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Bergoglio, Fátima y Garabandal

Redacción




William Kilpatrick en Crisis Magazine.

El papa Francisco dice que no nos preocupemos por el pecado. La Virgen dice otra cosa.

Los católicos están confundidos y divididos con respecto al papa Francisco. Durante años, ha estado introduciendo cambios novedosos en la Iglesia que parecen entrar en conflicto no solo con las prácticas tradicionales, sino también con las enseñanzas establecidas de la Iglesia.

Un número cada vez mayor de católicos ha llegado a la conclusión de que Francisco (junto con otros miembros de la jerarquía) está en proceso de crear una Iglesia alternativa, una que está destinada a sustituir con el tiempo a la verdadera Iglesia.

Los defensores de Francisco dicen que solo está tratando de reformar la Iglesia, de renovar una estructura envejecida que necesita reparaciones. Por el contrario, los críticos afirman que está tratando de destruir la Iglesia, con el objetivo de construir en su lugar una nueva Iglesia basada en principios humanistas. Afirman que, aunque Francisco y sus partidarios presentan los cambios como una evolución natural de la doctrina de la Iglesia, en realidad son un rechazo radical de la misma.

Según este punto de vista (que comparto en gran medida), lo que tenemos, en efecto, son dos Iglesias que comparten el mismo espacio. Sin embargo, aunque la facción progresista pretende derrocar a la Iglesia de los siglos, le resulta útil mantener la ilusión de que se trata de la misma Iglesia, hasta que la transformación sea completa.

Como dijo el teólogo Thomas Weinandy, OFM, Cap: «Lo que la Iglesia terminará teniendo es un papa que es el papa de la Iglesia católica y, simultáneamente, el líder de facto, para todos los propósitos prácticos, de una Iglesia cismática. Como es el jefe de ambas, se mantiene la apariencia de una Iglesia, mientras que en realidad hay dos».

La pregunta es: ¿cómo distinguir la Iglesia impostora de la Iglesia establecida por Cristo?

Aunque hay varios indicadores, creo que el principal indicio se encuentra en las diferentes actitudes hacia el pecado. La verdadera Iglesia se toma el pecado muy en serio y advierte constantemente sobre él. De hecho, la principal misión de la Iglesia es salvarnos de nuestros pecados. Por otro lado, uno de los principales objetivos de la Iglesia que Francisco y sus seguidores están construyendo es restar importancia al pecado.

En varias ocasiones, Francisco ha menospreciado los pecados sexuales, refiriéndose a ellos como el «más leve de los pecados» o bromeando como «pecados por debajo de la cintura». Parece ser que a un grupo de seminaristas españoles les dijo que deben absolver todos los pecados en el confesionario, aunque no haya muestras de arrepentimiento. En una ocasión, al ser preguntado por las hazañas de un sacerdote homosexual, Francisco respondió: «¿Quién soy yo para juzgar?«. Pero -con la excepción de los pecados contra el medio ambiente y los «pecados» de rigidez- parece adoptar una actitud de «Quién soy yo para juzgar» hacia casi todos los pecados.

Aunque Francisco ha condenado el aborto en varias ocasiones, también ha enviado señales diferentes sobre el tema en otras muchas ocasiones. Cuando el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, prohibió a Nancy Pelosi comulgar por su claro apoyo al aborto, Francisco no tardó en señalar su desaprobación a Cordileone. Poco después de que el arzobispo anunciara la prohibición, Pelosi viajó a Roma, recibió la comunión en el altar de la Basílica de San Pedro y fue calurosamente saludada por Francisco.

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En varias ocasiones, Francisco ha dicho que procurarse un aborto es «como contratar a un sicario». Si es así, ¿por qué se empeña en saludar cordialmente a uno de los principales sicarios del mundo? ¿Y por qué, cuando tiene la oportunidad, castiga a Cordileone elevando al arzobispo de San Diego, Robert McElroy, al cargo de cardenal, cuando lo normal es que ese puesto fuera para Cordileone? McElroy, por cierto, es conocido por ser bastante laxo en la cuestión del aborto.

Así que, por un lado, Francisco dice que el aborto es un pecado grave. Por otro lado, actúa como si no fuera muy grave. Eso, por supuesto, es bastante confuso. Y confundir deliberadamente a los demás sobre el bien y el mal es un pecado en sí mismo.

Se llama escándalo. Como dice el Catecismo, «el escándalo es una ofensa grave si por acción u omisión se induce deliberadamente a otro a una ofensa grave» (2284).

