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Vladimir Putin, el patriota ruso, el antiglobalista

Redacción




Virginia Montes.

Vladimir Putin, ex agente de la KGB que asistió con dolor a la caída de la URSS y su marcha al abismo de la sociedad rusa, del que él la ha sacado, es esencialmente un patriota ruso, cuyo sueño es la Gran Rusia de los Zares, porque, parafraseando a Charles de Gaulle, con quien tiene evidente semejanzas, no puede contemplar a Rusia más que rodeada de cierta grandeza. En ese sentido, presenta un liderazgo claro con objetivos definidos y voluntad par alcanzarlos, en un momento en que Occidente adolece de un complejo de culpa atenazante y destructivo, que sólo conlleva el instinto suicida del globalismo.

En su discurso del 22 de febrero de 2022, de una hora de duración a Rusia, calificó a Ucrania como que “nunca tuvo una tradición de Estado genuino” y reconoció como repúblicas independientes al Donbass y Luhansk, Recordó con dolor la desmembración de la URSS cuando “le dimos a estas repúblicas el derecho a salir de la Unión sin términos ni condiciones. Eso fue una locura”. Para él, Rusia existió en la URSS y antes de la URSS.

“Permítanme enfatizar una vez más que Ucrania para nosotros no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra propia historia, cultura, espacio espiritual”. Ese concepto de «espacio espiritual» es altamente significativo de su textura vital y de su visión política. Tras calificar de  «corruptos a los políticos ucranianos», lo cual es abrumadoramente cierto, y nazis, lo cual es también así, el hombre del Kremlin que cuida la gestual se refirió a que su nostalgia no es hacia la URSS, sino a ese «espacio espiritual» que es Rusia, un imperio del que se siente orgulloso. “¿Entonces quieres la descomunización? Eso nos conviene. Pero no nos detengamos a mitad de camino. Estamos preparados para mostrarte cómo es la verdadera descomunización”.

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Ucrania está ligada a ese «espacio espiritual», que es metapolítico, no exclusivamente étnico, ni idiomático; Ucrania es el Rus de Kiev, el estado más poderoso en los siglos XI y XII, y el origen de Rusia, de la Santa Rusia.

En unas intermitentes negociaciones, Putin ha comprobado la falta de hechura de los dirigentes occidentales, y especialmente de los norteamericanos, y de que no iban a poner sobre el terreno a soldados OTAN, todo iba a quedar en palabrería made in Biden y sus mariachis. Lo que definió como una «intervención militar especial» ha sido preparada con sumo cuidado y no tiene el tono de una invasión si nos atenemos a la, por ahora, escaso número de bajas y la débil resistencia, a la ausencia de la guerra de guerrillas.

Pero para llegar hasta aquí, Vladimir Putin ha recorrido en largo camino de firmeza frente a las fuertes disolventes del globalismo. Cuando tres feministas profanaron una Iglesia ortodoxa, en un remedo del movimiento Femen, promovido por George Soros y sacadas sus activistas entre la prostitución ucraniana, se convirtió el juicio en un alegato contra el laicismo y fueron a la cárcel. Las leyes contra la promoción de la sodomía, que tanto éxito tiene en un Occidente degradado, han sido un pilar básico de la política de Putin, que ha cortado de raíz la infección. Hasta llegar al foco purulento de la Open Society, cuya actividad está prohibida de hecho en la Rusia de Putin, ese «espacio espiritual»  que tiene en la Iglesia Ortodoxa uno de sus fundamentos más firmes.