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Ni Shakespeare en Julio César reflejó mejor la traición de los políticos a toda una nación

Redacción




Mike Sala.

Ni puedo compartir ni estoy dispuesto a admitir que la moción de censura presentada por Vox contra el gobierno de Pedro Sánchez haya podido servir para algo. Para algo positivo, más exactamente.

Los medios de comunicación y las redes sociales no han hecho más que marear a sus adeptos con la conveniencia o no conveniencia de llevar adelante esta moción. Los partidarios de cada formación política han seguido fielmente el dictado de sus líderes y se han enzarzado en otra bronca más de las que se mantienen a diario en el Congreso. Los discursos de los diferentes jefes de partido han puesto al descubierto, otra vez, que el gran circo de la pretendida democracia española está compuesto por un infame reparto de actores, un repetitivo guion de ópera bufa y un escenario que pide a gritos un repaso de lejía y Zotal que acabe con tanto parásito descontrolado.

Los políticos de este corrupto sistema de partidos, perfectamente dirigidos como drones por el verdadero gobierno del estado de cloacas, conspiraciones y castas corruptas, pasaron por el escenario desarrollando su papel asignado; unos con más convencimiento que acierto, otros como actores del método, y todos ellos tratando de sostener un argumento que solo convence a mediocres, a despreocupados y a hooligans partidistas. El argumento que mantiene en pie la gran farsa de esta pretendida democracia en la que los diferentes partidos, dirigidos desde el verdadero poder, chulean a la ciudadanía y se reparten lo robado a los bolsillos de los españoles.

Abascal incidió en algunos de los problemas que habría que resolver con urgencia; eso es cierto. El desempleo, la crisis económica y su agravamiento por la epidemia de Covid 19, la inmigración ilegal… incluso se ha referido a un desastre que el resto de partidos, por razones obvias, no hablan nunca: el corrupto y ruinoso estado de autonomías. Pero no se atrevió a ir más allá. No tuvo agallas o no tuvo interés por exponer la raíz de todos estos problemas, que no es otra que la necesidad de acabar definitivamente con este corrupto estado de partidos que nos fue dado a los españoles durante la transición, mediante el cual las antiguas castas dominantes se aseguraban su permanencia en el poder y las castas de nueva creación en aquél tiempo llegaban para reclamar su parte del botín.

No hay duda de que el gran beneficiado de la moción de censura presentada por Vox es el mismo Vox. Y no me refiero con esto a ese absurdo argumento que sostenían y siguen sosteniendo muchos de sus partidarios, basado en la necesidad de forzar una votación para obligar al Partido Popular a “quitarse la máscara” si mostraba su apoyo al PSOE con una abstención o un “no”. Un argumento infantil, porque si realmente aún quedaba algún pepero que no hubiera advertido ya que su partido es un PSOE de color azul, tampoco merecía la pena organizar este bochornoso espectáculo para demostrar tal cosa. Los votantes que siguen apoyando al PP lo hacen siendo bien sabedores de que su partido es un nido de corrupción perfectamente comparable al PSOE, tal y como han demostrado tozudamente los acontecimientos. Y si algún “pepero” de “buen corazón” aún no lo había advertido desde que el infame y traidor Mariano Rajoy tomó las riendas del partido, es que ese “pepero” de “buen corazón” solo puede ser considerado como un perfecto estúpido.

De modo que Vox sí ha sacado partido de todo este lamentable y chusco circo. La sangría de militantes del PP que se presentaron durante los días siguientes a la moción de censura en las sedes de Vox de toda España para pedir su afiliación ha sido verdaderamente significativa, hasta el punto que en algunas de esas sedes tuvieron que ampliar los horarios de atención al público para poder atender la demanda, como fue el caso de Zaragoza. Pero fuera de eso, aquí no ha ganado nadie porque esta moción estaba condenada al fracaso desde el momento en el que a alguna cabeza “pensante” de Vox se le ocurrió la idea de ponerla en práctica. Moción condenada al fracaso moral más profundo, porque no se ha puesto en cuestión en el Congreso el verdadero origen de todos los problemas. El corrupto sistema de partidos alimentado y dirigido por las élites que realmente gobiernan España. 

De nada sirve criticar la gestión de un gobierno, alarmarse por la pandemia, exponer la calamidad económica que vivimos o insistir en el vacío moral que ahueca nuestra sociedad si, como rebaño de olfatea el suelo, seguimos moviéndonos hacia ninguna parte mientras la gran corrupción que nos gobierna sigue disponiendo del poder en este corrupto sistema de partidos plagados de indeseables de todo pelo y condición. Los políticos no son más que los bien pagados siervos que obedecen a grandes corporaciones, a la banca, y a las instituciones parasitarias, que por añadidura se sirven desde hace años de la agenda globalista para poder afianzar todavía más el poder que ejercen desde hace tanto tiempo.

