Enrique de Diego
La esotérica tesis -impuesta con pleno éxito como consenso nacional durante más de tres décadas al pueblo español- de que Juan Carlos desactivó y desarticuló un golpe de Estado dado por su mayordomo Alfonso Armada no resiste la más mínima lógica y más que de novela negra a lo Agatha Christie es de rebuscada ciencia ficción.
Las horas de despacho entre Alfonso Armada y Juan Carlos se calculan en torno a las quince mil. Se necesita ser muy inútil para no detectar a un traidor con tanto trato. Cuando Armada marcha de gobernador militar de Lérida, Juan Carlos deja sentado y escrito que seguiría contando con su consejo.
El golpe de Estado no hubiera sido posible sin el nombramiento inmediatamente anterior de Alfonso Armada como segundo jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Los datos cronológicos son altamente significativos: Alfonso Armada y Juan Carlos se entrevistan el 18 de diciembre de 1980, el 22 de diciembre Juan Carlos informa a Adolfo Suárez de que quiere nombrar a Armada 2º JUJEM, Suárez se opone (según Soriano-Sabino, porque Suárez sospecha de sus tendencias golpistas, pero es más lógico pensar en animadversión personal y política, puesto que Armada siempre fue contrario a Suárez); el 3 de enero de 1981 vuelen a reunirse durante varias horas Juan Carlos y Armada en el refugio de montaña de La Pleta, en Baqueira Beret; el 26 de enero, Adolfo Suárez comunica a Juan Carlos su dimisión; el 29 de enero se hace pública la dimisión; el 3 de febrero, desde el aeropuerto de Barajas, y antes de salir hacia el País Vasco, Juan Carlos comunica a Armada que ya ha firmado su nombramiento como 2º JUJEM; el 6 de febrero, tras los graves incidentes en la Casa de Juntas de Guernica y con Federica, la madre de la reina Sofía, de cuerpo presente en Madrid, Juan Carlos se entrevista con Armada en Baqueira Beret; el 11 de febrero, vuelven a verse en el funeral ortodoxo de la reina Federica y Juan Carlos muestra tan inusitado interés en entrevistarse de inmediato con Alfonso Armada que hay que mover las audiencias del día 13, y suspender la prevista con Alfonso de Borbón, duque de Cádiz, para que el segundo JUJEM tenga acceso a Zarzuela. Del libro de Soriano-Sabino se deduce que hubo, sin que concrete, una entrevista más antes del 23 de febrero.
Si Armada estuviera conspirando contra Juan Carlos o preparando un golpe a favor del rey pero sin o contra la voluntad del rey, ese calendario sería, por completo, absurdo. Dejaría a Juan Carlos como un retrasado mental o un completo incapaz en continua francachela con el mismísimo jefe de la asonada, que es, para entendernos, su mayordomo de siempre. Sin saltos en el tiempo, el 23 de febrero Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch eran las referencias monárquicas del Ejército, los amigos del Rey.
En el caso de Alfonso Armada, su más constante, valorado y leal servidor. Manuel Soriano, o Sabino Fernández Campo a través de Manuel Soriano, indica de Alfonso Armada que “era tanta la confianza que tenía con don Juan Carlos que no limitaba sus opiniones”, lo cual considera una extralimitación de funciones.
Una parte de la verdad del golpe zarzuelero nunca la sabremos, porque pertenece al secreto mantenido por ambos personajes sobre conversaciones mantenidas sin testigos. A fuer de incidir en que Armada no es un rebelde, ni un disidente, sino personal de confianza, lacayo del monarca, el general pidió permiso a Juan Carlos para hacer pública, en el juicio, y en aras de su defensa, la entrevista mantenida el 13 de febrero. Soriano-Sabino indica que esa autorización le fue denegada. Esto de un golpista pidiendo permiso es, desde luego, chocante.
En el programa de Más se perdió en Cuba, al que he hecho referencia, y del que surgen estas páginas, luego explicaré por qué, estaba, como he reseñado, el periodista e historiador Jesús Palacios, autor del libro 23-F: El golpe del CESID, publicado por Editorial Planeta. Recomiendo vivamente ese libro, por ahora el mejor sobre la asonada zarzuelera, para quien quiera tener una visión pormenorizada de los hechos, realizada mediante un profundo trabajo de investigación. En mi caso, considero que un exceso de detalles, en el momento actual, sirve más para confundir que para aclarar, y no pretendo investigar nada, porque los hechos fundamentales están suficientemente claros para permitir establecer interpretaciones ajustadas a ellos.
Durante el juicio en Campamento, Alfonso Armada mandó un escrito a Juan Carlos pidiéndole permiso para hacer público el contenido de su encuentro el 13 de febrero: “Señor, podéis estar seguro de que mi lealtad la mantendré hasta el final y que me sacrificaré, pero también debo limpiar mi nombre y salvar el honor de mi familia, de mi apellido, de mis hijos y el mío propio. Por ello os pido autorización para revelar el contenido de la conversación del 13 de febrero, de la que tengo recogidas notas exactas”. Extraño golpista, desde luego. La contestación, para no comprometerse el monarca, le es llevada de manera verbal: “No puedo autorizarte a revelar el contenido de esa conversación puesto que desconozco lo que quieres exponer, pues aunque tú tengas notas recogidas de la misma, yo no las tengo y no sé lo que vas a decir”. Y Armada no dijo nada.
