Enrique de Diego.
Cruz Sánchez de Lara Sorzano -bautizada y registrada al nacer como María de la Cruz Sánchez Sorzano– ha proclamado que se considera «víctima de mi educación católica y tradicional, por la que se esperaba de mí que fuera la perfecta ama de casa». La interpelación a la religión es demasiado manida y banal; no resiste el más mínimo escrutinio del espíritu crítico; hay un alto componente de falsedad y ucronía en la frase; es, en sentido estricto, un tópico feminista sin base real. Quien en su nombre de pila -María de la Cruz- resume los misterios centrales del cristianismo parece con frecuencia interpretar un papel manoseado, ajado, repleto de frase hechas, como esa «farsante» a la que tantos de los que la han conocido y tratado describen.
Es probable que se refiera en esa pincelada de supuesta autobiografía a la generación de su madre, encantadora ama de casa en Villanueva de la Serena, de la que todos sus vecinos hablan bien. En su caso, nadie esperaba que fuera una perfecta ama de casa, tan amante de la ropa cara, el negro raso y el tacón alto. Es enviada a Cáceres a estudiar Derecho. Su primer esposo le abre las puertas del prestigioso despacho de su padre, Simón, para formarse en la práctica jurídica; a su suegro -sin mencionarle por tal título de relación- siempre se ha referido como su mentor, con admiración y agradecimiento; casi a la única persona a la que ha elogiado. Nunca se esperó de ella que fuera una «perfecta ama de casa». No coincide con los datos reales. Es una mentira. Y Cruz ha dicho muchas, como veremos.
Al tiempo que su inhabilitación de la religión es tan completa, la renacida y rebautizada a sí misma como Cruz Sánchez de Lara no ha hecho otra cosa que hablar de ética, ha concedido entrevistas sobre la materia, ha dado conferencias y charlas tratando de educar, situándose como una guía moral; lo ha hecho tanto ante las Fuerzas de Seguridad como ante el Colegio Universitario Villanueva del Opus Dei. Se ha presentado como una referencia ética dispuesta a transformar la sociedad; ante la visión de todos, se ha destacado como una persona capaz de dar lecciones. ¿En qué sentido, como miembro de una nueva clerecía laicista, está en condiciones de hacerlo? ¿Cuáles son las consecuencias, los efectos en las vidas de las personas que han podido disfrutar de su compañía? ¿Han mejorado éticamente? ¿Les ha ido mejor, siguiendo los postulados morales feministas predicados por Cruz? ¿Han sido más felices? ¿Ha sido ella compasiva con ellos? ¿Les ha alentado a superarse?
Cruz Sánchez de Lara ha visitado campos de refugiadas sirias en el Líbano. Ahí ha manifestado su amor por la humanidad y por los más sufrientes. Muestra una constante preocupación por los derechos humanos y, si bien considera que todo abogado es un defensor, un ejerciente de esos derechos, ella -negro raso y tacón alto- ha destacado hasta ser apodada como la «Amal Clooney española«. Ha recibido honores y premios internacionales por su lucha contra la violencia de género. Su curriculum, profesional y moral, es impresionante, como resaltan quienes la han entrevistado. Pero al tiempo ese curriculum parece el fruto de un diseño. Tras la acumulación se percibe cierta sensación de vacío, como si estuviéramos más ante márketing engañoso que ante realidad admirable; demasiado celofán y poco contenido; decorado brillante de cartón piedra.
Vamos a considerar, por un momento, como mera hipótesis, que Cruz Sánchez de Lara mintió o se inventó un relato en la denuncia y juicio que se sustanció con la condena a un año de prisión de su primer esposo, Juan Carlos Iglesias Toro; por un momento, como mera hipótesis, aceptemos que Juan Carlos dijo la verdad cuando negó los hechos acusatorios, sin soporte probatorio, y que sus testigos -mucho más directos, por cierto, de los hechos, que los de la acusación- dijeron la verdad. Hay legitimidad para la especulación por cuanto la sentencia es literaria, arbitraria y no jurídica; una ofensa directa al sentido universal de lo que es justo, al que hizo referencia Pericles en su Oración fúnebre, recogida por Jenofonte.
Las pocas pruebas existentes caen por completo del lado de la hipótesis de que Cruz mintió y la juez la creyó porque quería creerla, porque se invistió de una malévola justicia de género: las cartas cruzadas con Juan Carlos son amables, no hay ningún testigo directo, ninguna grabación en medio año en el que ya no convive con el supuesto maltratador y éste no puede desarrollar sus arteras artimañas. Tampoco hay ninguna denuncia previa, ni nada más llegar a Madrid, sacudiéndose el yugo, sino cuando entra en contacto con la Federación de Mujeres Progresistas. La conclusión, en esa hipótesis, es escalofriante: entraría en el terreno de la psicopatología ideológica. Al fin y al cabo, en la tesis feminista en la que milita Cruz, el hombre siempre es culpable y se le puede administrar el odio acumulado por todos los maltratos y violaciones cometidos desde las cavernas.
