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Fase 2: El Estado de Partidos lo mantienen siervos sin imaginación, pero por poco tiempo

Redacción




Enrique de Diego.

El expoliador Estado de Partidos, que ha llegado a tener 400.000 políticos en nómina, más sus cortes de jefes de prensa, jefes protocolo y asesores, se mantiene por auténticos siervos voluntarios sin imaginación. Lo expresa muy bien don Antonio Garcñia Trevijano, que se ganó el don por su carácter indomable en no ceder ni un ápice a los vientos del sistema: «los votantes no ven alternativa al degenerado régimen de partidos estatales. Prefieren mantenerlo y no aventurarse en la experiencia de la democracia política, que creen tener, como sucedía con la democracia orgánica de las dictaduras, de la que no querían salir por miedo a la libertad». Cobardes y sin imaginación, se van a encontrar ahora en la imperiosa necesidad de decidir, de pensar y de aprender a la carrera los fundamentos de la República Constitucional, la única alternativa válida, posible y salvadora ante el fracaso monumental del Estado de partidos que corre el riesgo de acaba con la sociedad española.

Es esa servidumbre voluntaria patética, roma, mostrenca y garrula que establece la complicidad con su propio sacrificio y el de los suyos. Se han inventado el juego de derecha-izquierda para justificar su estupidez suicida. «La división derecha-izquierda no entra en juego -dice don Antonio- cuando se trata de conquistar la libertad política para todas las ideologías. Preguntarse por el sentido conservador o progresista de la República Constitucional, cuando no existe libertad política ni democracia formal, sólo demostraría el vigor de la ignorancia y del prejuicio que aún retienen a millones de personas en la dicotomía derecha-izquierda, a pesar de que esta tradicional división ideológica perdió su sentido cuando los partidos se hicieron estatales».

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¡Qué patética resulta la objeción de los de derechas indicando que son monárquicos porque en otro caso serían jefes del Estado Pedro Sánchez o Pablo Iglesias o José Luis Rodríguez Zapatero, en el pasado, o Pablo Echenique, en el presente! ¡Qué pobreza de espíritu! ¡Qué irracionalidad en el juicio! ¡Qué mentecatos! Trasladan a la República Constitucional personajes, tipejos, que sólo son posibles en el Estado de partidos, que han crecido en ese medio viciado. En la República Constitucional donde se elige el presidente de la República-presidente del Gobierno en circunscripción nacional única hay que pensar en gente nueva, de nivel, en auténticos estadistas.

O son monárquicos irracionalmente porque son republicanos los de Podemos. Los podemitas están en caída libre. Se les votó cuando tomaron como piratas la semántica de la Plataforma de las Clases Medias, cuando hablaban de casta para instalarse en ella. Cuando se han mostrado con su auténtico semblante torvo de comunistas de opereta y comedia bufa han pasado de 14 diputados a 0 en Galicia y en el País Vasco han tenido otro batacazo monumental. Son el hazmereír de la nación.

La República Constitucional nada tiene que ver con la República bolchevique de Pablito Iglesias ni con la II República. No es derechas ni de izquierdas, es un modelo de Estado neutro, que responde a la libertad colectiva, con separación de poderes, sin lo que no hay democracia, y plena representación del elector: conoce la diputado, su programa y puede revocarlo. Los partidarios, cada vez más, de la República Constitucional son repúblicos, como gustaba decir a don Antonio García Trevijano. Llevan consigo la solución, la salvación de la Patria. Un modelo no depredador que precisa 600 políticos a lo sumo, frente al desquicie de los 400.000 actuales, que son peor que la pandemia del coronavirus, que asfixian al tejido productivo de la nación, con sus cortes de ivanes redondos, sus asesores, sus jefes de protocolo y de prensa.

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La transición ya ha mostrado sus entretelas de engaño y mentira. Dice don Antonio García Treijano que «engañó a los españoles, asustándoles con peligros imaginarios de guerra civil, para que la clandestinidad pudiera pactar impunemente con los hombres de la dictadura, la continuación de éstos en el Gobierno, sin revisión del pasado, a cambio de hacer estatales, con cuotas de reparto de poder y subvenciones de fábula, a los partidos socialista y comunista».