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Javier García Isac: La imbecilidad y el trampantojo de la izquierda

Redacción




Javier García Isac. Director de Radio Ya.

La imbecilidad humana no es una cualidad exclusiva de la izquierda española, es algo transversal que traspasa fronteras y se extiende como una gran mancha de aceite que todo lo cubre. Los comportamientos humanos dentro de la izquierda global son similares. Joan Ribó, Alcalde de la preciosa ciudad de Valencia, acude a su puesto de trabajo en el ayuntamiento en bicicleta, aproximadamente unos 5 km desde su domicilio, y siempre acompañado de un sufrido escolta que también utiliza el mismo medio de transporte que el Alcalde. Según el propio Ribó, solo cuando llueve coge el bus. Queda muy bien eso de llegar al ayuntamiento en bicicleta y que estén varios fotógrafos esperándote en la puerta, para sacarte unas bonitas instantáneas o un video que inmediatamente se hace viral. Lo cierto es que el Alcalde de Valencia compagina muy bien el uso de la bicicleta con el del coche oficial. Ribó es uno de los miembros del gobierno local, que según nos dicen, más utiliza el coche oficial «por razones de agenda y seguridad». No nos engañemos, queda muy bien eso de llegar en bici al trabajo, muy chic, uno aprovecha para hacer un poco de ejercicio, mantenerse en forma y luego a por el coche oficial. Supongo que el Alcalde corre el mismo peligro a primera hora de la mañana, que durante el transcurso del día, que «por motivos de seguridad, nos dicen deja la bici para montarse en el coche». 

La pasada semana, un miembro del gabinete del presidente norteamericano Joe Biden, concretamente su secretario de Transporte, un tal Pete Buttigied, fue sorprendido en el momento en que se bajaba de su coche oficial, a unos 200 metros de la Casa Blanca, para con ayuda de su servicio de seguridad, coger la bicicleta que llevaba en el contaminante coche de alta gama y llegar a su lugar de trabajo pedaleando. Pete, para no perder ni un minuto, se bajó del vehículo con el casco puesto, en el momento en el que un viandante comprendió la jugarreta del secretario de Transporte y lo grabó con su terminal telefónico. Pete, ajeno a lo que estaba sucediendo, llego a la casa Blanca, donde le esperaban un nutrido grupo de periodistas afines, para inmortalizar el momento. La jugada de Pete Buttigied le salió mal, pero es un ejemplo más de como la izquierda trata a la sociedad en su conjunto. Por si faltara algún ingrediente, el secretario de Transporte del presidente Joe Biden, se considera a sí mismo como «un justiciero contra el cambio climático». La izquierda se inviste de una superioridad moral de la que en verdad carece. Nos dicen al resto como debemos vivir, nos imponen códigos éticos muy estrictos que debemos cumplir sino deseamos ser criminalizados y nos clasifican entre buenos o malos ciudadanos, dependiendo de su voluntad.

Todo en la izquierda es una inmensa pose, todo es un decorado de cartón piedra, un gigantesco trampantojo que recuerda esas grandes superproducciones cinematográficas que el genial Samuel Bronston realizaba en España, concretamente en el municipio madrileño de Las Rozas. Desean imponernos un estilo de vida que ellos no están dispuestos a cumplir. Nosotros nos trasladaremos en tren, ellos en avión, nosotros comeremos carne sintética, mientras que los buenos chuletones solo podrán ser degustado por la elite. Para nosotros la muerte asistida, la eutanasia, cuando consideren que hemos dejado de ser productivos, para ellos, jubilaciones de lujo e incluso la presidencia de los Estados Unidos. Nos dan lecciones de moral y se creen muy por encima del resto. Nos tratan con una suficiencia insultante, como niños que debemos ser educados, debemos obedecer sino deseamos ser castigados.

Cuando afirmo que la imbecilidad humana es transversal en la izquierda global, me refiero a todos aquellos infelices que se creen las mentiras de las elites a los que obedece, a todos aquellos que les dan su voto y su apoyo y que en verdad se creen que estos sinvergüenzas llegan en bicicleta a su lugar de trabajo, o que son asiduos del metro. Vivimos tiempo de lobotomizaciones colectivas, donde nada es lo que parece, y donde un autodenominado «justiciero climático», se traslada en contaminantes vehículos de alta gama. Lo importante no es lo que es, es lo que parece, siempre y cuando no sea sorprendido por algún indiscreto viandante.