Sería, entonces, una historia de abuso de poder, de tiranía judicial, pues la Ley de Violencia de Género del inefable José Luis Rodríguez Zapatero, en cuya línea socialista ha militado Cruz, mantenida en vigor por Mariano Rajoy, da un poder a la mujer sobre el hombre, al que se ha despojado del bello atributo de la presunción de inocencia. En esa hipótesis, a Cruz Sánchez de Lara le hubiera convenido aparecer como mujer maltratada en el ámbito lleno de oportunidades que se le abría con la Federación de Mujeres Progresistas. Tenía un móvil. Juan Carlos Iglesias Toro, en esa hipótesis, habría sido una víctima en la lucha de Cruz por escalar los peldaños del poder y la notoriedad. Al fin y al cabo, es unánime la percepción de que Cruz es ambiciosa, sumamente ambiciosa. La ambición no es mala; sólo son perversos los medios que se pongan, sin escrúpulos morales, para alcanzar los objetivos autopropuestos.
Cruz Sánchez de Lara, como hemos visto, ha demostrado amor a la Humanidad, pero ¿qué les ha sucedido a los cercanos, a los prójimos? ¿han recibido los influjos beneficiosos de esta guía moral? Hemos visto el caso de Juan Carlos Iglesias Toro. Le ha destrozado la vida hasta rechazar tener relación alguna con su hijo, por miedo a ser denunciado de nuevo y tener que ingresar en prisión. Cuando la juez Javato se extraña, y lo considera un elemento de prueba, que se aireen las intimidades de personas conocidas en Cáceres, obvia que Cruz ya está viviendo en Madrid, que no es conocida en Cáceres, sino el que tiene notoriedad y fortuna es él; una fortuna que se esfuma camino de la insolvencia, tras cumplir los pactos del divorcio de mutuo acuerdo. Parece haber un ensañamiento extemporáneo. Veremos otros casos de personas que maldicen el día en que Cruz se cruzó en su camino.
¿Ha sido honrada en los negocios? La empresa de telefonía móvil, que puso en marcha en Cáceres con su hermano, con el apoyo del entonces esposo, tuvo que cerrarse entre groseras acusaciones de estafa, aunque quien figuraba como administrador único era Juan Carlos Iglesias Toro que, en términos coloquiales, fue quien se comió el marrón y pagó los falsos autónomos.
En algunas declaraciones, demuestra una notable capacidad para la fabulación y el doble lenguaje. En la entrevista de Gea dice que «a los veintiún años, antes de terminar mi carrera, me senté al lado de un sabio abogado, que fue mi maestro». Se trata de su suegro, Simón Iglesias, y está sublimando su posición de meritoria sin sueldo, por el favor de su primer esposo abriéndole las puertas del despacho familiar para que se formara.
Hay un momento clave en la biografía de Cruz Sánchez de Lara que destaca sobre la sucesión de los demás. Y ese sin duda es la sentencia del 8 de marzo de 2.005 que condenó a Juan Carlos Iglesias Toro y concedió a Cruz Sánchez de Lara el título de mujer maltratada que ella ha exhibido con orgullo y en el que ha fundamentado su trayectoria y prestigio profesionales. «Me han creído, pensé«, ha rememorado Cruz respecto al momento en que fue informada de la sentencia. Fue un acto de fe en la sinceridad de Cruz, quien -juez Javato dixit– «narra con todo lujo de detalles cual era la convivencia real del matrimonio». ¿Es Cruz una persona veraz y auténtica? ¿Tiene aversión a la mentira de forma que es directamente creíble, incluso sin el soporte de las pruebas? Cruz ha dicho muchas mentiras sobre su vida y muy pocas verdades.
En un perfil encomiástico y hagiográfico de Cruz, El País destaca que «no quiere jefes». Una proclamación orgullosa y extrema de militancia feminista. Sugiere que estamos ante la presencia de una mujer autónoma, hecha a sí misma, que no debe nada a nadie, del sexo opuesto, por de pronto. ¿Es esto verdad? No. En absoluto. Cruz ha sido sistemáticamente favorecida por los varones que han ido pasando por su vida. Podría decirse que los ha utilizado. Juan Carlos Iglesias Toro la mantuvo y la financió la carrera de Derecho. Incluso pudo hacer gestiones con sus amigos de la Facultad -Cáceres es un pañuelo- para que la favorecieran. Le abrió las puertas del prestigioso despacho familiar. Lejos de esa imagen de controlador obsesivo por los gastos de su esposa, hay detalles que lo muestran como generoso, pagando operaciones de cirugía estética (y algunas más escabrosas) y de fotodepilación eléctrica. Cuando inicia una nueva vida, lo hace trasladándose a Madrid a casa de un «locutor de radio«, que, por supuesto, la mantiene mientras dura la convivencia. Hete aquí que cuando pone en marcha su despacho Exaequo, con Yolanda Corchado, como ariete feminista, la que no quiere jefes permite que Alberto Closas Jr, el hijo del actor, sea quien lo sufrague y tenga la condición de administrador único. En suma, en buena parte de su vida, Cruz ha tenido jefes y siempre ha sacado provecho de sus relaciones sentimentales. No faltan quienes la identifican, a tenor de su biografía, con el biotipo clásico de la trepa; aunque puede haber en este caso connotaciones progresistas que se nos escapan.