El pueblo español vive polarizado en sus afectos y sus odios. Unos y otros siguen aferrados a la idea de que su partido y su líder les rescatará de esta crisis. Se niegan a ver una realidad cada día más expuesta. Los partidos políticos son meros instrumentos de poder que fagocitan los recursos de la nación. Las fuerzas de seguridad del Estado son obedientes a unos gobernantes corruptos e inútiles para los intereses nacionales; esa es su principal prioridad. Los medios de comunicación son los altavoces del poder. La monarquía, con sus escándalos y su mil veces rubricado apoyo a las decisiones de los políticos desalmados y codiciosos, es en realidad un engranaje más del mecanismo del poder, y generación tras generación desde su implantación tras la muerte del dictador Franco ha sido herramienta necesaria en el asentamiento del régimen en el que vivimos. Otra dictadura disfrazada de democracia. Dictadura espejismo de libertad. 

Apenas unos días después de la moción de censura el impresentable e incapaz presidente de Gobierno Pedro Sánchez ha viajado a Roma para visitar a Bergoglio y al resto de la cúpula de la iglesia papista; la gran institución que ya no oculta ser uno de los principales apoyos de la corrupta y degenerada agenda globalista de George Soros y del resto de las élites. Con semejante viaje, como no puede ser de otro modo, Podemos, Ciudadanos, Partido Popular y el resto de formaciones están de acuerdo. Todos son lo mismo y en todos ellos hay elementos infiltrados de la misma “hermandad”. ¿Pero, por qué Vox no critica abiertamente esta visita y sus intenciones, sin ambages y sin matices? Ha ganado muchos afiliados con su moción de censura. ¿Teme perder tantos o más apoyos de ese sector ultra-católico que ha ido tomando posiciones de decisión en el partido durante los últimos cinco años? ¿O es que todo o parte del partido y sus líderes son menos libres ideológicamente de lo que aseguran y transmiten, y son en realidad otro brazo más de alguna institución religiosa o de alguna de sus sucursales?

Si nos alejamos lo suficiente para preciar el problema en su conjunto no podemos llegar a otra conclusión que no sea que Vox forma parte del sistema. Hace años que sostengo que se trata de otro partido más para tener a la disidencia controlada. Más bien a quienes se creen ser disidencia, exactamente como sucede con Podemos, o con otras formaciones. Los adeptos a Vox creen que la izquierda es el problema. Creen que la “derechita cobarde” es el problema. Que los movimientos LGTB y sus degeneradas intenciones son el problema. Pero todos éstos y otros muchos son frentes dirigidos por intereses a los que Vox no se atreve, no puede, o no quiere desenmascarar. Frentes coordinados desde arriba por las élites que los financian con nuestro dinero y alientan en contra de nuestros derechos y libertades. Vox es parte del problema. Y como parte del problema, su moción de censura no ha sido otra cosa que una representación en la que el propio Vox y el resto de partidos han representado, al fin y al cabo, el mismo papel de Bruto en La Tragedia de Julio César.  

 

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En dicha obra de Shakespeare, el traicionado y asesinado Julio César no es en realidad el protagonista. De hecho, muere recién iniciado el tercer acto. El protagonista es Bruto, quien se ve inmerso en una trama muy psicológica y de conflicto entre  principios como el honor, la amistad o el patriotismo. En esta inútil moción de censura los Brutos de diferentes colores ha apuñalado a la soberanía popular sin que ésta apenas haya salido al escenario, y el conflicto entre ellos no se ha dado por causa de principios morales. El conflicto ha sido una farsa que ha distraído al público para evitar que la verdadera corrupción de este sistema de partidos quede a la vista de todos. Por eso nadie que participe y aliente la continuidad de este sistema sucio e inútil puede hacer nada por corregir el rumbo de esta nación hacia la libertad política colectiva. Ahora que España está literalmente al borde del abismo, es más urgente que nunca que un periodo constituyente nacido de una abstención masiva y activa desemboque en el nacimiento de una República Constitucional con verdadera separación de poderes. Nuevos partidos. Nuevos políticos. Nuevas instituciones. Nuevos jueces. Nuevos periodistas y comunicadores. Y un pueblo español de moral renovada y restituida. Solo hay una manera de romper el infame círculo de corrupción, miseria y desaliento que atenaza España. Una República Constitucional, con una definitiva e inquebrantable separación de poderes.