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Y si nos quitamos todos a una, como Fuenteovejuna, la mascarilla, que no sirve para nada…

Redacción




Guillermo Mas. Subdirector de Rambla Libre.

 

Corría la primavera de 1981 en España y los primeros enfermos empezaron a llegar a la clínica “Los Nardos” de Madrid, donde mi madre trabajaba por aquel entonces en la recepción, atendiendo al público. Acababa de estallar el escándalo de la enfermedad del aceite de colza, que afectó a decenas de miles de personas y mató a varios miles de inocentes. Debido al desconocimiento imperante sobre el medio de transmisión de la enfermedad, mi madre portó mascarilla aquellos días. Ahora, cuarenta años después, vamos camino del año y medio desde que, por otras razones muy distintas, no puede salir a la calle sin una mascarilla, incluso cuando le falta el aire en una cuesta.

 

Fernando Simón: «No es necesario que la población lleve mascarillas»

Han pasado varios meses desde que Fernando Simón dijera: “No es necesario que la población lleve mascarillas”. Tiempo después matizó: “La mascarilla no es clave para detener la transmisión”. En cuanto a la OMS, en abril de 2020 todavía afirmaba que “solo son necesarias para el personal de salud”. Por aquel entonces la OMS únicamente recomendaba llevar mascarillas a la población civil enferma o a quién cuidara de un afectado en casa. Más tarde se impuso la mascarilla en lugares cerrados debido a la posibilidad de transmisión del virus “por aerosol”, pero no recomendó su uso al aire libre si se podía mantener la famosa “distancia de seguridad”. En junio de 2020, la OMS renovó su opinión sobre las mascarillas: “Convierta el uso de la mascarilla en una parte normal de su interacción con otras personas.”, ordenó. La “nueva normalidad” había llegado. En diciembre de ese mismo año, para preparar a la población ante los “riesgos” que entrañan las celebraciones navideñas —no así los conciertos de Raphael en Madrid o de “Love of Lesbian” en Barcelona—, la OMS volvió a actualizar sus recomendaciones.

No se basa en ninguna evidencia científica

Pero incluso con esa nueva actualización, algunos países siguieron tomando medidas más estrictas; entre dichos países constaba, por supuesto, España, que el 30 de marzo de 2021 hizo obligatorio el uso de mascarilla al aire libre cuando hay distancia de seguridad, en lugares como la playa, un parque o la montaña. Más tarde rectificaron ante la amenaza de varias Comunidades Autónomas como Madrid a desobedecer la aprobación de dicha medida. Según Mark J. Nieuwenhuijsen, “usar mascarilla al aire libre independientemente de la distancia no solo no se basa en ninguna evidencia científica sólida, sino que puede no ser necesaria y crear temor y una falsa sensación de seguridad”. Y se pregunta: “¿por qué íbamos a necesitar la mascarilla al caminar en un parque o en las montañas disfrutando de la naturaleza sin nadie a nuestro alrededor?”. Mi respuesta es: para tratar de paliar los otros muchos fallos del Gobierno durante la gestión de la pandemia.

Carmen Calvo, con Begoña Gómez, en la manifestación del 8 M.

8 M: «El machismo mata más que el coronavirus»

Según “El Confidencial”, “Nos hemos convertido en el país que más la usa, pero también lideramos las estadísticas de nuevos brotes, así que algo está fallando”. ¿Hemos expiado los españoles con un uso excesivo de la mascarilla los fallos de nuestro Gobierno? Es sabido que España hizo caso omiso de la OMS y de la UE sobre la recomendación de comprar material sanitario —”tenemos suficiente” dijo Salvaror Illa— en aquellos meses decisivos en los que el virus atacaba Italia. Mientras, el Gobierno español sacaba rédito político al fundamentalismo feminista enviando al mayor número de personas posible a las manifestaciones del 8M: “El machismo mata más que el coronavirus”, fue la consigna inoculada por periodistas como Cristina Almeida, desde la televisión pública (o pútrida); “Nos va la vida en ello”, apuntó la vicepresidenta Carmen Calvo: y tanto que lo hacía. Nadie fue imputado y la Fiscalía General del Estado, con Dolores Delgado a la cabeza, exoneró al Delegado del Gobierno, José Manuel Franco, siguiendo la decisión de Álvaro García Ortiz, quien fuera fiscal en el “caso del Prestige”.

