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Las tripas de Rocíito en el balcón

Redacción




Yolanda Esfandiari.

No recuerdo siquiera cuánto tiempo hace que no veo la televisión en general, y Telecinco en particular. Supongo que vendrá a coincidir con ese punto de madurez en que se niega uno a participar, aunque sea como espectador, de ver sacar las tripas de alguien en el balcón. Sin embargo el documental de Rociíto está hasta en la sopa, de tal manera que aún sin haber visto un solo minuto del rodaje, quien más quien menos sabe hasta el mínimo detalle del mayor lío de familia que se recuerda en este país: los Mohedano-Jurado-Carrasco-Ortega-Flores llevan veinte años de sacar por sí mismos, o en colaboración de otros, las tripas propias y ajenas a ese balcón desprovisto de macetas que es Telecinco.

Cuando uno se instala en el punto de madurez del que hablaba antes, resulta que se fija poco en el grueso de las historias, pero mucho más en los detalles. Detalles insignificantes, si ustedes quieren, incluso banales… pero bastante esclarecedores. Nadie ha hablado, por ejemplo, del pelo de Rociíto, y aquí tienen un detalle que habla por sí mismo mucho más que un tertuliano si se dispone de alguna noción en materia de psicología: media cabeza rapada, y melenón en la otra media, podría simbolizar una dualidad enfrentada, una lucha a muerte dentro de la cabeza que porta el pelo entre el deseo de florecer y el de autofastidiarse. No les cause asombro que nos estemos ocupando del pelo de Rociíto: nos hemos ocupado, desde que era niña, de por qué estaba gorda; luego, de por qué se había quedado tan delgada; y entre medias de por qué no se operaba la nariz, o por qué llevaba veinte años sin decir ni pío… De hecho, Rocío Carrasco ha estado siempre expuesta a la mala baba de los aficionados a la prensa rosa. ¿Por qué? Porque nos parecía que era, como ha comentado alguien estos días, una niña un tanto repipi, mimada y caprichosa; una niña que lo tenía todo; y para tenerlo todo sin resultar antipática habría tenido que ser Rociíto poco menos que un dechado de virtudes.

Lo que he leído de Rociíto estos días me causa la impresión de que efectivamente es una mujer muy afectada psicológicamente, y no lo digo por el pelo -que también-, sino por la incapacidad de manejar la situación con un mínimo de cuidado sentimental hacia sí misma, y hacia los demás. Una persona centrada no saca al balcón las tripas propias, ni las de nadie a quien quiera de verdad: ese tipo de comportamiento es propio de gente sin entrañas o de gente mercenaria. Las tripas las saca uno en la consulta de un psicólogo, o en el confesionario, o ante alguna persona de muchísima confianza, y no crean que lo digo por atacarla. Allá cada cuál con sus razones. Lo digo más que nada por advertirla de que el “te vas a cagar, Rociíto” puede ser que llegue a hacerse efectivo. Por mal que me caiga Antonio David, por torva y dura que me resulte su mirada, y por mucho que deprecie que un hombre viva de la mujer con la que ha tenido dos hijos, entiendo que puede perfectamente ir desgranando un rosario de demandas por intromisión al honor, por calumnias e injurias, que deje tamañitos los dos millones que han puesto fin al silencio de Rocío Carrasco..

El desequilibrio psicológico de Rocío Carrasco puede deberse a muchos factores que no estamos capacitados para juzgar: a haberse criado con padres ausentes, a haber sufrido la muerte de su padre, la enfermedad de su madre, a mil situaciones que habrían requerido otra fortaleza interior… Puede deberse al maltrato de Antonio David Flores, y también puede que no… En todo caso, como les contaba antes, sigo interesada más en los detalles que en el grueso de la historia: me resulta más importante constatar el increíble alcance de Telecinco, el calado que produce la televisión basura en la sociedad, cómo surge de forma rabiosa el derecho que creemos tener de analizar, juzgar, y hasta perdonar o no a aquellos cuyas tripas vemos sacar a los balcones. Para un observador imparcial, resulta cuanto menos extraño que convulsione España el drama de una familia cuyos miembros, a excepción de Ortega Cano, no tienen otro mérito que haber girado en torno a la órbita de Rocío Jurado.