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Ángel Miranda o cuando los falsos patriotas también son dañinos

Redacción




Ignacio Fernández Candela
Tristemente, la tragedia ayuda a distinguir la hipocresía de los insolidarios. Nada es lo que parece. Españoles de bien se cuentan muy pocos.
La falsedad es el peor mal porque se camufla con reflejo de bondad. De lo falso llegan los peores daños, por inesperados. ¡Cuánto engaña la apariencia que es más gravoso el traidor en las propias filas que el enemigo declarado en frente! Porque al enemigo se le conocen las intenciones, pero a los traidores que te acompañan no se les adivina hasta que dan la puñalada trapera. Y no son traidores porque su ideal sea distinto del que muestran, sino porque carecen de honra y dignidad. Faltan al fondo personal de la honorabilidad mientras se revisten de formas patrióticas y religiosas llenando el buche con las consignas de España y la ofensa a la Virgen o a Cristo cuando los usan para alimentar un ego enfermo.
Contaré el caso de un tal «ángel miranda», prolífico del sermón ajeno en las redes sociales, al que descubrí pútrido fondo personal que ornamenta de fe y patria siendo solo un enfermo fraude, ignorante de sus malas siembras pues el que se vale del nombre de Dios en vano no solo es un miserable sino que lleva la maldad satánica de la mano.
De la insolidaridad de los que se dicen patriotas con esa falsedad inherente a la envidia española, mejor hablar otro día, y que escueza, porque si España se baña en la mierda no es solo por cuantos la enfrentan, sino también por cuantos la defienden buscando propios beneficios y protagonismos estériles, estúpidos, repulsivos que como El Diestro solo se mira el ombligo sostenido por colaboradores de mayor calidad personal que la de quienes lo dirigen. Otro día.
Pero vayamos, como ejemplo de lo falso y penoso, con el elemento «ángel miranda» quien se confiesa devoto de la Virgen del Pilar; amante de Cristo en la Cruz, rendido… Quién diría que fuese santo de tanta dedicación a las cosas de Dios y patriota de los puros sin tacha, aunque como vengo a explicar, se trata de la más ruinosa e inveraz apariencia.
Es verdad que para descubrir la mentira basta la atención al más pequeño detalle y este pobre diablo, que no sabe lo que hace, me dio la ocasión pues escribí un artículo intitulado El inconfundible morro de Irene Montero, en El Correo de España que no dudó en plagiar adjudicándose la autoría. Teniéndolo por honrado y quizá un poco despistado, ingenuo de mí que tanta estampa de Cristo y la Virgen me engañaban, al indicarle en mensaje privado que, por favor, pusiera referencia y firma de autor, cuál fue mi sorpresa que el ladrón de mi propiedad intelectual me bloqueó dejando patente su rastrera intención de latrocinio de ideas.
Entre los profesionales de la Literatura, con honra creativa, conocemos esta lacra de plagiadores, garrapatas de las letras, estafadores contra la genuina intelectualidad, mediocres sin dignidad que se aprovechan, con rastreros complejos, del trabajo ajeno. Parásitos de baja estofa, delincuentes incapaces de valorar el trabajo que, al parecer, jamás desarrollaron honestamente. Son vilezas de vulgares ratas humanas. Plagiadores como hienas a la espera de las sobras, porfiando por el aplauso inmerecido.
Y me pregunto si además de comprobar la marrana y puta insolidaridad de los que presumen ser españoles, siquiera podrían presumir de ser personas como Dios manda, puras apariencias de inmundicia desperdigada, así le va a España, ¿hay que soportar a estos profesionales de la sensibilidad convertida en monserga, que engañan a tantos incautos por encontrar imágenes sagradas usadas con una bajeza casi satánica? Porque quien siendo así de innoble, poco honrado y engañoso, usa a España y lo santo con intención tan baja, da idea de la traición que no necesita más enemigos para asistir a la destrucción de la conciencia en estos tiempos tan oscuros.
Mi obligación moral es denunciar al farsante del mismo modo que se denuncian los trajines delictivos de la política.
Ángel Miranda me plagia un texto, simulando ser de los nuestros, y para colmo me bloquea como quien da la puñalada y esconde el cuchillo, o metafóricamente viola a la víctima y la mata para no ser delatado. Plagiar y bloquear es como tirar la piedra y esconder la mano. No es honrado, no es decente, no es siquiera cabal. Tanta ruindad como hipocresía se lleve, como cuenta pendiente, quien se vale de Dios y de la Virgen para actuar con tamaña falta de decoro y dignidad. Que el susodicho ya está entrado en años como para jugar con fuego espiritual. Más le valiera penitencia pública que seguir con la farsa; confesar los pecados derivados del plagio que son signos de marcada hipocresía, generalizada, e ir preparando la expiación porque no se puede usar a Dios en vano para alimentar tramposamente el ego. Eso no es sano ni aconsejable, pero seguro que seguirá aplaudido por incondicionales. Así es la acrítica ceguera de las conciencias.