenían billetes en la cartera no solo sobrevivieron, sino que ayudaron a otros, demostrando que el dinero físico no es solo una herramienta económica, sino un pilar de solidaridad en tiempos de crisis. Mientras tanto, los evangelistas del dinero digital, con Lagarde a la cabeza, no tienen respuesta para estas situaciones. Su plan de eliminar el efectivo ignora la realidad de que la tecnología, por avanzada que sea, no es infalible, y que su desaparición dejaría a las sociedades vulnerables ante cualquier imprevisto.
El apagón debe ser una advertencia. Apostar por un futuro sin efectivo es apostar por un futuro donde la dependencia tecnológica nos haga rehenes de sistemas que pueden fallar. El dinero físico, con todas sus imperfecciones, sigue siendo la base de una economía resiliente. No se trata de rechazar el progreso, sino de reconocer que el progreso no puede construirse sobre arenas movedizas. Mientras Lagarde sueña con su utopía digital, el apagón nos gritó una verdad que no podemos ignorar: el efectivo no es el pasado, es el seguro del futuro. Y quien no lo entienda, que intente comprar pan sin electricidad. Suerte con eso.