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Sergio Fernández Riquelme: «La gente empieza a darse cuenta del impacto del globalismo en sus vidas»

Rubén Martínez




El doctor y profesor de la Universidad de Murcia Sergio Fernández Riquelme acaba de publicar un nuevo e interesante ensayo titulado La batalla cultural: Soberanistas contra Globalistas en la editorial Ultima Libris.

Fukuyama profetizó «el fin de la Historia» con la victoria del liberalismo tras la caída del Muro de Berlín. Hoy, el mundo vive en un estado de tensión y conflicto igual o superior a la Guerra Fría. ¿En qué falló Fukuyama? ¿De qué polvos vienen estos lodos?

Los lodos los encontramos cuando el capitalismo democrático triunfante tras la caída del Muro de Berlín, pasó a manos, de manera progresiva, de nuevas corporaciones internacionales, y no bajo el control democrático de los cuerpos intermedios (nacionales, comunitarios, familiares), convirtiéndose en “neoliberal” a izquierda y derecha del espectro ideológico. Esta es mi tesis. Por ello, se consolidó el llamado “consenso liberal-progresista” en Occidente y países occidentalizados, donde la plutocracia se hacía con los resortes reales del poder sin oposición, ante un leal conservadurismo centrado solo en la gestión económica y un progresismo que lo aceptaba al permitirle ser el dueño absoluto de la agenda sociocultural. Consenso que había abandonado, como se vio en el estallido de la “burbuja” del sistema desde 2008, las necesidades reales de las clases medias y bajas nacionales por las necesidades ficticias de lobbies multiculturales, y desde las cuales surgió la contraria reacción soberanista/identitaria (junto con otros fenómenos tildados de “populistas”).

¿Estamos, pues, en guerra? ¿Cuándo nos ha sido declarada?

Es una verdadera “guerra cultural”, como fenómeno actual y de impacto mundial de lucha entre el hegemónico bando globalista y el diverso bando soberanista (con obvias posiciones aún intermedias). En mi opinión, esta batalla nace, como concepto y realidad, en el contexto de Mayo del 68 (y no solo simbólicamente), con sus primeros enfrentamientos. Fue el periodo de génesis de la actual Posmodernidad relativa y consumista, al plantar una serie de semillas que han eclosionado en plena Globalización: un “capitalismo inclusivo” y plutocrático que domina la política de Estados cada vez más serviles, gracias al señalado “consenso” que supera el bipartidismo clásico, con la realidad burguesa de la Nueva Izquierda y la elección “centrista” de la Vieja Derecha. Pero a diferencia de las hostilidades de primera hora (como la hedonista “revolución cultural” de los años sesenta del siglo XX), con reacciones “neo-conservadoras” frugales, a día de hoy se han consolidado manifestaciones de rechazo frontal ante las inagotables pretensiones de transformación social radical y adoctrinadora del globalismo, desde un soberanismo plural y contemporáneo en expansión desde  la citada crisis socioeconómica de 2008 y la más reciente crisis migratoria de 2015.

¿En qué se diferencia una batalla cultural de una militar? ¿Y en qué se asemeja?

Como es obvio, se diferencian por la violencia física y la destrucción material necesaria o desplegada en los conflictos militares (llegando a la eliminación física del adversario, como apuntaba Schmitt), en entornos generalmente alejados de la democracia consolidada, del capitalismo justo o de la protección pública, y en busca siempre del control esencial de recursos de vida y muerte para elites o poblaciones, vulnerando total o parcialmente los derechos humanos básicos. Por ello, en los contextos  posmodernos y occidentales del “bienestar” (a diferencia de las crueles y “tradicionales” guerras militares en otras latitudes diferentes) el conflicto entre elites y proyectos se dirime, ahora, en planos de violencia ideológica, legislativa y verbal para implantar el propio proceso político-social de construcción cultural de la convivencia, limitando asimismo ciertos derechos del oponente. Lo que nos habla, a modo de semejanza, como también en esta modalidad de “guerra” cultural se determina “al amigo y al enemigo” (cancelándolo, censurándolo, denigrándolo), y cada uno usas sus armas, sus tropas, sus alianzas y su “frente ideológico” al que movilizar.

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¿Es consciente el español y el occidental de a pie de que está inmerso en una guerra entre ideologías?

Cada vez más. Es difícil, porque se ha extendido el mantra de que esta “batalla” es un mero lema para conspiradores, una simple excusa para radicales, o un tema de análisis macroteórico para debates y tertulias. Pero el ciudadano de a pie, especialmente el obrero y el autónomo, comienza a comprender ciertas consecuencias del globalismo en la vida diaria, que empeoran sus condiciones de trabajo, provoca la degradación de sus barrios, destroza su medio ambiente, genera inseguridad en sus calles, cuestiona su normal identidad personal o colectiva, y ridiculiza sus valores y tradiciones. Y, por ello, empieza a leer medios alternativos, a significarse con posiciones a contracorriente, o a votar a partidos soberanistas, nacionalistas e identitarios que ya no son más o menos marginales, sino que se adaptan adecuadamente a las exigencias de las sociedades desarrolladas del siglo XXI.

