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El Padre Gabilondo se ensañaba en las palizas con los alumnos

Redacción




Yolanda Esfandiari.

Soy librepensadora. Eso quiere decir que no creo en nada que no pueda demostrarse con la razón, y mucho menos en dogmas, a pesar de lo cual creo en Dios porque en mi vida observo evidencias racionales de que existe. En cambio no tengo simpatía por la cúpula de la Iglesia Católica, ni creo en la infalibilidad del Papa -y mucho menos en la de Bergoglio-. El sentido común y la razón me lleva a entender como absurda la pretensión de Gabilondo de que la Iglesia pida perdón por las tropelías cometidas en el pasado. Cada cierto tiempo personajes como Gabilondo reclaman este tipo de cosas para distraer la atención del votante sobre asuntos como las oscuras imputaciones delictivas de Podemos, el despilfarro de Sánchez y señora, o el gasto en putas y coca de los socialistas en Andalucía.

Nadie -los socialistas tampoco- pide perdón por algo que hicieran otros en épocas anteriores, aunque se tratara de contradecir con el comportamiento el mensaje cristiano. Recuerdo dos casos de absoluta contradicción del dogma en sacerdotes: El niño prodigio Joselito narraba con amargura que su madre, impulsada por el hambre, le había llevado a casa del cura de su pueblo, y que éste les había recibido sentado ante una mesa repleta de embutidos. Al pedirle la madre un poco para su hijo, el cura le arrojó la rodaja que va unida a la cuerda del chorizo, y se disculpó diciendo que la cosa estaba muy mala. ¿Tendría sentido que el párroco actual tuviera que pedir perdón por lo que hizo aquella bestia parda setenta años atrás? Sobre todo si el párroco actual es como el de Nuestra Señora del Carmen en Sanlúcar de Barrameda, y se desvive por socorrer a todo el que puede, muchas veces de su propio bolsillo, que también hay curas de esta clase.

Ángel Gabilondo.

El segundo caso se remonta a los años treinta, y se refiere a un cura de los Jesuítas de Ronda que tenía la mala fortuna de apellidarse Seisdedos. Un antiguo alumno, testigo de lo que voy a narrarles, me refirió esta anécdota como colofón al relato de las maldades, crueldad y despotismo de los curas en general, y del padre Seisdedos en particular. Tan grave era la cosa que uno de los alumnos encontró el modo de dar rienda suelta a su rencor soltando en el Coro, ante todo el colegio reunido, un grito que hizo montar en cólera a aquel demonio vestido de sotana: ”¡Seisdedos! ¡El dedo que te sobra te lo metes en el culo!”. Quien me confió la anécdota manifestó su seguridad de que, de no haber hecho piña todos los niños para proteger a su compañero, el portador nominal de un dedo de más habría sido capaz de matarle a palos.

Lo que les estoy contando viene a cuento de una carta escrita por Luis Gómez Gómez, antiguo alumno del Colegio Sagrado Corazón de Madrid, en la que habla de lo poco que predicaba con el ejemplo cristiano el pedigüeño de perdones por parte de la Iglesia Ángel Gabilondo. En aquella época el portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid era cura, y por lo que cuenta Luis Gómez, de la misma cuerda que Seisdedos. Relata el antiguo alumno la paliza “soberbia, rabiosa y abusona” que Gabilondo propinó a un chiquillo de 13 años, del siguiente -y espeluznante- modo:

“Fue tal la lluvia de golpes que descargaste contra él, con la mano abierta y el puño cerrado, que hasta cayó al suelo aturdido mientras con un hilo de voz solo decía “hermano, por favor”… Pero tú seguiste el golpeo con los ojos desorbitados, babeante de rabia. Tú te ensañaste con el alumno y lo humillaste hasta el infinito, volcando la frustración de ser  un cura sin vocación. Estábamos tan abducidos, que algunos opinaron que se lo merecía por la chulería con la que te había mirado. Hasta ese punto teníamos el seso sorbido por tu santa violencia”.

La capacidad de sorber el seso y de abducir a la gente es característica de esta panda de hipócritas que exigen que se pida perdón por una paja en el ojo ajeno, cuando tienen una viga incrustada en el ojo propio. Y con respecto a ojos y a incrustaciones, bien pueden los madrileños leer con atención el retrato que hace Luis Gómez en su carta, en un alarde de valor, para hacerse una idea de quién es el candidato socialista, y a través de las urnas recordar a Gabilondo lo que aquel valiente niño recomendaba hacer con el dedo que le sobraba al cura de Ronda.