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Cartas a mi padre asesinado por Sánchez e Iglesias. I-No te mató la pandemia; tampoco a Enrique, tu consuegro

Redacción




Ignacio Fernández Candela.

Amado Padre:

Subordinado a la tragedia formo parte de esa mesnada de inocentes, sufrido el perjuicio de estos tiempos apocalípticos en que Satanás ha sembrado de carroña este mundo que te vio nacer y ha enterrado sin poder velarte y en absoluta soledad. ¿Quién nos iba a decir que la separación fuera tan inhumanamente exasperante, tan resignadamente salvaje, fuera de toda imaginación, allende la realidad que se ha convertido en un espejismo intentando asimilar el acerbo sino que nos ha dejado tan abandonados de ti?  Si solo fuera el dédalo de la existencia y la desorientación en que nos implica no saber qué sucederá el día que menos pensamos… Subyace una lógica mayor para explicar por qué moriste sin estar infectado de Covid pero condenado a muerte en el ingreso después de la diálisis en el Hospital Militar de Gómez Ulla; cuando el protocolo exigía que tu ancianidad te confinara con otros infectados, mermadas tus fuerzas por los sedantes esperando el estallido fulminante que el virus obraba por orden gubernamental. De tu propia casa hacia el hospital y la tumba. Nadie lo esperaba, nada presagiaba tu fallecimiento aunque temía la maldita diálisis en medio de una emergencia sanitaria, la sociedad colapsada. Te mataron, Papá.

Aún desconocemos esas instrucciones que aúnan lo peor del estalinismo y del nazismo, bolivarianas sin duda, que multiplican los efectos denigrantes de la inhumanidad más grotesca, cruel e indisimuladamente demoníaca. Montaron un circo burlesco de verbena solidaria del confinamiento mientras las calles se atestaban de muerte sin control. Ejecutados en residencias miles de seres queridos, desoídos los alaridos del auxilio que jamás escuchó una Administración de criminales comandados por dos sanguinarios. Enrique, el artista llamado Príncipe Gitano,  tu consuegro, murió de modo fulminante con los sanitarios sobrepasados de miedo e impotencia. Ni velatorio y despedido en soledad, como tú, Papá. No existe mejor prueba de culpabilidad en vuestros asesinos que ver a estos esperpentos del averno tomarse vacaciones, reírse de nuestro dolor acrecentado-sus existencias no mitigan nuestras desdichas de diario-y verlos vivir; dinámica e indignantemente vivos después de matar por inepcia, indiferencia y voluntariedad a más de cincuenta mil personas que además son ligeras cifras del método de la amoralidad en el embuste, por sus vacuas conciencias con prácticos e incomprensibles resultados. España, sus víctimas, todavía no despiertan cuando se cierne otro encerramiento dictatorial.

Existe una razón de muerte más allá de la apariencia, una lógica del crimen, además, que explica por qué marchaste el 29 de marzo junto a decenas de miles de personas-incluido el 22 de abril  el padre de mi mujer- durante el desgobierno criminal que ha lastrado nuestras existencias, no con amago destructivo sino con la aniquilación consumada bajo la premisa de la politización del dolor. Intuía con el advenimiento de estos demonios disfrazados de política que algo oscuro se cernía en mi alma y en esta sociedad sacrificada y otrora avanzada, siquiera una intuición de la mente sino la consistencia del espíritu me anunciaba la vileza dantesca de la que íbamos a ser presa. Tu muerte no es avatar de la existencia sino certeza de un crimen de lesa humanidad que es hartazgo de nuestras indignaciones que no sospecha, sí sabe,  que contigo asesinaron a decenas de miles de inocentes; genocidas aquellos que son muertos en vida, zombis descerebrados del Demonio complacidos en la obra inicua de la ineptitud, la insultante frivolidad y la maligna perseverancia en la estulticia, inconscientes de la repugnancia que provoca la miserable oxigenación que todavía les permite vivir en tanto mandan y matan. Por fraude electoral y engaño a la civilización, pero esas son otras cuestiones que trataré en próximas columnas.

