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Sepúlveda, Milenio

Redacción




Enrique de Diego.

Sepúlveda, año 979 de la Encarnación de Nuestro Señor.

Las atalayas iban prendiendo una tras otra. El terror se dibujaba en las caras de los aldeanos que corrían a refugiarse tras los muros de Sepúlveda. Gonzalo se allegó a la muralla, sereno el ánimo, dispuesto para la lucha. Había muchos presagios en el ambiente de que se acercaba el fin del mundo, pues estaba próximo el año mil de la Encarnación de Nuestro Señor, de tantas resonancias apocalípticas.

Y había muchos signos: en Córdoba había ascendido al poder ibn Abi Amir Almansur y se disponía a atacar. En la fortaleza de Gormaz, a orillas del Duero, dominándolo, se había acumulado una gran tropa de bereberes, gentes del desierto, sedientos de sangre y esclavos. Gonzalo pensó en Araceli y en su pequeña hija, y le creció un temor acallado pronto por reservas inmensas de coraje.

A lo lejos, se oía como un rugido de un monstruo gigantesco que se aproximaba con retumbar de grandes tambores. Al poco tiempo, una hueste parecida llegar del mismo infierno se aprestó sobre la cima cercana. Los caballos se entremezclaban con unos extraños animales de dos jorobas, mientras los hombres velados observaban con ojos fieros. El retumbar de los tambores se hacía atronador.

El año 979 de la Encarnación de Nuestro Señor, Almanzor destruyó los arrabales, casas y cultivos de Sepúlveda, la ciudad que había repoblado en el año 940 el conde Fernán González, la septepública romana, la ciudad de la siete puertas. Espolón en la frontera que cerraba el Puerto de Somosierra, teniendo a sus espaldas la ancha llanura de Castilla.

Garci Fernández, el de las bellas manos

El segundo conde de Castilla, Garci Fernández le tocó enfrentarse a Almanzor. Garci Fernández, apodado el de las bellas manos, que debía llevar enguantadas en sus visitas a los castillos pues las damas se derretían por aquellas manos, fuertes para guerrear y dulces para acariciar.

Gonzalo, el héroe de nuestra epopeya, era uno de aquellos castellanos que habían acudido a Sepúlveda quizás huyendo de un delito de sangre, al amparo de los fueros que le daban inmunidad, terreno para construir y todo el que pudiera labrar. Era una de los caballeros pardos, que podía tener caballo que servía para arar al tiempo que su dueño con la espada cinchada y presta para combatir. No pagaba impuestos y tenían la consideración de nobles, que con todo su orgullo podían cabalgar por las amplias veredas y las lozanas praderas ahítas de cantueso donde pastaban los corderos. Pero esos privilegios de hombres de la frontera, sin igual en el resto de la Cristiandad, tenían un alto coste: sobre ellos rompía la marea musulmana.

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Puerta de la fortaleza de Gormaz.

Almanzor, un burócrata ascendido mediante artimañas del harén, demostró ser buen estratega. Un total de 54 razias, todas exitosas llevó a cabo, la más famosa en el año 997, la que asoló Santiago de Compostela, llevándose las campanas de la catedral.

Garci Fernández (970-995) luchó fieramente, sin descanso, y una y otra vez fue vencido. Los reyes cristianos fueron cediendo al ver sus capitales asediadas y sus súbditos esclavizados, Barcelona, León, Zamora…Sancho Abarca, rey de Navarra, entregará a Almanzor su hija Abda quien le dará un hijo, Abd-al-Rahman Sanchol y el rey leonés Bermudo II a su hija Teresa, de la que no tuvo descendencia.

No Garci Fernández, resistió y luchó, incluso cuando su hijo Sancho García se rebeló, instigado por Almanzor en el año 994. Antes, Garci Fernández dio asilo a Abd Allak, el hijo mayor de Almanzor, que había urdido una conspiración contra su padre, con los caídes de las coras de Toledo, Abd Allah «Piedra Seca» y de Zaragoza, Abd-al-Rahman ibn Mutarrif. A la postre, Garci Fernández tuvo que entregar a Abd Allak, que fue degollado sin piedad por órdenes de su padre.

