Enrique de Diego.
Maddie tenía 12 años cuando se ofreció voluntaria para el experimento de Pfizer. Sus padres, médicos, la alentaron o vieron bien esa contribución a la causa para conseguir una vacuna, que no es tal, que es cuando menos una experimentación génica. Hoy, tiene 13 años, paralítica y autista como efecto de un experimento que contabilizó un 86% de efectos adversos, aun así Pfizer siguió con su trituradora y las agencias de evaluación se plegaron porque «son más los beneficios que los perjuicios», como dijo la EMA, cuyo presupuesto depende en un 90% de las empresas farmacéuticas. Maddie de Garay es la imagen del sufrimiento, la imagen del sacrificio en que todos nuestros jóvenes van a ser inmolados a la codicia de las farmacéuticas y al ansia de poder de los globalistas. Gracias, Maddie, te queremos: has puesto imagen a cuantos son y van a ser sacrificados.