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Así se hizo la alcaldesa de Monforte del Cid con mi herencia: Testimonio de Manuel Jesús Martínez Limiñana

Redacción




Soy Manuel Jesús Martínez Limiñana, vecino de Monforte del Cid, hijo de Concha y Manuel y sobrino de Teresa y Vitorino. Crecí en una familia cristiana, rodeado de cariño y amor. Pero mi vida se torció entre 2005 y 2015 cuando me enganché a las drogas y me convertí en un enfermo incapaz de llevar las riendas de mi propio destino. Sufrí y sufrieron mucho cuantos me amaban.

 

Llevo cinco años alejado de las drogas y he iniciado un nuevo camino. Muchos de mis vecinos conocen al antiguo Manuel Jesús, al enfermo, al que caía una y otra vez. Pero no conocen al que hace cinco años inició una larga y dura travesía que hoy me permite superar, no sin dolor, el pasado y avanzar hacia un futuro pleno de vida.

 

Quiero ahora dejar testimonio de unos graves hechos que, en su momento, fueron muy dolorosos y que se han convertido ahora en una losa en este difícil camino de mi recuperación como ser humano libre, consciente y esperanzado por primera vez en mi vida.

 

Tengo que remontarme a la época en que mi padre enfermó de Alzheimer. Todo empezó entonces. Mi padre, poco a poco, fue perdiendo no solo sus recuerdos, la memoria sino también sus funciones vitales. Llegó un momento en que tuvimos que buscar a una persona que se ocupara de acostarlo y de levantarlo, pues mi madre ya no podía con él y él tampoco se dejaba tocar por hombres. Y dimos con esta señora, con Finita, la madre de la actual alcaldesa de Monforte del Cid, que, por una cantidad de dinero, venía y hacía esas tareas. Con el tiempo mi padre dejó de levantarse y acabó postrado en una cama. Finita le atendía también dándole las comidas. Un día, nos dijo que se iba de boda y mandó a unas amigas para que le hicieran la suplencia. 

 

Cuando le estaban dando el desayuno, cómo no tenían experiencia, mi padre se atragantó y tuvimos que llamar al médico que bajó a mi casa enseguida, le hizo una maniobra y le salvó la vida, pero nos dijo que le lleváramos al hospital de Alicante y así lo hicimos mi madre y yo. Allí le diagnosticaron neumonía, pues tenía una barbaridad de restos de comida acumulados en el pulmón, no a causa de esta vez, sino a causa de que desde mucho tiempo atrás no se le estaba administrando bien las comidas (palabras del doctor y así recogido en los informes médicos). Le empezaron a sacar poco a poco suciedad del pulmón, pero ya fue inútil, era demasiado tarde y mi padre murió de neumonía, el pobre.   

 

Pasó el tiempo y cuando mi madre empeoró de salud, volvieron a buscar a Finita para que se ocupase de ella, algo que yo no entendía a causa de la mala experiencia anterior, aunque no protesté. En ese período tuvimos varios ingresos en urgencias del hospital de Alicante, en cardiología. La salud de mi madre empeoraba poco a poco, pues llevaba 14 años operada de dos válvulas del corazón. Recuerdo perfectamente que, durante ese tiempo, una noche Finita vino a acostarla y estaba bebida, se notaba claramente. Hizo un aparte con mi tío Vitorino y le propuso que en el futuro ella se ocuparía de cuidarlos a todos a cambio de quedarse con el chalé que mis tíos tenían en Orito. Mi tío le dijo que no, de ninguna manera, que la repartición de la herencia estaba hecha, pues había hecho un documento firmado por un testigo, en el cual, me dejaba a mí la casa de Monforte y el chalé se repartiría a partes iguales entre sus sobrinos. Ésa era su voluntad. Yo vi personalmente ese documento que mi tío guardaba en su casa de Monforte y hay testigos de la existencia de dicho documento. Si él se hubiera podido imaginar lo que iba a ocurrir con su voluntad, con sus bienes, nunca lo habría hecho así. Pero era un hombre bueno y confiado. 

