Enrique de Diego.
En 1521 el 23 de abril tuvo lugar la aciaga y trágica jornada del ajusticiamiento en el villorrio de Villalar de Juan Bravo. Padilla y Maldonado, poniendo fin al levantamiento y guerra de las Comunidades.
En torno a esa fecha, se celebra el Día de Castilla y León. He de reconocer que cuando asistí en las campas de Villalar me sorprendió encontrarme con una pandilla de porreros degradados, con todo el aspecto de lumpenpodemos, sin ninguna relación con los Comuneros, entre los cuales el jefe de las milicias segovianas, Juan Bravo, destacaba por su apostura. Eso en lo estético, en lo ético, esos desgarramantas no tenían nada que ver con aquellos hombres que lucharon con gallardía por las libertades ciudadanas y contra el globalismo.
Este año el digital de izquierdas -izquierda y derecha son dos caras del globalismo- El Salto entrevista a Miguel Martínez, vallisoletano, que dice enseñar historia y literatura en la Universidad de Chicago. A sus alumnos les da una empanada mental de mucho cuidado, al servicio del poder: «El franquismo liquidó ese imaginario histórico revolucionario e impuso una lectura conservadora de los comuneros. No se la inventó, pero sí la consolidó. Maravall fue, en pleno franquismo, el que recuperó desde la historiografía académica ese carácter revolucionario de los comuneros. Luego en la Transición la izquierda terminó de arrancar los comuneros al franquismo y convertirlos en un símbolo de autonomía y libertad».
Esto es una estupidez tras otra. El ‘progresismo» es el grado máximo de estupidez. Castilla volvió a levantarse en armas precisamente en la guerra civil en el bando nacional y a batallar por la propiedad privada y por su fe. La capital estuvo en Salamanca, Burgos y Valladolid fue el epicentro del falangismo con Onésimo Redondo. El franquismo no tuvo nunca un imaginario, que lo mismo vale para un roto que para un descosido postmoderno, sobre la guerra de las comunidades, que José María Pemán presenta como una rebelión de cortos vuelos, algo paleta, frente a la idea de Imperio encarnada por Carlos de Austria.
Bien, en la magna obra de Joseph Pérez se define acertadamente la guerra de las Comunidades como la primera revolución liberal y el profesor Ramón Peralta ha destacado la elaboración de toda una Constitución en la Ley Perpetua de Ávila. Remito al lector a esos dos textos espléndidos. Pero puestos, la guerra de las Comunidades (1520-1521) puede ser considerada la primera rebelión antiglobalista. Los castellanos se desentendieron de la aspiración de Carlos a ser el emperador del Sacro Imperio Germánico, una entidad supranacional como la UE o la OTAN y se negaron a pagar un impuesto nuevo que contradecía los intereses fabriles de, por ejemplo, Segovia.
La rebelión se inició en Segovia porque entonces Segovia era palabra mayores como entidad política. Gobernaba sobre un territorio que ocupaba Segovia, partes de Burgos y casi toda la provincia de Madrid: Chinchón, Ciempozuelos, Majadahonda, El Escorial, Rascafría, Navalcarnero…Empieza cuando el procurador de Segovia, Rodrigo de Tordesillas traiciona a Segovia plegándose al César en las Cortes de La Coruña y vota a favor del tributo. Los segovianos no perdonan la traición y linchan al corrupto, que había sido comprado por el dinero del emperador Carlos. Le llevan desde la Plaza Mayor hasta las Eras, muy a las afueras de la ciudad, donde llega muerto, apalizado, y le cuelgan cabeza abajo, como se hacía con los traidores. También linchan a dos empleados del fisco, de la Agencia Tributaria de entonces. Llega con un ejército a las puertas de Segovia a castigar a los levantiscos Ronquillo pero tiene que desistir por la gallardía de los segovianos, entre los que destaca Antonio, el pelaire, y Juan Bravo, capitán de las milicias segovianas.
Cuando Ronquillo acude a Medida del Campo a hacerse con el parque Artillería que se guardaba en su castillo los de Medina se oponen y prende fuego a la ciudad de las Ferias y se extiende la rebelión. Los segovianos al primer lugar que acuden es a Chinchón, ciudad muy segoviana, como puede observarse en su arquitectura, cuyos habitantes habían sido sumidos a la condición de súbditos desde la de ciudadanos, con derechos y jurisdicción, al ceder la ciudad Isabel la Católica a Beatriz de Bobadilla. Hecho que fue sentido en Segovia como un terrible agravio y para mostrarlo toda la ciudad vistió de lutos y elevó catafalcos en la Plaza Mayor y en la Plaza del Azogüejo, desde donde proclamaron que no aceptaban la injusticia. Las madres segovianas daban de cachetes a sus vástagos para que no olvidaran el dolor de aquel día.
Fue una rebelión 1) tributaria; 2) patriótica, pues se rechazaba que se dieran los puestos a extranjeros y saliera la riqueza nacional al extranjero; 3) de libertad política, constitucional, de monarquía constitucional, considerando al rey un «mercenario» que debía estar sometido al pueblo representado en Cortes; 4) amplia, popular, en la que participó todo el pueblo, y las mujeres que espoleaban a los varones a pelear. No eran borregos, tenían sentido de Comunidad y defendían su propiedad privada.
Eran patriota anti globalistas. Tenían armas y milicias y se rebelaron. La guerra de las Comunidades es un referente para todos nosotros.