 

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Nuestros sanitarios quedaron desabastecidos ante un Gobierno que los consideraba perfectamente equipados. El número de contagios y los malabarismos técnicos necesarios para obtener material entre el personal médico demostraron lo contrario. Y para cubrir ese y tantos otros fallos críticos, mortales incluso, pues numerosas vidas costaron, se nos han impuesto las mascarillas con mayor dureza que en otros países vecinos. Y lo que es peor: pretenden culparnos de las altas cifras de muertos diciéndonos que “no pongamos en peligro la salud pública”, como advirtió Pedro Sánchez a los españoles, en clara acusación. Haciendo un uso inverso del “efecto Peltzman”, el Gobierno de España ha minimizado su responsabilidad imponiendo con demasiado celo las mascarillas: “a más medidas de seguridad, más conductas de riesgo”, reza la paradoja. Las medidas, para el pueblo; las conductas, del Gobierno. Con la consecuencia económica de todo ello, denunciada por un alto cargo de Exceltur: “Estamos pasando por una agonía que amenaza con acabar con miles y miles de empleos y empresas. Y ahora quieren convertir las playas en hospitales de campaña al aire libre”.

 

El doctor Gustavo de Luiz ha recomendado hacer pausas en el uso de la mascarilla. ¿La razón? Los numerosos efectos secundarios que su abuso conlleva: desde daños cutáneos hasta visión borrosa, pasando por una neumonía u otros problemas respiratorios si se hace un uso prolongado y no se siguen las normas recomendadas, como ocurre en muchos barrios obreros donde usar una mascarilla nueva cada cuatro horas es un lujo; sobre todo cuando el Gobierno nos empobrece con medidas que ahogan la macro y la microeconomía de España.

 

En julio de 2020 varios cientos de personas se reunieron en la Plaza de Callao para protestar contra una posible “imposición” de las vacunas generalizadas. Se les quiso acusar de violentos, sin éxito. Una “Youtuber” demagoga pretendiendo ridiculizar a los manifestantes y erigiéndose como “defensora de la ciencia” acudió a crispar los ánimos y a filmar el resultado. Dicha Youtube, Rocío Vidal, más conocida como “La gata de Schrodinger”, copó al día siguiente titulares como este: “los anti-mascarillas acosan a una periodista”. Estaban esperando a que ocurriera.

 

La realidad es que esa misma Rocío Vidal había ridiculizado —cual Antonio Maestre, cual Risto Mejide—, el uso de las mascarillas, llegando a decir: “Dejad de comprar mascarillas, no hacen falta”. ¿Ejerció esta neo-inquisidora de “tonto útil” del poder al robarle el protagonismo a los mensajes de la manifestación con la supuesta “agresión” que según ella sufrió? En efecto, fue una marioneta que, además, buscó la confrontación con estos “anti-mascarillas” para redimirse públicamente por su hipocresía anterior. Poco después, en Agosto de 2020, hubo una concentración de unas 3.000 personas en Madrid contra las mascarillas. Gente de toda España fue aquel día a copar la Plaza de Colón, todos ellos calificados simpáticamente como “descerebrados” por el mismo José Manuel Franco que permitió la celebración del 8M en plena pandemia mundial. 

 

Ambas manifestaciones fueron alentadas por figuras bien conocidas como Miguel Bosé o Enrique de Vicente. Menos conocidos, sin embargo, son otros nombres que han resultado más relevantes en algunas de las ideas que la inspiraron: el periodista Rafael Palacios (“Rafapal”); el biólogo Fernando López Mirones; el agricultor Josep Pamiés (“PamiésVitae”); el ecologista Esteban Cabal; el profesor de Yoga Fernando Vizcaíno; o Luis Miguel Ortega, abogado especialista en pleitos sanitarios que llevó a los tribunales la obligatoriedad de las mascarillas, argumentando: “produce de manera instantánea una pérdida de dignidad en los ciudadanos”.

