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El “Proceso Sinodal”: ¿la creación de una nueva Iglesia?

Redacción




(George Weigel/Catholic World Report)-Una de las peores letras de cantos para la misa contemporáneos nos pide que “Cantemos para que nazca una nueva Iglesia”. Este mandato no sólo degrada la noble melodía de un antiguo himno, “Nettleton”, sino que asume una arrogancia pseudocristiana contraria al Evangelio. Conozco a más de un obispo que ha prohibido “Sing a New Church” en su diócesis. Esa prohibición debería aplicarse universalmente.

En las parroquias que se toman en serio sus cantos, “Nettleton” suele ser la melodía con la que se canta «Dios te alabamos, Dios te bendecimos”. Ese himno es una adaptación del antiguo Te Deum, uno de los cánticos más solemnes de la Iglesia, que incluye el siguiente reconocimiento: “A ti, Señor, te reconocemos” y que nos recuerda por qué la admonición de “cantar para que nazca una nueva Iglesia” es una perniciosa tontería. El Dios Tres Veces Santo es Señor soberano de la Iglesia; nosotros no somos señores de la Iglesia, sea cual sea nuestra posición en la comunión jerárquica de sus discípulos. Cristo dio a la Iglesia su forma constitutiva; el Espíritu Santo inspiró las Escrituras de la Iglesia y el desarrollo de su doctrina; Cristo y el Espíritu nos conducen al Padre. No creamos nuestra propia hoja de ruta para ese viaje, y cuando lo hacemos (como San Pablo se pasó 16 capítulos explicando a los romanos) nos dirigimos a un serio problema.

Sin embargo, la noción de que el catolicismo es “nuestro” y que podemos remodelarlo en algo nuevo ha impregnado el “proceso sinodal” en toda la Iglesia mundial. También predominó en el “camino sinodal” alemán. Que la Iglesia tiene una “constitución” (en el sentido británico del término) dada por Cristo no se afirma con rotundidad en el Instrumentum Laboris del Sínodo, su documento de trabajo. Peor aún, los borradores anexos al Instrumentum Laboris, que pre-estructuran las discusiones del Sínodo de una manera que parece incompatible con el llamado del Papa Francisco a la parresáa («hablar libremente»), enturbian las aguas eclesiales al poner sobre la mesa sinodal preguntas que ya en el pasado recibieron respuestas definitivas por parte del Magisterio de la Iglesia. De este modo, la “Asamblea Sinodal” es invitada por el Instrumentum Laboris a debatir sobre la creación de una nueva Iglesia, pero sólo sobre aquellos asuntos que la Secretaría General del Sínodo, que preparó el Instrumentum Laboris, considere urgentes y apropiados.

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Esta no es la línea oficial, por supuesto. Al presentar el Instrumentum Laboris, el cardenal Jean-Claude Hollerich, SJ, relator general del Sínodo, dijo que el propósito del Sínodo no era cambiar la enseñanza católica, sino “escuchar”. A lo que cabe preguntarse: “¿escuchar con qué fin?”. ¿Insinuaba el cardenal luxemburgués que ciertas cuestiones muy queridas por los progresistas católicos -las mujeres ordenadas diáconos; la ordenación de hombres casados (viri probati) como sacerdotes; la Sagrada Comunión para los casados fuera de la Iglesia; la enseñanza moral católica, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad; el ejercicio de la autoridad dentro de las parroquias y diócesis; el cambio climático y sus implicaciones para la vida eclesial- no se han debatido y discutido ad infinitum (y en algunos casos ad nauseam) durante décadas? ¿Cuál es el propósito de airear todo esto de nuevo? Si de lo que se trata es de sugerir que los asuntos resueltos están en realidad sin resolver, entonces la apelación a “escuchar” es o muy mala teología o muy poco sincera (y está destinada a contribuir a un mayor enfado entre los católicos progresistas cuando lo inmutable no se cambie porque no se puede cambiar).

Como autor de Catolicismo evangélico: Reforma profunda en la Iglesia del siglo XXI, estoy totalmente comprometido con una Iglesia permanentemente en misión en la que los católicos hagan suyo el gran encargo que recibieron el día de su bautismo: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Además, estoy convencido de que uno de los males del Instrumentum Laboris -el “clericalismo”- es un obstáculo para afrontar los retos de la Nueva Evangelización, si por clericalismo se entiende un liderazgo autocrático. Habiendo escrito más de 1.500 columnas como ésta en la prensa católica a lo largo de décadas, apoyo plenamente una Iglesia “que escucha” y cuyos sacerdotes y obispos se toman en serio las aportaciones de los laicos.

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También creo que cuando los católicos dicen “es nuestra Iglesia y tenemos que recuperarla”, cometen un grave error. Porque la Iglesia es la Iglesia de Cristo, su Cuerpo Místico (como enseñó Pío XII), llamada a llevar su luz a todas las naciones (como enseñó el Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia), y a hacerlo con “la alegría del Evangelio” (como el Papa Francisco llamó a su primera exhortación apostólica).

No vamos a cantar, ni a hablar, ni a hacer “nacer una nueva Iglesia”. Esa debe ser la premisa que guíe el “proceso sinodal” mundial que está previsto que culmine en Roma en octubre de 2023 y octubre de 2024, si queremos que estos ejercicios den frutos evangélicos y espirituales.