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Excelentísimo Sr. D. Pedro Fernández Labrador-muchas son tus condecoraciones al mérito civil y militar- fue tu identidad terrena, alma evolucionada la que te recibe en el Cielo. Fuiste nuestro mejor Padre, ser de mi ser, la consumación de mi espíritu en tanto no retorne el abrazo que me quedó en perpetua espera. Mas no acaba el amor que sembraste y fructifica junto a mi coraje contra los que te mataron, con la fe sólida de que sus cizañas habrán de tragarlas con la espina envenenada del azufre, atravesadas sus gargantas del vómito eterno de una enfermedad putrefacta que los atenazará sin tiempo para consumirse en la memoria de cuantos asesinaron con el desdén propio de la psicopatía. Aquellos que se creen llamados a las grandes ambiciones de la beligerancia, serán condenados a observar la paz que torna después de que sus crímenes hayan segado sus vidas. No como fue la tuya valiosa, Padre, ahora lejos del infierno de existencia que ellos trastocan. Somos nosotros, en este reducto existencial que nos resta después de la tragedia, los que aguardamos Justicia, terrena o divina, contra estos muertos de Satán, henchidos de vanidad que los columbrará en las altas cumbres de la codicia personal, para luego precipitarse al abismo de un terror del que jamás emergerán.

Amado Padre, tus asesinos son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, la miserabilidad de un destino unificado en la pútrida evidencia de las codicias humanas. Deshumanizados por singulares y detestables anormalidades se engríen los confiados, quienes no se saben todavía objetivo de un odio encarnizado que los aguarda, un suma y sigue de actitudes reflejas que terminarán con sus maléficas andanzas. En otros tiempos sus cerebros valían más en lo alto de una picota, con la venganza del pueblo en unísono clamor; en estos que nos sojuzgan con oscurantistas estrategias de criminalidad amparadas por la política, dicen democrática, pretenden la impunidad después de un genocidio cuando está a prueba la paciencia de los damnificados, la justicia terrena que habría de encarcelarlos y el propio destino de los tiranos, pues pocas veces se ha mostrado la iniquidad del hombre en la política como estos desalmados demuestran cada día que viven en lo personal.

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Después de haberme retirado del columnismo periodístico para grabar más de un centenar de vídeos en Estallido de Amor por España-Amor por Ti, añorado en mi eterna finitud, Papá-, regreso a mis escritos otra vez en Rambla Libre por esos extraños designios de un sino que me reconcilian con Enrique de Diego, apreciado amigo y encarnizado rival de un simultáneo malabarismo  de esta vida de sorpresas. No es paz furtiva la que se origina desde la sinceridad de las emociones, por muy encontradas que resultasen en el pasado.

Mis artículos, a partir de hoy,  te los dedico desde el alma en confrontación con los enemigos de la Tierra. Quiero, Padre mío, que te conozcan, que fructifique en los demás la esencia de tu persona, el espíritu de tu singularidad, la excepcionalidad de tu ser que a tantos nos dejó huella grabada con las etéreas labranzas que has cosechado en este Cielo que te sueña, el de mi despertar junto a ti, allá donde los asesinos no obtienen lugar, antes bien se pudren incandescentes en un infierno que abrasa pero no consume. Así ha de ser la suerte de los que politizaron el dolor y sacaron provecho de sus bajezas asesinas. Las mismas bajezas que desde hoy denunciaré por escrito, sin ambages ni medida, acaso la desmedida de la ira acompañada de la templanza-el oxímoron en que soy prisionero de mi vida-a la espera de la segura Justicia que aguarda.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están de todo modo condenados. Hagamos Justicia por tu memoria, por la de Enrique y decenas de miles de fallecidos en una trampa controlada a medida de los oscuros anhelos de dos condenados a muerte: la que tarde o temprano los espera para rendir cuentas. Terror.

Estoy contigo Papá, vivo pero contigo.