 

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También ha habido medios disidentes, con más o menos razón, pero alejados siempre de la verdad oficial. Desde “Médicos por la verdad”, plataforma fundada por la doctora Natalia Prego y la doctora María José Martínez Albarracín; a “Discovery Salud”, publicación dirigida por el periodista José Antonio Campoy; o “La Quinta Columna” del bio-estadista Ricardo Delgado Martín. Por supuesto, otros medios han hecho comentarios críticos puntuales contra las mascarillas, como el medio liberal “El club de los viernes” en “Twitter”: “La obligatoriedad generalizada e indiscriminada del uso de mascarillas, justo ahora que ya no son necesarias, no es más que un ejercicio para testear el nivel de sumisión de la población a este gobierno sectario”.

 

Pero si hay un medio que busque alcanzar la verdad y que proponga iniciar un movimiento social cuyo fin sea desvelar lo que hay detrás de las mascarillas y de las vacunas, ese es “Rambla Libre”. No puede ser que se descalifique a todo aquel que diga algo contra la “verdad oficial”; ni lo es que se haya secuestrado el debate público con acusaciones gruesas o por los juicios sumarios de agencias “verificadoras” (“¿quién vigila al vigilante?”) como “Newtral” —propiedad de la familia de Ana Pastor— o “Maldita.es”, una web fundada por un antiguo colaborador de Ferreras, Julio Montes, y  financiada por Soros.

 

El fundador y director de Rambla Libre, Enrique de Diego, me decía hace poco en una conversación privada: “nosotros buscamos la episteme, la verdad; no la doxa, la opinión”. Es lo mismo que el filósofo Josep Casals propone como ideal del periodismo en su interesante libro Crónica Crítica, a través de ejemplos como el de Karl Kraus.

 

¿Los españoles vamos a dejar que se nos impongan unas medidas ridículas cuando les venga en gana a nuestros políticos? “Lo dice La Ciencia”, se nos prometerá mientras señalan a algún tipejo circunspecto con bata blanca, igual de solemne que los sacerdotes egipcios ataviados con sus túnicas ¿De verdad somos tan dóciles? A aquellos que se salen de la versión mayoritaria, como es Victoria Abril, se los “cancela” públicamente hasta obligarlos a pedir perdón.

 

La campaña de miedo y de culpabilización a la que ha sido sometida la población gracias a la connivencia de los medios de manipulación ha sido vigorosa. La mascarilla deshumaniza el rostro del prójimo, oculta sus rasgos y enmascara a la persona; lo que, unido al encierro domiciliario y a la reducción de la vida social, en el marco de este mundo hiper-tecnologizado y de realidad virtual, nos conduce al aislamiento. Hay esperanza porque, como ha dicho Gastón Soublette, “Los estallidos sociales muestran que la falta de solidaridad está llegando a su fin”. El sentido común popular y una honda tradición de comunidad son las armas con las que debemos defendernos.

 

Al que va sin mascarilla por la calle, incluso al aire libre y cumpliendo la distancia de seguridad, se le multa y se le quiere criminalizar con la estúpida acusación moralista de “egoísta”. Al que se queja ante el endurecimiento de las medidas se le quiere acallar con el ostracismo, el descrédito y el cuestionable epíteto de “negacionista”. Y al que se niega a ser vacunado ejerciendo un derecho fundamental se le va a impedir viajar o buscar un trabajo, como si fuese un expresidiario o un terrorista. De mascarilla a bozal, siempre que la mayoría se resigne a ser tratada como un perro.

Y si nos quitamos todos la mascarilla, que no sirve para nada, cuyos orificios son inmensos para un pequeño virus. Y si empezamos la revolución o el motín de las mascarillas y las vacunas…Todos a una, como Fuenteovejuna.