Obedece, a pesar de que le va en ello la cárcel (30 años en la sentencia del Supremo), alguien que se supone que se ha rebelado, con las armas, contra el rey. Increíble, sino fuera completamente cierto.
También es muy chocante lo que cuenta Soriano-Sabino sobre el libro El rey (Plaza y Janés), de conversaciones entre el aventurero Juan Carlos y el frívolo aristócrata José Luis Villalonga. La primera edición se publicó en Francia. La edición española apareció mutilada, porque, según cuenta Soriano-Sabino, “en la edición francesa, que se publicó primero, figuraban algunos párrafos que ofendieron especialmente al general Alfonso Armada, quien exigió que se suprimieran en la edición española. Así se hizo y no salieron”. Extrañísima relación, en la que se atiende la exigencia del traidor golpista. El párrafo que se suprime dice: “Y alzando la voz, súbitamente indignado, don Juan Carlos dice: Dime, José Luis, ¿quién iba a creer que el Rey no estaba en el ajo si Alfonso Armada se instala en los teléfonos de la Zarzuela? Sabino estuvo de acuerdo conmigo y nosotros decidimos que sería el rey el que llamase personalmente, uno tras otro, a todos los capitanes generales. Con el resultado que tú sabes”.
Y, sobre todo, se quita de la edición española un comentario de José Luis Villalonga en el que tilda del más despreciable de todos los conspiradores a Armada, cuya traición ha sido una cuchillada en la espalda del rey. Y el Borbón apostilla. “Es infinitamente, triste, José Luis, descubrir que un hombre en el que había puesto toda mi confianza desde hace muchos años me traicionaba con tanta perfidia”. Si Armada ha sido el organizador del golpe, las aseveraciones regias son atinadas y justas. ¿Por qué entonces, ante la protesta de Armada, se suprimen en la edición española? No se atiende nunca el requerimiento de un pérfido traidor. Aquí sí, porque no lo es y puede irse de boca.
“Asimismo, desaparecieron de la edición española algunas alusiones al capitán general de Valencia, que sacó los tanques a la calle.
Por ejemplo, la de la página 169: ‘Es sabido, Señor, le dije al Rey, que Milans no era muy sutil, ¿pero era tan obtuso como para creer que Vuestra Majestad iba a arropar el golpe de Estado? No –contesta Juan Carlos-, pero yo pienso que él creía que, ante el hecho consumado, yo no podía más que inclinarme a ello. En esto me conoce mal”. Aunque Soriano-Sabino no lo explicita, da toda la impresión de que la mutilación se debe a la protesta de Milans del Bosch. Tiene especial interés la censura porque afecta a la hipótesis interpretativa de un golpe de monárquicos contra el rey mediante la generación de una situación de hechos consumados.
No paran ahí las mutilaciones, altamente significativas. “En la página 174 de la edición francesa, el penúltimo párrafo termina con la exclamación ‘¡Verdaderos amateurs!’, referida a los golpistas. A continuación, unas declaraciones en primera persona del rey que no aparecen en la edición española: “Si yo fuera a llevar a cabo, dice don Juan Carlos, una operación ‘en nombre del rey’, pero sin el acuerdo de éste, la primera cosa en la cual habría pensado sería en aislarle del resto del mundo impidiéndole que se comunicara con el exterior. Y bien, esa noche yo hubiera podido entrar y salir de la Zarzuela a mi voluntad y, en cuanto al teléfono, ¡tuve más llamadas en unas pocas horas que las que había tenido en un mes! De mi padre, que se encontraba en Estoril –y se sorprendió mucho de poder comunicar conmigo-, de mis hermanas que estaban en Madrid e, igualmente, de los jefes de Estado amigos que me llamaban para alentarme a resistir. ¡Era un golpe de Estado montado sin sentido común!. Y don Juan Carlos añade: ‘¡A Dios gracias, pues si yo no hubiera podido tomar contacto, como lo hice, con los capitanes generales, no me quiero imaginar lo que hubiera podido pasar!”.
Recalco el estupor, y casi la hilaridad, que produce esta mutilación del texto de exaltación de la frivolidad regia (Soriano-Sabino indica que nunca fue partidario de la publicación, ni de la chabacana elección de Villalonga como notario) en la que se suprimen: a) referencias vejatorias contra los golpistas, traidores, por lo demás, dado su acendrado monarquismo, contra la lógica del ensañamiento del supuesto traicionado; b) reflexiones lógicas imprescindibles para entender un golpe dado por la ‘camarilla’ pero ‘contra el rey’.
La cuestión es que el golpe del 23-F nunca fue ‘contra el rey’, sino ‘a favor del rey’, y por eso nunca hubo ningún plan para tomar Zarzuela. Pero la cuestión más profunda es por qué el pueblo español ha sido engañado durante tres décadas y por qué ha estado encantado de que le engañaran.
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