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Carta del editor: Elegía y homenaje a los muertos anónimos de repentinitis

Redacción




Enrique de Diego.

Aunque el sol abrase los campos de trigo, aunque queme el frío, con cantares en el pecho, sigue tu camino…Así nos va a seguir tocando vivir a todos de ahora en adelante, ante la siega inmisericorde que se produce a nuestro lado de vidas valiosas, de hijos de Dios, cada una ha valido toda la Sangre de Cristo.

Federica Cavenati.

Mueres tantos por repentinitis que se hace preciso hacer cada día una sección diaria. Cogemos los obituarios de la prensa de provincias, la fallera infantil de Sagunto, 24 años, Candela Noverques, toda una vida de sueños por delante, o de la prensa internacional, Kikka, Federica Caventi, 26 años, emprendedora, en el mundo de la moda, pero quiero rendir homenaje, hacer la elegía de todos los que no merecen ni unas pocas líneas en un rincón olvidado del más ignoto periódico de provincias. De ese joven que tomando unos vinos o unas cervezas en Granda se desplomó. Víctimas que no se reconocen por un estamento médico que está escribiendo la página más negra de la Historia, silente e inyectador.

Más de 40.000 muertos van en Estados Unidos, Europa y Reino Unido, según los datos oficiales. Una auténtica matanza preludio del genocidio planetario, como no se ha visto otro igual. La vez escandalosa en que una vacuna se retiró iba por 53 muertos. Esta masacre no la paran ni los gobiernos corrompidos ni los medios de comunicación comprados. ¡Tremenda responsabilidad la de ambos en el crimen abrumador!

He recibido una llamada de Luz Belinda, la diputada del Parlamento de Andalucía, la única diputada digna que ha alzado la voz. Su padre ha sufrido un ictus con 67 años, ha sido víctima del veneno de muerte. Durante todo el fin de semana ha sido una odisea kafkiana porque los médicos matarifes estaban empeñados en darle de alta. Con un ictus que le impedía andar, que le ha dejado paralizado un lado y le ha dificultado el habla. Y los médicos que no se merecen tan digno nombre, les va mejor el de matarifes, que no quieren reconocer que es una víctima del veneno de muerte sólo preguntan si está pinchado y a la respuesta de que si, aplican el protocolo de una PCR, que no sirve ara nada, salvo para que hagan negocio unos cuantos, porque así lo manda el protocolo. La responsabilidad camuflada y entumecida tras los protocolos del zampabollos Jesús Aguirre. Este es un caso que seguiremos. Por fin, ha sido hospitalizado y tratado con dignidad en el Hospital Torre Cárdenas de Almería, porque ha habido una médica digna de tal nombre. En ese Hospital donde se administra la muerte y no se quiere reconocer ningún efecto adverso del veneno de muerte. Pero lo más lacerante que me cuenta Luz Belinda es que ha visto a dos con síntomas y temblores de ser víctimas de la inyección letal, y a otro grupo con los mismos síntomas de su padre.

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Víctimas que no se reconocen, víctimas anónimas, del ARN mensajero, de la «terapia génica», que se ha vendido como vacuna, al decir de Stefan Oelrich, presidente de la División de Productos Farmacéuticos de Bayer, un hombre de supino cinismo, un pútrido globalista. A esas víctimas que no están contabilizadas, que no figuran en ninguna estadística, que han sido enterradas en silencio, vergonzantemente, como María, madre de tres hijos, casi con complejo de culpa, que la mató una inyección de Pfizer.

Dice un estudio de la Universidad de Harvard que sólo se declaran al VAERS un 1% de los casos. Me atrevo a decir que hoy son muchos más los que se entierran en silencio. Los que mueren de repentinitis, cuando repleto de proteína Spike el sistema inmunológico destrozado y despistado por el veneno de muerte, sin previo aviso, ataca al corazón o al cerebro, considerándolos enemigos, en una terrible y terrorífica y letal enfermedad autoinmune. Mueren sin otra culpa que la de haber sido engañados, que haberles metido el miedo en el cuerpo, que haberles manipulado, pero la responsabilidad en esas muertes está en Pedro Sánchez, en Isabel Pérez Ayuso, en Jesús Mañueco, en Alberto Núñez Feijoó, en Juan Manuel Moreno Bonilla, en todos los caciques asesinos, en Ana Pastor, en Susanna Griso, en Risto Mejide, en todos los comunicadores de la matanza.

Podían haber indagado, haber leído, por ejemplo, Rambla Libre, haber seguido la voz de alarma de los auténticos científicos dignos, de Luc Montagnier, de Judy Mikovitc, de Peter McColluogh, de la Catedrática María José Martínez Albarracín, de la Doctora Dolores Cunhill, de Vladimir Zelenko, de Nuria Azebedo, de Geert Vandem Bosche, de Michael Yeadom, de Robert Malone, de Roxana Bruno, de Natalia Prego, de Ángel Ruiz-Valdepeñas y muchos más héroes, que dignifican la dolorida especie humana. Podían pero no lo hicieron, porque confiaron en políticos mequetrefes y psicópatas y comunicadores de Black Rock. Pero ellos no son responsables, son víctimas, llenas de la dignidad de ser hijos de Dios, de haber acudido a inyectarse para preservar a su familia, para poder vivir, después de haber sido confinados como a perros.

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Quiero hacer la elegía de las víctimas que se derrumban como esa señora que al volante de su coche tuvo tiempo de parar instintivamente en la Avenida de España en la Línea de la Concepción, como tantos que no merecen salir en los periódicos, pero que llenan de dolor a sus familias, a sus seres queridos, por los que se inyectaron el veneno de muerte, que Dios los tenga en su gloria. Nos llenan de dolor, cada uno es una herida que supura en nuestro corazón atribulado de carne. Ahora viene el frío, con él la nieve, con ellos la gripe, el año pasado no hubo gripe, no convenía a los autores de este holocausto gigantesco, a los satánicos sembradores impuros del mal; este año todo se disfrazará de gripe. Aumentarán los muertos exponencialmente, se dispararan. Réquiem por ellos, por las víctimas, por nuestras víctimas, a todas las llevamos en el corazón dolorido lleno de cicatrices, a todas las tenemos presentes en nuestros oraciones, a todas en nuestras crecientes ansias de justicia. Aunque abrase el sol los campos de trigo, aunque queme el frío, con cantares en el pecho, sigue tu camino.