Una noche de 2015, estábamos los 4 en el chalé de Orito (mi madre, mi tía Teresa, mi tío Vitorino y yo). Vivíamos allí y yo quise salir. Ellos me lo desaconsejaron, pero yo insistí y salí. Fui a tomar unas copas y a ponerme, cómo era costumbre. Mi tío vino al pueblo a buscarme con el ánimo de convencerme para que volviese con ellos a casa. Recuerdo que me ofreció comprar pizzas de la pizzería del pueblo que yo tanto frecuentaba. Siempre me convencía pues la pizza era mi locura, pero esa maldita noche no lo logró. Le convencí para quedarme y salir y él, resignado, lo aceptó pidiéndome que llevara cuidado y se marchó. Recuerdo que eran sobre las 24.00h y yo estaba en la terraza de un pub, haciendo el imbécil. De momento vi pasar dos grúas, una con un Tiguan y otra con un coche igualito al de mi tío y me dio un pinchazo al corazón. Me quedé inmóvil y recuerdo que pensé ¡menos mal que mi tío está en casa! 

 

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A la mañana siguiente, estaba echado en el sofá de mi casa del pueblo, eran las 8.00 h de la mañana y sonó el teléfono. Era mi madre pidiéndome que subiera a Orito. Yo le dije ¿a estas horas madre? Y ella me dijo “sube, que tu tío está muerto”. Mi primera reacción fue decir “madre no me jodas”, pero ella insistió “el tío ha muerto, sube”. Salí corriendo a la calle y al primer coche que vi lo pare y le pedí que me subiese a Orito y lo hizo. Llegué al chalé y me encontré el panorama. Allí ya se había plantado Finita y recuerdo perfectamente sus palabras, palabras que me ha repetido por teléfono en varias ocasiones: “el tío está muerto por tu culpa”, como si mi tío fuera familia suya. Me metí en mi habitación después de presentarme a mi tía y caí de rodillas, sonó un chasquido en mi cabeza, tan fuerte que caí al suelo desplomado y entró mi madre y me dijo “levántate y acompaña a la tía”. El velatorio fue un suplicio pues la aflicción desmesurada que yo sentía no me dejaba entender nada. Ya en la iglesia, aguanté el tipo como y hasta donde pude. Acabada la misa sonó el himno a la Purísima Concepción en honor a mi tío. Caí otra vez de rodillas llorando sin ningún tipo de consuelo. Recuerdo que, ya en la calle, el pueblo estaba dándole el pésame a mi tía y a los sobrinos de mi tío y yo, en estado de shock, deambulaba sin sentido ni dirección por allí, hasta que un hombre me dijo ¡pero Manuel ponte ahí que te den el pésame! Entonces hice un amago de reacción y me coloqué en posición. Le enterramos y volvimos los tres al chalé. A los pocos días, solicitamos al Ayuntamiento el servicio de atención domiciliaria para mi tía. Y allí, cómo no, apareció Finita para prestarlo y terminaría instalándose en el chalé de Orito en compañía de toda su familia.

 

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Fueron semanas muy duras pues mi adicción a las drogas aumentaba escandalosamente y sin control. Me quería morir. A los dos meses aproximadamente, ingresamos a mi madre por urgencias en Alicante, en cardiología, y vino el médico y me llamó a parte. Me dijo “lo siento mucho, tu madre se muere”. Yo reí y exclamé “venga hombre” y me dijo “se muere, Manuel, las prótesis del corazón están fallando y no podemos hacer nada”. Le pregunté ¿cuánto le queda? y me dijo “una semana máximo”. Yo, completamente destrozado por dentro, ya que aún tenía a mi tío en todo mi ser, pensé, no puede ser. Justamente, duró casi dos semanas y entre mi tía y yo y ayudados por mis primas Inmaculada y Sacramento, que en lo referente al cuidado de mi padre y de mi madre siempre estuvieron ahí, la cuidamos hasta que murió. Ya en el tanatorio, la recibimos mi tía y yo. Estábamos los dos y yo no pude más, me eché a gritar y a llorar, mientras mi tía trataba por todos los medios de calmarme para que si empezaba a venir gente no me vieran así. No pude con esto y cuando llegó la familia, con la excusa de ir a por una chaqueta, fui rápidamente a por droga y volví al tanatorio, para vergüenza mía, para sobrellevar el funeral de mamá, drogándome, y aún así, casi no lo acabo. La verdad, amaba a mi padre, estaba completamente loco por mi tío, y mi madre era la mujer de mi vida, esos dos tremendos golpes me hicieron perder la cabeza. (SIGUE)