Javier de la Calle.
Cuando Miguel Bosé cantaba aquello de Morena mía era uno de los artistas del «sindicato de la ceja», que apoyó públicamente a Zapatero cuando su reelección estaba en peligro por la crisis económica en ciernes. Nada como una experiencia vital superior, como la ruptura de una familia con niños pequeños y la muerte de madre en plena plandemia para alcanzar un estadio mental superior. Hijo, ni más ni menos, que de Luis Miguel Dominguín, Miguel Bosé fue el primer maricón (así se decía por aquel tiempo) en aparecer en TVE caracterizado de «loca». La influencia de David Bowie fluía en su música, en una mezcla en la que también aparecía Pablo Picasso, con el que compartió temporadas durante su infancia.
Valiente como su padre ante los toros en aquellas cálidas tardes en el albero de enconada rivalidad con Antonio Ordoñez, Miguel Bosé fue el primer famoso (y prácticamente único) en alzar la voz contra todas y cuantas tropelías que se sucedieron (y amenazan con repetirse) desde el 2020. La misma prensa que promocionó discos recopilatorios carentes de novedad, pero que funcionaron tremendamente bien en ventas, le dio la espalda. Grata fortuna para Bosé, que no cejó. Sus proclamas fueron un ejemplo para una disidencia perseguida.
En España mostrar una postura contraria a los pinchazos experimentales daba paso a un repentino «como Miguel Bosé». Los censores intentaron caricaturizar su mensaje. Una censura con la que no se topó cuando «rompió el armario». Así lo afirmó él mismo en El Hormiguero: «hay menos libertad que en los setenta o los ochenta». Puede que Bosé se equivocase en alguna referencia de su discurso, pero mucho menos que Fernando Simón, y por encima de todo no causó muerte alguna, como las que causaron y todavía causan los defensores de los encierros, los pinchazos y el miedo plandémico.
Quien nos iba a decir a algunos que Miguel Bosé sería un ejemplo digno de admiración, y que suerte tuvimos en que fuese él. Se ha mantenido firme, sin miedo a perder dinero. Bosé es uno de los españoles con más proyección internacional. La magnitud de su figura solo se entiende al salir de España. Algo que él mismo ha hecho, al marcharse a México, donde ha encontrado una lucidez que cada día se antoja más compleja en un país en disolución. Los que se reían de Miguel Bosé por su voz ahora guardan silencio por su vuelta a los escenarios. Un triunfo personal, después de una vida de exceso asociados a las drogas, que son las que le causaron problemas de salud, y no ningún pinchazo de Pfizer o Moderna.
Miguel Bosé cortó el rabo del globalismo en El Hormiguero. En minuto y medio rompió la narrativa oficial y removió la conciencia de millones de españoles con un mensaje de alerta claro: NO AL DINERO DIGITAL. La rotundidad de las palabras de Bosé dejó sin réplica a Pablo Motos. Hagan caso a Bosé. Cinco años después, nadie se arrepiente de no timovacunarse del coronavirus, mientras que miles de compatriotas encontraron la muerte por ir raudos a los centros de vacunación. Otros tantos vagan por los hospitales, inválidos, por las secuelas.
El aviso de Miguel Bosé en El Hormiguero ha sido certero. Dañino para la narrativa única. El diagnóstico es sencillo: los medios oficiales han salido raudos a acusarlo de conspiranóico para intentar desacreditarlo, mientras en X se aplaude mayoritariamente al artista. Si el Sistema gasta sus balas en Bosé ahora por oponerse al dinero digital, y no en su día por la homosexualidad y las drogas por algo será.
En aquella España que recibía el siglo actual con el subidón artifical de la entrada en el euro, ese que ahora quiere digitalizarse, Bosé cantaba el referido Morena mía: «Bien, bien, bien, que nadie como tú me sabe hacer café», fue el estribillo de aquel tema tan repetido mientras Aznar llenaba España de inmigrantes para calentar la economía por orden de Bruselas con construcciones financiadas artificialmente por la banca. Un cuarto de siglo después, todo ha cambiado. Ahora Bosé es un disidente. ¡Bien, bien, bien, bien, Miguel Bosé!