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Carta del editor: El doble alma de Estados Unidos (6): Una parte, la que vota al Partido Demócrata, ha dado la espalda a Dios, ha dejado de ser Estados Unidos

Redacción




Enrique de Diego.

Medio Estados Unidos, o algo menos, porque en el año 2020 se dio un fraude monumental, ha dado su espalda a Dios, algo inédito en la historia de esa gran nación, hoy una absoluta parodia de primera potencia, histérica ante la posibilidad de que la Corte Suprema devuelva a los Estados su capacidad de legislar sobre el aborto. En esa mitad, o algo menos, hay una escalada hacia la depravación irrestricta; el aborto es presentado como cuestión de «salud reproductiva»; muerte para el bebé, nada de salud para la mujer asesina; se coquetea ya con el infanticidio; se abandona el rabo entre las piernas Afganistán, mientras en Ucrania se vive la más estricta hipocresía y se da negocio al complejo industrial militar. Estados Unidos está dispuesto a defender unos valores pero no sabe qué valores y en ningún caso los suyos, como «ciudad en la colina», como nación cristiana, aunque hay Estados, la mayor parte, que consideran al Evangelio su guía y la Libertad su norte.

Benjamín Franklin, uno de los Padres Fundadores, escribió a Thomas Paine para reprocharle que considerara innecesaria la religión: «Aquel que escupe al cielo se escupe a sí mismo. Si los hombres tienen religión y son perversos; ¿qué sería de ellos si no la tuvieran?». John Adams, que fue el segund0 presidente, escribió: «Una de las grandes ventajas del cristianismo es que hace que todo el pueblo es que hace que todo el pueblo conozca, crea y venere el gran principio de la ley de la naturaleza y de las naciones, el de amar al prójimo como a uno mismo y el de no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros».

En ocasión memorable, en la despedida de su segundo mandato y de la vida pública, George Washington, dio su testamento político: «Todas las disposiciones y hábitos que hicieron posible la prosperidad política han contado con el apoyo indispensable de la religión y la moral». Cualquier persona que intentara debilitar «estos firmes sostenes de los deberes de los hombres y ciudadanos» era exactamente lo opuesto a un patriota. Es imposible que haya ningún tipo de «seguridad para la propiedad, para la reputación, para la vida, si el sentido de obligación religiosa no acompaña los juramentos que son el instrumento de investigación de los tribunales de justicia».

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Tampoco se puede mantener la moral sin la religión. Por más ayuda que pudiera proveer por sí sola una «educación refinada» a las «mentes de una estructura peculiar», la experiencia demostraba que la «moral nacional» no puede establecerse «si se excluye el principio religioso». De hecho, lo que decía Washington era que los Estados Unidos, por ser una república libre cuyo orden dependía del buen comportamiento de sus ciudadanos, no podría sobrevivir sin la religión.

En la cruenta guerra civil, Abraham Lincoln, cuando se le preguntó si Dios estaba de parte del Norte contestó: «Eso no me preocupa en absoluto, porque sé que el Señor está siempre del lado de los buenos. Lo que no cesa de angustiarme, aquello por lo que rezo contantemente, es que yo y está nación, estemos del lado del Señor». Y en su memorable alocución inaugural de su segundo mandato afirmó. «Ambos leen la misma Biblia y rezan al mismo Dios, y cada uno invoca su ayuda contra el otro. Puede parecer extraño que un hombre se atreva a pedir una ayuda justa de Dios para ganarse el pan con el sudor de otros hombres; pero no juzguemos si no queremos ser juzgados. Las plegarias de unos y de otros no podía ser respondidas; ninguna ha sido cabalmente respondida. El Todopoderoso tiene sus propios designios: ‘Maldito sea el mundo por las ofensas cometidas! Las ofensas son inevitables, pero ¡ay del hombre que las cometa!’ Abrigamos la esperanza -rezamos fervientemente por ello- de que este tremendo azote de la guerra acabe de una vez. No obstante, si Dios desea que continúe hasta que la riqueza acumulada por los doscientos cincuenta años de trabajo no recompensado del hombre esclavo se agote, y hasta que cada gota derramada por el látigo sea pagada por otra derramada por la espada, como se dijo hace tres mil años, aún en ese caso debemos decir que ‘el juicio de Dios es siempre acertado y justo'».

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El destino de Estados Unidos está íntimamente ligado a Dios, a la religión y al orden moral, a la ley natural que está inscrita en todos los corazones para distinguir el bien del mal. Una parte de Estados Unidos es fiel a este legado, pero otra, la que vota al Partido Demócrata y rinde culto a sus absurdas teorías se ha alejado de Dios y va camino de la perdición. Se ha alejado del mismo orden natural mediante el divorcio, el aborto, la ideología de género, y ahora alienta la esperanza de la depravación completa con la pedofilia y el infanticidio. Sodoma y Gomorra superadas. Otro Estados Unidos rinde culto a Dios, a la Vida y a la Libertad, es el círculo de la Biblia, el corredor mormón con epicentro en el Estado de Utah, el medio Oeste con Texas y Oklahoma, y Florida. Es de nuevo la «ciudad en la colina» hacia la que se vuelven las miradas. Da la impresión que la parte que ha dejado de ser Estados Unidos y la que mantiene, renovados, los principios de los Padres Peregrinos y de los Padres de la nación, no pueden convivir, pues son como el agua y el aceite. Debe haber un rearme moral, una polarización beneficiosa, sin cesiones ni concesiones, porque está en juego el futuro de la civilización y la especie. Y, como dice la Biblia, omne regnum divisum contra se, desolabitur. Todo reino dividido contra sí, será desolado.