Aplicado al aborto, esto significa que quien minimiza la gravedad del aborto es en parte responsable del pecado de otro cuya decisión de abortar se basa en la disminución de la gravedad del pecado por parte del primero.

El Catecismo continúa diciendo: «El escándalo es grave cuando lo dan quienes por naturaleza o por oficio están obligados a enseñar y educar a los demás» (2285).

Parece particularmente escandaloso que Francisco y muchos otros prelados resten importancia a la gravedad del pecado en un momento en que la conciencia del pecado ya está en horas bajas entre los católicos de las sociedades occidentales. Numerosas encuestas han demostrado que la mayoría de los católicos estadounidenses aprueban ahora comportamientos que, según la doctrina de la Iglesia, son intrínsecamente pecaminosos.

La ironía es que el objetivo de Francisco de tranquilizar nuestras conciencias ya se ha logrado en gran medida. Lo que se necesita ahora es una mejor comprensión de la realidad y la gravedad de nuestro pecado: el daño que nos hacemos a nosotros mismos y el daño que hacemos a los demás.

Esto me trae a la memoria una supuesta aparición mariana de hace sesenta años, que aún no ha sido aprobada y que está recibiendo cada vez más atención. Entre julio de 1961 y noviembre de 1965, en la pequeña localidad española de Garabandal, cuatro niñas de 11 y 12 años recibieron supuestamente la visita de la Virgen María en numerosas ocasiones.

La autenticidad de las apariciones aún no ha sido confirmada por la Iglesia, pero el contenido del mensaje transmitido a las niñas está en consonancia con apariciones marianas aprobadas como la de Fátima. Además, el mensaje parece aún más actual hoy que durante la revolución sexual de los años sesenta. En resumen, el mensaje que recibieron las niñas fue casi exactamente el opuesto al que ahora promulgan Francisco y los cardenales y obispos que se alinean con él. A las niñas no se les dijo que adoptaran una actitud más relajada hacia el pecado. Por el contrario, se les dijo que llegaría el día en que todas las personas se sentirían justamente mucho más culpables de sus pecados.

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La Santísima Virgen predijo que llegaría un día en que cada persona del planeta, creyente o no creyente, recibiría simultáneamente una intensa revelación personal de sus pecados. Según el testimonio de las niñas, cada persona vería la gravedad de sus pecados, no solo los que había cometido, sino también el bien que podría haber hecho y no hizo. Además, testificaron que para la mayoría de las personas sería una experiencia aterradora porque veríamos nuestras almas como Dios las ve.

Al mismo tiempo, la Advertencia se experimentará como una gran bendición: una oportunidad para ver las consecuencias de nuestros pecados, pedir perdón por ellos y enmendar nuestras vidas.

La Advertencia parece ser exactamente la medicina adecuada para nuestros tiempos permisivos y también el antídoto apropiado para el mensaje de que «el pecado no es un gran problema» que ahora promueven el Vaticano y el Sínodo.

En este sentido, vale la pena señalar que el mensaje de María a los niños en Fátima también hace hincapié en la gravedad del pecado, en particular los pecados sexuales. Como señala el periodista católico Thom Nickels en un artículo reciente, «El mensaje de Fátima… contiene una cláusula que afirma que la mayoría de las personas que van al infierno van allí por los pecados de la carne, lo contrario de lo que Francisco sugirió recientemente mientras visitaba a sus amigos jesuitas en Portugal, donde comentó que se presta demasiada atención a los ‘pecados por debajo de la cintura’».

En nuestra época tan permisiva, las palabras de María pueden parecer duras, pero también parecen más realistas que la despreocupación de Francisco por los pecados sexuales. Es lógico que la mayoría de las personas que están en el infierno lo estén por pecados de la carne. No es que los pecados sexuales sean más graves que otros pecados. Es que la tentación de cometer un pecado sexual es mucho más frecuente que otras tentaciones que podrían llevar al Infierno, como las tentaciones de secuestro, traición, tortura, asesinato y similares.

En cualquier caso, parece más prudente escuchar a la Madre de Dios que depositar la confianza en Francisco. La aparición de María en Fátima en 1917 es quizá la aparición mariana mejor autentificada. Además de la aprobación de la Iglesia, el Milagro del Sol que María predijo fue presenciado por 70.000 personas -incluyendo un número de ateos y agnósticos que vinieron a burlarse pero volvieron a casa como creyentes.

¿Cuál parece más acorde con el mensaje del Evangelio: el mensaje de María sobre el arrepentimiento o el consejo de Francisco de no ser tan duro con uno mismo?