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Fase I: «Las urnas de listas son pesebres para acémilas»

Redacción




Enrique de Diego.

En las elecciones locales francesas, la principal ganadora ha sido la abstención, por algo más del 60%, frente algo menos de votos del 40%. El partido más castigado ha sido la República en Marcha, del jefe del Estado, Emmanuel Macron, que no ha ganado en ninguna de las grandes ciudades y sólo ha cosechado tres pequeñas poblaciones superiores a 9.000 habitantes. La abstención muestra la desafección creciente de las poblaciones europeas y de sus electorados hacia como van las cosas y la falta de representación, para llenar esas aspiraciones no hay otra alternativa que la República Constitucional, ideada por don Antonio García Trevijano, que en gloria esté, y que precisa entre 45o y 6oo políticos, frente a la salvajada de los 4oo.ooo actuales.

Frente la insidioso argumento, parejo al del voto útil, de que no votar no sirve para nada pues los políticos, con un porcentaje de votos muy bajo, les da lo mismo, toman posesión de sus cargos y aquí paz y después gloria, el caso francés muestra la decisiva importancia de la legitimidad de origen, sin la cual el ejercicio del poder se hace imposible. Macron abatido por la «paliza» se dispone a hacer cambios en su gobierno, entre ellos muy probablemente el primer ministro.

La nuestra, repúblicos, gente madura consciente de los que está en juego, nuestra propia supervivencia como sociedad y como individuos, sabedores de que el Estado de partidos ha quebrado, hemos pedido a los ciudadanos vascos y gallegos que no voten, que «las urnas de listas son pesebres para acémilas», como dijo gráficamente don Antonio García Trevijano, cuya memoria honramos. Hemos hecho un Manifiesto por la abstención activa que permanece puesto en la parte derecha de la portada de Rambla Libre.

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Para el anecdotario quedan algunas defecciones, por respetos humanos o costes personales en lo profesional, de personas muy próximas a don Antonio, que gustaban de su intimidad y les satisfacía la estética de marginalidad que ningún problema les creaba. Incluso alguno ha salido por el registro de que así impediríamos una alucinada mayoría absoluta de Vox, como si Vox fuera a cambiar algo y no formara parte del Estado de partidos, desde el mismo momento que entró plenamente en el sistema al recibir las subvenciones, que a nadie le amarga un dulce. «Dime el voto que metes en las urnas y te diré la clase política que sale de ellas. Dime el partido estatal que votas y te diré la distinta razón de tu servilismo», decía don Antonio.

Sin volver la vista atrás, formamos dispuestos al combate y nada ni nadie nos hará cambiar porque está mucho en juego, porque hay mucho que ganar y nada que perder; hay que ganar nuestra libertad política colectiva, porque si no ganamos la de los demás, jamás ganaremos la nuestra. Por eso, con la lealtad que es la nota distintiva de los repúblicos, fuertes con la fortaleza de los demás, porque, como dice la Biblia, «el hermano ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada», nos disponemos a dar, sin fisuras y sin tregua, la batalla decisiva, seguros de que al final de todos nuestros esfuerzos está la victoria.

Sin legitimidad de origen, el ejercicio del poder se hace imposible, se debilita, se empequeñece, se quiebra. «Los votantes no ven alternativa al degenerado régimen de partidos estatales», como bien decía don Antonio, y es tarea nuestra hacerles ver que sí la hay, la República Constitucional, con separación de poderes, presidente de la República-presidente del Gobierno elegidos por todos los españoles, en circunscripción nacional, obligado a velar por la unidad de España, sin depender de territorios; representantes de distrito uninominal, a doble vuelta, con sistema mayoritario, revocables en cuanto se desvíen de su programa; con el presidente del Consejo de Justicia elegido por voto corporativo, por todo el mundo del Derecho. Pocos políticos y bajos impuestos.

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Previamente, hay que deslegitimar al sistema con una abstención masiva, estruendosa, que remueva los cimientos del sistema, que de lleno en los pies de barro del gigante bíblico, del monstruo del Estado de partidos con su asfixiante aparataje político. En las elecciones gallegas y vascas se decide más de lo mismo; lo único que puede cambiar las cosas, en un momento decisivo y angustioso de la historia de España, es una abstención masiva; después vendrán acciones tumbativas, pacíficas pero contundentes, que el poder sin legitimidad de origen no podrá afrontar y caerá como un castillo de naipes, corrompido hasta los tuétanos. Abandonemos la servidumbre voluntaria.

A título personal, encomiendo a la Siempre Virgen María el éxito en este tremendo combate. España es Tierra de María y no abandonará a sus hijos. Así sea.