Enrique de Diego.
Jorge Mario Bergoglio ha muerto. Una alegría inmensa para los católicos, una pérdida tremenda para el globalismo y un pez gordo -estaba orondo como un tudesco- para el infierno. Intentó destruir la Iglesia, su mal se perpetuará en el Cónclave, donde la mayoría son de la secta bergogliana. Vendrá Cristo, en Gloria y Majestad, a poner orden.
Es una pérdida de tiempo orar por su alma porque está seguro en el infierno como todos los que cometen el pecado contra el Espíritu Santo, el único que Dios no perdona, y mira que nos perdona mucho. Quien qu8iera saber más de este gilipollas puede recurrir a mi «bergoglio, el cojón del anticristo», en Amazon. Sirvió a los peores canallas y enemigos de la especie humana.
Era un ho9mbre sin fe, un hereje modernista, que como los de tal calaña no abandonó la Iglesia sino que se quedó para destruirla. Manipuló el Cónclave con la mafia de San Galo, grupo de cardenales descreídos y pederastas, con lo que estaba excomulgado ipso facto con excomunión latae sententiae.
Se retrató en su ponzoña globalista cuando coaccionó a todos a timo vacunarse presentándolo como «un acto de amor». Fue el falso Papa que se dirigió al mundo desde una Plaza de San Pedro vacía. Un gesto de terror y amedrantamiento. Hizo cuanto pudo por destruir a la Iglesia pero las fuerzas del infierno no han prevalecido. No descansa en paz para su sorpresa.