¿Cuáles son las armas más efectivas para pelear en esta batalla cultural?

Las que usan los ciudadanos, aquí y ahora. Hay que combatir, en el plano de las ideas y los valores, adaptándose al entorno: en los mismos escenarios, con los mismas herramientas, y con las mismas estrategias. Es decir, mostrando la modernidad de nuestras posiciones, las normalidad de nuestras acciones, la legitimidad de nuestro debate, y la posibilidad de nuestra alternativa. Llevar a la gente de hoy, que consideramos libres, la oferta que proponemos, que actualizamos a la luz de los hechos.

Bajo tu punto de vista, la guerra cultural tiene dos claros contendientes: globalistas contra soberanistas. ¿Quién lleva la ventaja?

La ventaja la lleva el bando globalista dominante. Es evidente. Posee el control de los grandes medios, el apoyo de las grandes empresas, la complicidad de las grandes estrellas, la financiación de las grandes fortunas y la lealtad de los grandes partidos. Por ello, establecen el discurso oficial en las instituciones públicas y las corporaciones privadas, modelando la mente de la ciudadanía en la formación y en la comunicación. Pero no controlan, como quisieran, muchas esferas de la vida personal, de la calle a la fábricas, de los barrios a las iglesias, desde donde surgen militantes y electores que apoyan, cada vez más, a opciones soberanistas reactivas (como autodefensa social) o revolucionarias (como combate ideológico). Esta es la receta básica, en mi opinión.

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¿La polémica elección presidencial de Joe Biden frente a Donald Trump fue una victoria decisiva globalista?

En principio iba a ser decisiva. Y por ello usaron todos los medios posibles, paralegales o alegales, para poner fin a la primera y llamativa experiencia soberanista en los EEUU (como reconocía la revista Time, a modo de orgullo). Pero siguen los mismos problemas atribuidos supuestamente a Trump, los “cien días” de Biden han sido más bien caóticos (de problemas internacionales con Rusia o China, a problemas nacionales con matanzas, racismo y turbulencias económicas), y el odiado “trumpismo” seguía muy vivo en las elecciones (que fueron más diputadas de lo esperado) y después de ella (en las calles y en los medios). Victoria polémica, por los pelos y a última hora, que demuestra la vigencia del “excepcionalismo norteamericano”.

¿En qué medida favorece la pandemia del coronavirus la imposición de las tesis globalistas?

El miedo, la inseguridad y el control son siempre los ingredientes necesarios para reforzar el poder de un gobierno, convirtiendo a los ciudadanos en súbditos fieles, dependientes y agradecidos. Y los poderes globalistas, dominando la información sobre la génesis de la pandemia, el relato público sobre lo que hacer y no hacer ante ella, y las soluciones técnicas al problema (como las vacunas, evitando la competencia al respecto de China o Rusia en sus territorios) evitan toda disidencia, toda alternativa, y casi todo debate.

¿Tiene una lectura política el coronavirus?

Por supuesto, tanto en su origen y en su desarrollo, como en sus consecuencias. En primer lugar, el coronavirus surgió en China y se expandió por el mundo sin ningún control ni sanción para el gigante asiático, mostrándose la incapacidad occidental para hacer frente a esta potencia. En segundo lugar, las principales instituciones supranacionales, en conexión con la plutocracia internacional, parece que ha utilizado la pandemia para acelerar aún más las transformaciones sociales, económicas y culturales posmodernas a la hora de implantar, definitivamente, el llamado Nuevo Orden Mundial (véanse las declaraciones en el Foro de Davos). Y finalmente, muchos gobiernos se han aprovechado del contexto para restringir las libertades ciudadanas, controlar los medios de comunicación o dominar los procesos económicos. Una hipótesis posible.

En un mundo cada día más globalizado, dominado por las grandes corporaciones tecnológicas, los fondos de inversión y por Estados que han decidido seguir los pasos de China en lo que a control social se refiere, ¿hay futuro para las identidades nacionales?

Pueden ganar o pueden perder electoralmente, pero el soberanismo identitario está presente, por ejemplo, en casi todos los parlamentos nacionales europeos, y parece que ha llegado para quedarse. Lo que significa que aún muchos ciudadanos consideran importante la defensa de la propia identidad nacional y los valores patrios a ella asociados, entre la tradición y la modernidad, pese a la estigmatización de la misma. Libremente, partidos, países y personas han elegido su bando.

Sergio Fernández Riquelme: La batalla cultural: Globalistas contra Soberanistas. Ultima Libris (Abril de 2021)

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