Mayo del Año de la Encarnación de Nuestro Señor de 995

El conde Garci Fernández paró con su pequeña hueste en un lugar de Soria llamado «Piedra Sillada». Había hecho una algara exitosa por aquellas tierras. Mientras hubiera vida en él seguiría luchando, como Gonzalo que había acudido y que tampoco se rendiría. Era un lugar entre los poblados de Langa y Alcózar, donde había un manantial. Pusieron las guardias, pero tenían el cuerpo cansado de dar mandobles y guerrear. A la mañana, fueron sorprendidos por una hueste sarracena. Garci Fernández plantó cara, pero fue herido en el cuello y llevado prisionero a Medinaceli, murió, y su cabeza fue llevada como trofeo a Córdoba.

En el año 1002, Almanzor se sintió mal en la razia que llevaba a cabo y volvió grupas para ir a morir a Medinaceli, probablemente su retaguardia fue alcanzada y destruida en Catalañazor.

Patriotas en homenaje a Garci Fernández.

El sacrificio y la bravura de Garci Fernández no cayó en saco roto ni fue estéril. Su hijo Sancho García rompió su sumisión con los musulmanes y después de enfrentarse a Abd el Malik, hijo de Almanzor, que murió en 1008 en extrañas circunstancias, fue el árbitro, entrando los castellanos en Córdoba, de la guerra civil que se desató. Abd-al-Rahman Sanchol se proclamó califa en sustitución de Hixam II, al que concedió los placeres del harén. En Toledo, le informan a Sanchol que en Córdoba ha estallado la fitna, la rebelión; vuelve grupas, pero es matado por sus hombres.

Se forman tres bandos: el caíd de Medinacelí, Wadih en defensa de los derechos de Hixam II, Al-Mahdi que se proclama califa y Suleyman, jefe de los bereberes, que pide apoyo a Sancho García y sus castellanos. Éste acude y cerca de Alcalá de Henares le sale Wadih, al que derrota, y en el Guadalquivir, Al Madih, resultando victorioso Sancho García, quien entra en 1009 en Córdoba a favor de Suleyman, quien le entrega numerosas plazas de la frontera, entre ellas, Sepúlveda.

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Almanzor fue llorado a su muerte en Córdoba porque se había muerto «el traficante de esclavos». A pesar de sus 54 razias exitosas, nunca conquistó ni un palmo de terreno ni una ciudad. Su finalidad era tomar esclavos y, sobre todo, esclavas cristianas, castellanas y norteñas, que se pagaban muy bien y eran muy bien valoradas. Eso le permitía costear su ejército. La tolerancia musulmana es una quimera, como lo es la convivencia entre las dos culturas. Se guerreaba siempre, con razias anuales: Almanzor, en algún año, dos. Los sepulvedanos estaban acostumbrados al batallar constante. Sus caballeros pardos eran soldados de élite, acostumbrados a la brega, con sus Iglesias construidas como auténticas fortalezas.

Monasterio de Cardeña.

El Duero fue frontera natural entre cristianos y musulmanes durante más de un siglo, que se dice pronto. Antes, en Covadonga se labró la supervivencia del reino godo. El yerno del rey Pelayo, Alfonso I el Católico (739-759) se beneficio de la guerra civil entre beréberes y árabes, extendiendo hacia el sur una zona yerma hasta el Duero, a fin de dificultar el aprovisionamiento. Es posible, visto el ejemplo de Almanzor, y su trata de esclavos en grandes dimensiones, que a los musulmanes consideraran conveniente un pequeño reducto cristiano al que ordeñar y conseguir esclavas cristianas. Desde luego, en el caso de Almanzor cuentan las crónicas musulmanas que los padres islámicos se las venían y se las deseaban para colocar a sus hijas dado el precio de las esclavas cristianas pues era mucha la oferta.

Garci Fernández nunca cedió, nunca dejó de luchar. Fue, se diría hoy, un perdedor, pero no rendirse tiene siempre recompensa. Pocos años después de su muerte, su hijo, que le enterró en San Pedro de Cardeña, retomó su senda abierta y entró triunfador en Córdoba.

En un canecillo de la vecina y preciosa Iglesia románica de Duratón se representa un camello que quizás quedaría en la retina del cantero de aquellas jornadas trágicas de Sepúlveda desolada por Almanzor.

Monumento erigido en «Piedra Sillada» al conde Garci Fernández.

En el año de la Encarnación de Nuestro Señor de 2006, un grupo de patriotas rendimos homenaje a Garci Fernández en «Piedra Sillada» y erigimos en su memoria, agradecidos, un monumento: un monolito con una espada que él siempre supo mantener con honor y sin mancilla.

Gloria al héroe cristiano, Garci Fernández, y a los leales caballeros pardos de Sepúlveda.