El relato de su maltrato psicológico continuado ha sido adornado por Cruz en versiones posteriores. Algunos asistentes a sus charlas sobre violencia de género afirman haber escuchado truculencias. En declaraciones entrecomilladas a Voz Pópuli, 14 de noviembre de 2.016, ella misma se saca de la manga malos tratos físicos, que no denunció ni en el juicio en que -la juez Javato dixit– narró con todo lujo de detalle la realidad de la convivencia familiar. En esa declaración a Voz Pópuli dice: «te ponen detrás una mano, o un cuchillo, y te conviertes en una actriz merecedora del Goya». Nunca hubo una mano y mucho menos un cuchillo. Cruz miente o fabula.
También miente cuando afirma que «con tres sentencias condenatorias soy feliz. Lo habría sido sin sentencias, pero no me dejaron». No han sido tres sentencias condenatorias, sino sólo una, en lo referido al maltrato psicológico. Consciente de lo que se le venía encima, Juan Carlos Iglesias Toro tuvo la desgarradora prudencia de cortar toda relación con su hijo, para no estar en la cercanía de Cruz. Aunque en la denuncia dirimida por el Juzgado de lo Penal número 23 de Madrid el 28 de mayo de 2.010, Cruz acusa también de maltrato, el ministerio fiscal calificó los hechos como constitutivos de un delito de abandono de familia, que es lo que sentenció el juez; cuestión relativa a los impagos de lo establecido en el convenio regulador, a los que Iglesias no hace frente por contumaz insolvencia. Cruz se queja de que «los procedimientos judiciales seguidos contra el acusado no estaban dando resultado positivo en cuanto a la obtención de bienes o derechos embargables«, lo que desprende cierto aroma a ensañamiento.
También miente cuando afirma que «yo sólo quería que me dejaran tranquila, como muchas otras mujeres, sólo que eso no funciona». Cruz proyecta lo que ella misma ha descrito como el prototipo de mujer maltratada, pero no es su caso. En el peor de los escenarios, desde mediados de 2.003 hasta 2.005, cuando se produce la denuncia, no hay el más mínimo contacto con Juan Carlos Iglesias Toro, ni visual ni telefónico. La ha dejado tranquila cuando se descarga la revancha jupiterina.
Sí ha tenido jefes, y se ha aprovechado de ellos; nunca hubo mano ni cuchillo; no son tres las sentencias por maltrato; y estaba tranquila cuando denunció. Y ha sido cómplice de los perjurios de Covadonga Naredo, como luego veremos. No hay nada que haya dicho sobre su vida en la que se la pueda creer a pies juntillas; si se someten a escrutinio sus frases, afloran medias verdades y mentiras poco piadosas.
Más aún, Cruz Sánchez de Lara ha sido denunciada como cabeza de una trama de denuncias falsas. Cuestión que está sobreseída provisionalmente en Juzgado y Audiencia Provincial, pero que tendrá que dirimir el Tribunal Constitucional. Estos hechos los detallaremos más adelante, pero ahora es preciso constatar nuevas mentiras. Fue denunciada como inspiradora de la friolera de siete denuncias falsas en tanto que abogada de la madre del primer hijo de Jesús Muñoz. Cruz tuvo la desfachatez de llamar a Voz Pópuli para mentir: «no fueron siete -dijo-, sino que fue una denuncia, sino que se hizo valer la presunción de inocencia por falta de pruebas que la enervaran«. Fueron siete, sí. También mintió cuando puntualizó que «intervine en el juicio como abogada del padre de la víctima». ¿Víctima, por qué? ¿Acaso por haber presentado siete denuncias falsas? La demanda civil fue presentada por Cruz Sánchez de Lara.
Ninguna de las declaraciones efectuadas por Cruz Sánchez de Lara pueden ser creídas sin ser contrastadas con los datos reales y cuando esto se hace se descubre que ha tejido un tapiz de mentiras con el que ha reescrito su biografía, dando de sí misma la imagen más conveniente como guía moral feminista, pero no la real. La juez María José Javato la creyó y hundió la vida de un inocente. Un error judicial.