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Guillermo Mas: 15 M, de nuevo

Redacción




Guillermo Mas.

Igual que el Cristo de El gran Inquisidor, de volver hoy el 15M a nuestras calles resultaría pulverizado por los sacerdotes del igualitarismo, con Pablo Iglesias a la vanguardia. En palabras de Dostoievski: «Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia».

El 15M fue la ostentación pública de hartazgo, en tiempos de miseria, ante la hegemonía de lo que Enrique de Diego encuadraría bajo el acertado rótulo de “casta parasitaria”. El término, como antes el movimiento, terminó fagocitado por un hatajo de comunistas surgidos del “Foro de Sao Paulo” que predicaban la Palabra castrista-chavista enarbolando textos de C. Schmitt y E. Laclau pero que, con los años, han sucumbido a esa “religión de sustitución” tan fundamentalista como rentable que es la “ideología de género”.

Podemos periclitó el 15M mientras lo expropiaba y canalizó, mediante un espurio discurso anti-sistema, el desencanto popular hacia la conquista del poder, evitando con ello la reforma del “régimen del 78”; en realidad su espejo. Crearon, con la complicidad de medios de comunicación de todo signo, un enemigo imaginario “fascista, racista y machista”, gracias al cual pudieron legitimarse dentro de la partitocracia.

Como Syriza quisieron “cambiarlo todo para que nada cambie”, estrangulando a “las clases medias” con una deuda económica que será la ruina de numerosas generaciones. Donde gobernaron se dedicaron a robustecer a un Minotauro estatal cada vez más titánico y tiránico cuya única pretensión es expoliar al ciudadano creando el espejismo de que, a cambio, es su proveedor magnánimo.

El 15M se equivocó en todas sus propuestas sin excepción y, por eso, un movimiento análogo, ahora, tendría que estar basado en políticas reales y locales; en un patriotismo inclusivo que busque conquistar el poder para ejercerlo “desde abajo” y encaminado al bien común. Todo ello en el marco de una Hispanidad sustentada en su propia tradición y que pueda suponer una alternativa cultural y política al proyecto globalista de una Unión Europea acabada que ambiciona fraccionar España para someterla.

Frente a la nostalgia sesentayochista del 15M original, un movimiento socialdemócrata y conservador —por “conservaduros”, que diría el Marqués de Tamarón—; deben ser las familias, únicos núcleos de resistencia frente al omnívoro totalitarismo de una economía de Estado, quienes impulsen una reforma radical de España, comenzando por:

  1. suprimir las listas cerradas, la financiación pública de partidos políticos y la red de subvenciones a distintas mafias institucionalizadas como las ONGs;
  2. reformar el sistema de pensiones, blindar la propiedad privada, inhabilitar a los partidos nacionalistas, derogar la Ley de Memoria histórica, garantizar la independencia del Poder Judicial, desarticular las Comunidades Autónomas y revocar la ley D´Hont;
  3.  castigar severamente a aquellos que han trocado la democracia en lo que Ignacio Gómez de Liaño acierta al calificar de “oligarquía incompetente”.

Establecido en Galapagar, Pablo Iglesias se escabulle de la política tras haberse demotrado incompetente para la gestión e inoperante para la oposición. A su reverso deja un reguero de cadáveres políticos en forma de purgas y a no pocas exnovias bien situadas en puestos de relevancia. Seguirá envileciendo a los españoles con el horizonte proyectado, o bien en un programa de televisión costeado por algún filántropo millonario, o bien en su púlpito universitario —Institución que sería conveniente demoler y reconstruir—, donde retornará para impartir su retórica peronista.

El hijo del “militante del FRAP” y delfín ideológico de Zapatero ha sido y es el peor enemigo de los intereses populares, su mayor felón, cuya figura representa la entelequia y la utopía de ese 15m del que se cumple una década y que nació ya como un proyecto abortado; perenne destino de la libertad en España.

La historia no es cíclica pero el trayecto de los revolucionarios es siempre idéntico. Un nuevo 15M no resultaría mejor: sospecho que los tontos útiles del poder, esos progresistas indocumentados entre gazmoños y oligofrénicos que votan a sus caciques, volverían a volatilizar el menor atisbo de rebelión popular. Los círculos dialógicos organizados durante las asambleas han terminado formando parte de los círculos endogámicos que llevan décadas carcomiendo a España desde el interior, con la ferocidad y el tesón propio de las termitas.