Editorial.
Se da por supuesto que Juan Carlos será invitado a abandonar Zarzuela, pero no se remata nunca, porque el hijo no tiene autoridad sobre el padre y ha venido lucrándose de la corrupción irrestricta del gran corrupto. Lo que se sabe es sólo la punta del iceberg, Han sido cuarenta años de ponzoña y de lodazal, de los que Felipe figuraba como heredero y beneficiario. En los que el CNI ha hecho de mamporrero, en sentido estricto y de cómplice de todos sus delitos, que han sido muchos. No cuela el supuesto de que los que ha hecho el padre no implica al hijo, porque no es verdad, porque si no lo sabía es que es tonto o le ha interesado hacerse el tonto y porque la monarquía es ese sistema tan antinatural por el que los hijos heredan ek puesto de los padres, cosa que no sucede en ningún otro caso.
Es que llaman la derecha mediática -el espirituoso Alfonso Rojo, Eduardo Inda, Javier Negre y un despistado y decadente Federico Jiménez Losantos- están haciendo una defensa encendida de la monarquía, como si les fuera en ello la vida. Despiste monumental. Se trata defender lo indefendible, de apostar por una institución que ha sido degradada hasta el bochorno por sus mismos integrantes. No hay vuelta atrás. Tras la crisis que padecemos se avizora la República, la continuidad de la Segunda República, o la República Constitucional, como propugnamos nosotros. En la gira buscando la legitimidad popular que han hecho el fantoche coronado Felipe VI y la abortadora Letizia ha quedado claro el rechazo que tienen en el pueblo y la urgencia de una referéndum Monarquía o República. No concedemos a esa derecha mediática la inteligencia para verlo y para apostar por la República Constitucional, con separación de poderes y plena representación del elector. Todos ellos han vivido muy bien de la corrupción del PP y es a lo que aspiran.
Han sido cuarenta años de complicidad de la casta parasitaria con el gran corrupto, de silencios cómplices, de persecución del disidente, de condenas tenaces al ostracismo. La monarquía ha muerto, sólo queda enterrarla y abrir paso a la libertad política colectiva en la República Constitucional.