AYÚDANOS A COMBATIR LA CENSURA: Clicka aquí para seguirnos en X (antes Twitter)

FIRMA AHORA: El manifiesto contra el genocidio de los niños


La oportunidad del COVID-19 para la Agenda 2030

Redacción




Guillermo Mas. Subdirector de Rambla Libre.

 

Han leído bien el título: el coronavirus supone una oportunidad para quienes patrocinan la Agenda 2030. O eso afirman algunos de ellos como el Primer Ministro canadiense Justin Trudeau. Y así lo explica la propia página web sobre los “Objetivos para el desarrollo sostenible”, donde todo aparece perfectamente detallado:

La COVID-19 puede servir de catalizador para un cambio social. Debemos reconstruir mejor y cambiar nuestros patrones de consumo y producción hacia unos más sostenibles. Este momento de crisis también se debe aprovechar como una oportunidad para invertir en políticas e instituciones que puedan invertir la situación de desigualdad. Aprovechar un momento en el que las políticas y las normas sociales puedan ser más maleables que en épocas normales y dar pasos radicales que aborden las desigualdades que esta crisis ha puesto de manifiesto puede encauzar al mundo de nuevo hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible”.

El mejor libro para entender la pandemia del coronavirus lo escribió en 2007 una periodista canadiense llamada Naomi Klein: La doctrina del shock. En su libro, Klein cuenta cómo las élites capitalistas utilizan las catástrofes (guerras, revoluciones, crisis económicas, epidemias) para imponer su modelo social, económico y cultural a través de unas medidas implementadas en ese contexto de “estado de excepción”. Lo que llama la atención es el pacto entre las grandes empresas tecnológicas, los magnates multimillonarios que dominan el capital, las multinacionales cada vez más poderosas y ambiciosas en sus objetivos, y los políticos autodenominados progresistas en conjunción con los “artistas” e “intelectuales” que ostentan la “hegemonía cultural” desde sus producciones cinematográficas o desde sus púlpitos universitarios. Lo que se pretende es una reeducación moral del pueblo a través de la educación en las escuelas; el imaginario ficcional constituido por novelas, películas y series; y la información inoculada mediante un cuidado sistema previo de filtros ideológicos.

En palabras de Naomi Klein: “Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar. Algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático. El miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante”. Esas palabras hoy resultan más reveladoras que nunca: se nos quiere llevar hacia un modelo (la Agenda 2030) que no se ha votado democráticamente en las naciones y que ha sido decidido por una reducida élite globalista que lleva décadas conspirando en favor de sus intereses económicos.

Los grandes totalitarismos del siglo XX, como lo fueron el fascismo y el comunismo, se basaban en el mismo principio negador de la libertad individual y de una dimensión espiritual en los hombres, porque ambas características inherentes a la vida humana suponen focos de resistencia frente a las imposiciones “desde arriba” establecidas por los poderosos. A diferencia de estos dos modelos, el capitalismo moderno es más silencioso pero comparte los mismos fines: la domesticación del pueblo para imponer un modelo social perfectamente diseñado. Y, a diferencia del fascismo y del comunismo, el capitalismo goza hoy de un poder mediático, tecnológico y económico mucho más extenso, mucho más duradero, mucho más abarcador y mucho más embaucador, que hacen de su amenaza algo insólito en la historia de la humanidad. 

Como bien explica Yuval Noah Harari en su éxito de ventas Sapiens: de animales a dioses, las empresas de hoy son el equivalente contemporáneo a las deidades abstractas de épocas pasadas. Los estados, las marcas, las corporaciones, son tan incorpóreas como los grandes mitos de la Antigüedad. Solo que, a diferencia de los grandes mitos inmarcesibles, también son mecanismos útiles para el control de los individuos hasta en lo más privado de su personalidad íntima. Como dice Harari: “Las empresas son ficciones”. Mentiras capaces de destruir las vidas de un gran número de personas gracias a una decisión tomada en décimas de segundo, en cualquier instante.

Esto no se debe a una “Gran Conspiración” cerrada y consensuada en una fecha y una hora concretas, sino a una suma de distintas conspiraciones que llevan décadas constituyéndose y detrás de las cuales se esconden los apellidos e intereses que todos conocemos y que, sin la necesidad de tener que trabajar todos juntos, sí que trabajan todos, por separado, en nombre de las mismas ideas y para conseguir los mismos objetivos bien definidos. Es la “élite científico-tecnológica” contra la que ya alertaba Eisenhower en 1961. 

Como escribe el filósofo Byung-Chul Han en su libro Psicopolítica: “Las nuevas tecnologías conllevan el riesgo de mercantilización no sólo de la obra de arte sino también de la propia existencia humana”. Para añadir más adelante: “Vivimos en una época posmarxista. En el régimen neoliberal la explotación ya no se produce como alienación y desrealización de sí mismo, sino libertad, como autorrealización, y autooptimación. Aquí ya no existe el otro como explotador que me fuerza a trabajar y me aliena de mí mismo. Más bien, yo me exploto a mí mismo voluntariamente creyendo que me estoy realizando. Esta es la pérfida lógica del neoliberalismo”. Y aunque hay ciertos elementos matizables en estas afirmaciones —la propia definición, siempre imprecisa, de “neoliberalismo”—, no cabe duda de que la tragedia de nuestro tiempo es la disolución de lo humano en un mundo gélido de cifras y de máquinas; de mercancías y de objetos; y no de personas y de comunidades, como lo era antaño (véase: El otoño de la Edad Media de Huizinga).

Ya lo dijo David Rockefeller: «Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial«. Si el Covid-19 es visto como una oportunidad para alcanzar la Agenda 2030, aquellos que nos oponemos a los globalistas debemos ver en esta misma pandemia una oportunidad para alcanzar un modelo alternativo. De lo contrario, ellos ganarán. Esa es la lucha en la que todos estamos, lo sepamos o no. No hay tibios en esta guerra; solo “tontos útiles del poder”. De nada sirve lamentarse desde casa: hay que actuar a diario para revertir esta situación. Todos. Sin excepción En una acción conjunta, que también debe ser individual.

¿De qué forma empezar esa “batalla cultural”? Muy sencillo: como dice Jordan Peterson, “limpia tu habitación”. En otras palabras: pon orden en tu vida, ocúpate de tí mismo, conócete en profundidad, haz tu voluntad, cumple tu misión y tu destino, y lucha por lo que de verdad amas. Después, preocúpate de salvar el mundo de aquellos que quieren destruirlo. Las rebeliones empiezan en los hombres rebeldes. Los motines populares surgen espontáneamente del sentimiento de injusticia de un grupo de personas libres y no de la uniformidad monolítica de las masas. Es más fácil salvar el mundo con teorías irrealizables que salvarse a uno mismo en la práctica diaria. Pero ningún héroe se forjó a sí mismo optando por el camino sencillo.