Editorial.
Los nombramientos de coronel a general de la Guardia Civil se hacen en el Consejo de Ministros. Puede darse una idea del deterioro y la degeneración de ese sistema mantenido durante cuatro décadas. Ascienden los más pelotas, los más serviles, los más corrompidos moralmente. En la Policía Nacional, más de lo mismo o aún peor.
Nada queda vocacional, del «servir y proteger» o del «honor es la principal divisa»; son la guardia pretoriana de los políticos, no sirven ni protegen al ciudadano de a pie y el honor es un flatus vocis. En la Guardia Civil no queda nadie de los que lucharon contra ETA, que les dio tanta legitimidad y el cariño de los españoles. Policías y guardias civiles de bases aspiran o esperan ser enviados a alguna embajada, lo que aumenta considerablemente sus retribuciones, y que se consiguen por el favor de los políticos.
Las Fuerzas de Seguridad están totalmente degeneradas y en la medida en que, con la pandemia, se les ha dado el poder arbitrario de medidas absurdas o totalitarias, han perdido el norte de su auténtica función que sería, ciertamente, servir y proteger a los ciudadanos, y no reprimirles.
Hay una iniciativa bien orientada y renovadora como Policías por la Libertad, pero en general policías y guardias civiles son el enemigo, porque se han puesto en esa posición sin caer en mientes que ellos también está destinados a ser víctimas y que los enemigos globalistas son comunes. Por de pronto, todos han sido inyectados con el veneno de muerte, han sido tratados como infraseres desechables, como kleenex que se tiran, ellos y sus familias.
Carecen del honor, y de la hombría o la feminidad para proteger al menos a sus hijos del peligro. Cabría esperar que reaccionaran, abrieran los ojos y se dieran cuenta de él, pero de momento eso está muy lejos de ser esperable. Sirven a los corruptos y a quienes perpetran su ruina moral y su eliminación física. Pobres hombres manipulados y servidores del diablo, abusando de su poder. Engendros morales.