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Una vergüenza en la Zarzuela o la Zarzuela es una vergüenza

Redacción




Editorial.

La opinión pública, ayuna hasta ahora de información, se encuentra ahora ante la evidencia de que Juan Carlos de Borbón es un corrupto irrestricto, que utilizaba la valida diplomática para mover grandes sumas de dinero que contaba como los ávaros de Charles Dickens, con una máquina de cajero de banco. La inmensa corrupción de quien ha sido indigno jefe del Estado salpica a su hijo, heredero suyo y de su fortuna conseguida de manera ilícita. Felipe permanece paralizado manteniendo a su asqueroso padre como inquilino de La Zarzuela, dando la imagen de una turbia complacencia. A ello se añade, que los gastos de toda la familia, incluidos los de Felipe, se hacían con ese dinero sucio, obtenido de las petromonarquías, y traído por los mafiosos abogados Dante Canonica y Arturo Fonsana, utilizando medios del Estado para consumar el delito en grandes proporciones. Resulta penosa la actuación de un jefe del Estado que no tiene más dignidad que un vulgar chorizo o un gangster de serie B que ha convertido a Zarzuela en un tugurio. Y Felipe se está convirtiendo en el cómplice necesario del latrocinio. «Descubrí que el dinero es su peor adicción», terrible sentencia de Corinna Sayn Wittsgentein.

El estupor de una opinión pública que asiste al hundimiento de la nación, consecuencia de una transición hacia la corrupción, llega hasta la lectura jurídica literal de la inviolabilidad del monarca, una situación que para sí hubiera querido Al Capone. Por reducción al absurdo, ese absurdo privilegio, insostenible en una democracia donde todos somos iguales ante la Ley, llevaría a que el monarca pudiera asesinar a quien le placiera o tirar por la ventana a sus amantes, como le sucedió a Sandra Mozawroski, y aquí no pasara nada. Se entiende que la inviolabilidad se refiere a acciones referidas su cargo, no a cubrir con un manto de impunidad acciones claramente delictivas o la utlización del CNI para montarle un picadero en Puente de Hierro para la jodienda del asqueroso campechano.

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Es una indignidad nacional que lo que era un secreto a voces desde hace cuarenta años lo esté llevando adelante un fiscal suizo, Yves Bertossa, y que Felipe parezca un auténtico pasmao que se ha dejado pagar corruptamente la luna de miel y es incapaz de poner de patitas en la calle a su padre, que disfruta de los bienes del Estado indignamente. La monarquía está podrida, hiede. Vayamos hacia la República Constitucional cuanto antes.