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Hay cosas que Dios no entiende

Redacción




Yolanda Esfandiari.

Siempre que ocurre una tragedia como ésta de las niñas de Tenerife nos preguntamos cómo permite Dios que ocurran estas cosas, dónde estaba, por qué no fulminó a Gimeno antes de que pudiera hacerle el menor daño a estas niñas. Ocurrió con Bretón, y con Ana Julia Quezada, y también con las madres que se arrojan con sus hijos por una ventana aunque a estos casos no se les dé visibilidad. Ocurre siempre que no entendemos cómo el ser humano puede llegar a extremos de crueldad tan hirientes y tan incomprensibles.
La psicología tiene un nombre para cada comportamiento, incluso para éste que conmueve hoy a todo el que tenga tripas en España. Tenemos la necesidad de un diagnóstico para no enfrentar el hecho de que simplemente hay gente mala: hay gente hija de puta. Y no están recluidos en un psiquiátrico: están ahí, en el día a día, sentados junto a ti en el tren, en el autobús, en muchos casos en el sofá de tu propia casa.
A Beatriz, a Ruth, a los padres de Gabriel, a los de Jeremy, los ha enterrado en vida uno de esos hijos de puta a los que Dios no detiene, pero tampoco entiende. El libre albedrío resulta a veces un regalo envenenado, porque supone que Dios no intervenga en las decisiones de los hombres: un concepto teológico tan complicado como imposible de entender en los momentos de dolor. A efectos humanos, solo puede decirse que escogemos todos los días entre ser buenas o malas personas, y que esa es una decisión libre: adjudicarle el término de cualquier patología solo puede consolar a los seres débiles, a los que viven de espaldas a la realidad de que la maldad existe pero se duelen de que Dios viva de espaldas al dolor del hombre.
Beatriz Zimmermann está arropada por todas las personas que se han sentido heridas con su dolor: una marea inmensa volcada en esta madre en cuya piel no quisiera estar nadie, pero también la cerca otro tipo de personas para cuyos intereses aprovecha esta desgracia. En este momento la tomarán como instrumento sin escrúpulo alguno, y darán a ese interés el término de conceptos elevados. Obviarán una figura de la que nadie habla: ese hombre que es su pareja, que ha vivido la violencia de Gimeno también en propia carne, que representa a miles de hombres que se vuelcan en sus parejas, y en los hijos que éstas aportan, para sanar heridas antiguas.  Lo deciden por voluntad propia, como Gimeno ha decidido ser un monstruo, como deciden ser hipócritas los que van a callar ese mérito. A éstos últimos, Dios tampoco les entiende.