Javier García Isac. Director de Radio Ya.
Sánchez no acudió al funeral de Estado, organizado por la Conferencia Episcopal Española, por el alma y el eterno descanso de los fallecidos a causa de la pandemia, a causa de lo que vulgarmente conocemos como coronavirus. Sánchez, además de ser un miserable, es un cobarde. No es necesario ser católico practicante para asistir al funeral de un padre, amigo, hermano o conocido. No son pocos los analfabetos que intentan justificar el comportamiento de Sánchez diciendo que España es un país aconfesional. Qué tendrá que ver una cosa con la otra. España es aconfesional, que no laica, pero, independientemente de lo que sea España, cuando una persona es invitada a un funeral, en calidad de presidente del gobierno, y después de la muerte de miles de españoles, lo importante no es la condición religiosa del presidente, lo importante es la condición religiosa de los difuntos y si las familias están de acuerdo con esa ceremonia o, si por el contrario, hicieron saber a la Conferencia Episcopal su malestar, cosa que a día de hoy y con los datos de los que disponemos, no es el caso.
Sánchez no acudió al funeral de estado por ser un cobarde, por miedo a ser abucheado y por no poder sacar rédito político de la situación. También es posible que no acudiera por el temor a no poder aguantar la mirada a los familiares de los muertos por culpa de su negligencia. Muchos de ellos, a los que ni siquiera reconoce como víctimas de la pandemia, al seguir sosteniendo una cifra de fallecidos poco creíble. A Sánchez solo le interesan los muertos, si puede culpar a otros de su ineptitud, si se los puede endosar al gobierno de la Comunidad de Madrid que preside Isabel Díaz Ayuso.
Sánchez está organizando su especial “festival” para el próximo jueves 16 de julio. No será un funeral, será un carnaval de autobombo, de homenaje a sí mismo y a su cuadrilla de incompetentes. Todo muy del gusto de la casa, todo muy en la línea de la izquierda de este país, y de lo realizado durante la crisis sanitaria que, lejos de asumir ningún tipo de responsabilidad por la nefasta gestión realizada, saca pecho y se monta una fiesta con la excusa de homenajear entre otros, a la comunidad sanitaria que ellos no quisieron, ni supieron, proteger. Todo es obsceno y vulgar. Todo es rancio y casposo como los jerséis de Fernando Simón, ese individuo al que unos miles de muertos arriba o abajo no le resultan preocupantes. Nos han tenido en arresto domiciliario porque no sabían hacer otra cosa, han decretado un estado de alarma que ahora sabemos no era necesario para mantenernos confinados en nuestros hogares, han jugado con nuestro miedo y con nuestra libertad.
Pedro Sánchez nos confesó en una ocasión que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias de vicepresidente y su sueño se convirtió en la pesadilla de todos los españoles. Me cuesta pensar que Sánchez y sus colaboradores no tengan remordimientos y puedan conciliar el sueño como si aquí nada hubiese pasado, cuesta creer que Fernando Simón se crea todas las mentiras y contradicciones que nos ha ido contando y cuesta pensar que después de todo esto, puedan volver a la normalidad de sus vidas. Sinceramente, yo no estaría tranquilo. Todos ellos conocen la realidad de lo sucedido, saben que han muerto más de 50.000 personas, y que muchas de esas muertes se podían haber evitado, han arruinado a miles de personas que lo han perdido todo y lejos de mostrar arrepentimiento, muestran una soberbia y una prepotencia que acabará por devorarles. No sé si tanto engaño, mentira y embuste les habrá merecido la pena, sinceramente creo que no. Yo me cuidaría muy mucho de frecuentar lugares donde pudiera ser objeto de la rabia y la ira de aquellos a los que he jodido la vida, de aquellos que han perdido un familiar y de aquellos a los que encima les exijo un aplauso si no quieren ser criminalizados. Como dice un buen amigo, el problema de España no es el virus, el problema de España es Pedro Sánchez.