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La gran mentira de Juan Carlos I, el campechano

Redacción




Javier García Isac. Director de Radio Ya.

Asistimos a informaciones que nos producen desasosiego y preocupación, informaciones que hacen referencia a las actividades poco ejemplarizantes de nuestro Rey emérito, que nos causan alarma, como si nos cogieran de sorpresa y no conociéramos lo sucedido. Todos sabían del comportamiento poco ortodoxo del monarca y todos le reían las gracias. Aquí lo importante no era ser monárquico, era ser Juancarlista. Un «tío» muy campechano y cercano, que junto con el «tahúr del Mississippi» Adolfo Suárez, como acertadamente le llamaba el vicepresidente del gobierno de España Alfonso Guerra, hacían un tándem de campechanos, sobre los que giro el mito de la transición y a los que se adoraban como a becerros de oro.

Hemos vivido una gran mentira, aun a sabiendas de que lo era. No son pocos los que se beneficiaron de las actividades poco recomendables de Don Juan Carlos, quizá ese sea el motivo de tanto silencio, la clave de tanta opacidad perdurable en el tiempo. Lo último, las noticias que hacen referencia a un «regalo» de cien millones de dólares del Rey de Arabia Saudí, a nuestro Rey emérito y este a su vez a su querida.  Lo de menos es si se trata o no de comisiones, lo importante es el entramado de amistades peligrosas, fundaciones, queridas y paraísos fiscales que han rodeado a Juan Carlos I a lo largo de todo su mandato.

Juan Carlos I firmó la ilegitimidad de la monarquía, firmando la Ley de Memoria Histórica de Jose Luis Rodriguez Zapatero del 2007. La profanación del cuerpo de Franco, fue un paso más en la ilegitimación de la propia monarquía. El silencio cobarde de la institución, ponerse de perfil como si esto no fuera con ella, facilita sobre manera la posibilidad de su desaparición, en contra de lo que los afectados pudieran pensar. La legitimidad de la institución viene de Franco, que guste o no, fue la persona a quien le debemos el régimen imperfecto de libertades y la democracias de la que disfrutamos, pues solo él, consiguió que se dieran en España las circunstancias adecuadas y propicias para su instauración. Los demás, solo viciaron el modelo y lo dañaron gravemente, con el sistema autonómico, donde se pone más el acento en aquello que nos separa y no en lo que nos une.

La monarquía española es autodestructiva, no necesita enemigos, tiene a Juan Carlos I. La jerarquía eclesiástica, parece que tampoco los necesita, pues como reconoce el propio Pedro Sanchez, el Papa Francisco facilitó «la exhumación de Franco», es decir, facilitó la profanación del cuerpo de uno de sus hijos más ilustres. Con amigos como el Rey emérito, la institución no necesita enemigos, no necesita a mamarrachos como Pablo Iglesias o Pablo Echenique, no necesita de borregas como Irene Montero o de indigentes intelectuales como Ada Colau, es más, me atrevería a decir que cada vez que estos personajes abren la boca, le hacen un flaco favor a la institución que desean destruir. Son sus más firmes aliados.

Seguimos viviendo del sueño de una transición idealizada, de unos ídolos con los pies de barro, de un Himalaya de falsedades y mentiras que las hemos aceptado a sabiendas de que todo era falso. Mentimos incluso cuando nos hacemos los sorprendidos. Hemos construido una sociedad hedonista, egoísta, creando mitos como Don Juan Carlos I, al que le atribuimos todo tipo de méritos que no le corresponden, y despreciando a personas honradas que son los responsables de la prosperidad y desarrollo de la que hoy disfrutamos. Llevamos más de 40 años mirando a otro lado y aplaudiendo el comportamiento más que dudoso y poco recomendable del Rey emérito, mientras permanecemos pasivos ante la profanación del cuerpo de Franco, al que hemos criminalizado de forma injusta. Un mundo al revés que inventa un nuevo relato que pasado el tiempo ha dejado de sostenerse. No son pocos los que avisaban de lo que sucedía, personas a las que se aparto y se persiguió, sujetos a los que se mató civilmente, para que no estropearan la fiesta. El rey Juan Carlos no es el único culpable de su indigno comportamiento, lo son también todos aquellos que le animaron, protegieron y vivieron de su alargada sombra.