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Carta del Editor: La sociedad zombi

Redacción




Enrique de Diego.

Decía el gran hombre que era Gilbert K Chesterton que el pecado original es el único dogma que no precisa demostración, basta con abrir la ventana para ser consciente de la existencia del mal. En el año 2020 abrías la ventana y te topabas con el mal descarnado, rampante, invadiéndolo todo sin resquicio. Fue ese año en el que perdí todo rastro o miasma de inocencia.

En los primero compases, el sistema minimizó al bichito de buan, como dijo la Padilla. Y acertó, luego el tarado genocida Bill Gates ha dicho que le salió mal, que era poco más que un catarro. Estos diabólicos de vez en cuando se pavonean con sus logros y sus estupideces. Ya mi hijo me avisó del vídeo en que ese canalla decía que se podía reducir la población con las timo vacunas en un 10 ó un 15%.

De pronto entró el mundo en convulsión, las televisiones como un coro de grillos se pusieron a propiciar la histeria, con retransmisiones en directo de las ruedas de prensa de Fernando Simón y aquellos lacayos vergonzosos de los mandos de la Guardia Civil y Policía Nacional, con Pedro Sánchez chupando cámara; el mayor genocida.

Hubo que improvisar una heroica resistencia, mientras el común de los mortales, los televidentes, salían a aplaudir a las 8 a los satanarios. Era el diabólico reino de la mentira. La gente parecía no entender, y uno comprendía la coletilla de Nuestro Señor Jesucristo, «el que tenga oídos para oír que oiga» y entienda.

Las personas queridas se timo vacunaban porque lo decía el Estado y ellos eran funcionarios. Si te desgañitabas te tomaban por loco, como aquella familia con su hijo que iba a hacer la primera comunión y al decirles que no se timo vacunarán me rechazaron como si fuera realmente un bacilo o el sacerdote, que bajo la canallada máxima de Bergoglio del «acto de amor», se había timo vacunado y al considerarse inmune cuando le dije que no y que tomara los antídotos me quiso hacerme salir por la puerta de la sacristía, a lo que me negué, y ahora él espera la muerte con una enfermedad degenerativa.

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Publiqué el libro «Yo no me vacunaré» donde pude y se situó el número uno en Amazon hasta que lo censuraron. La censura fue una de las señas de identidad de la plandemia. Me hice una camiseta con ese lema y me la puse todos los días. Iba por los colegios avisando a las madres de que no timo vacunaran a sus hijos. Me echaron inmisericordemente de Facebook y de Twiter. Ximo Puig ponía autobuses gratis para ir a ser inyectados con el veneno de muerte y las colas eran kilométricas.

Todo el sistema sanitario o satanario colaboró en el crimen, en el genocidio, las enfermeras satanarias pinchando a diestro y siniestro. Una pazguata de Ávila había salido del paro e hizo declaraciones porque era la que más había matado. Los hospitales se convirtieron, eran ya, pero fue llevado al paroxismo, en campos de exterminio cogiendo a lazo a los ancianos y matándolos, intubándolos, quemándoles los pulmones con oxígeno puro. Algo muy similar al ciclón BX de Auschwitz. En las residencias hubo una auténtica desbanda del personal y los ancianos murieron de hambre o de sus enfermedades crónicas al no facilitarles la medicación.

Todos los partidos colaboraron, todos son culpables, desde Miguel Ángel Revilla, por lo civil o por lo militar, hasta Alberto Núñez Feijoó que hizo una masacre de gallegos y trató de enmendar la plana al psicópata Pedro Sánchez en el radicalismo genocida y totalitario, hasta el separatismo, con Iñigo Urkullu y Pere Aragonés. Puse una denuncia en los Juzgados para que terminaran con la farsa genocida y la admitieron a trámite, hasta que la leyó la jueza y le ardió en las manos.

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Aprendimos a luchar con pocos medios. Ahora la gente vive acojonada por la repentinitis o por enfermedades autoinmunes. Un buen amigo cuya madre tiene trombos en los pulmones ya sabe su madre, tras los primeros compases de negación, que es por la timo vacuna, ya no se pincha, ni su padre, ni su hermano ni su cuñada. Vivimos en una sociedad zombi en la que todo el mundo es consciente de que se le ha tomado el pelo, de que se le ha intentado matar o enfermar, pero, avergonzados, lo susurran o lo mascullan en las tertulias familiares.

Así que espero el tratado de plandemias de la OMS, lo espero porque la gente despertará, ha despertado de la pesadilla pero sigue sonámbula, y la OMS y esta casta parasitaria servil habrá cavado su propias tumba. Entonces será el ajuste de cuentas.